REFLEXIONES DESDE EL CORAZÓN
¿SON LAS VACUNAS COVID REALMENTE SEGURAS?
Gervasio Portilla | 22.10.2022
DOCUMENTADO ARTICULO PUBLICADO EN EL DIGITAL “LA GACETA DE LA IBEROSFERA”, REALIZADO POR EL DR. BORNSTEIN SÁNCHEZ - JEFE DE HEPATOLOGÍA Y HEMOTERAPIA DEL HOSPITAL CENTRAL DE LA CRUZ ROJA DE MADRID.
RAFAEL BORNSTEIN SÁNCHEZ
(JEFE DE SERVICIO DE HEMATOLOGÍA Y HEMOTERAPIA DEL HOSPITAL CENTRAL DE LA CRUZ ROJA, MADRID)
• OCTUBRE 14, 2022 • •
Desde principios de año existe una preocupación cada vez más alarmante ante el exceso de mortalidad que viene observándose de forma persistente, semana tras semana, en muchos países con altas tasas de vacunación frente al COVID-19.
La mortalidad registrada en 2022 y en años anteriores puede consultarse en la base de datos Human Mortality Database (HMD) en la sección «Fluctuaciones de mortalidad a corto plazo» (Short-term Mortality Fluctuations).
Si se compara la mortalidad en las semanas 10 a 35 (marzo a agosto aproximadamente) del año 2022 con la registrada en los tres años anteriores a la pandemia (2017 a 2019), podemos confrontar el número de muertes semanales entre marzo y agosto del año en curso con respecto a los años previos a la pandemia. La diferencia entre las muertes acaecidas en uno y otro periodo proporciona el dato de exceso de mortalidad durante 2022.
Esto es lo que ha hecho Igor Chudov, un matemático e investigador meticulosamente metódico, al analizar el exceso de mortalidad en 2022 en cada uno de los 41 países que ha incluido en el estudio (31 países en Europa, EE.UU., Canadá, Australia, Chile, Hong Kong, Israel, Japón, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Taiwán).
Los datos varían de un país a otro, oscilando entre un exceso de mortalidad del 3,7% en el caso de Bulgaria (en 2022 han muerto un 3,7% más personas que en 2017-2019) hasta el 25% de Islandia. En España, el exceso de mortalidad en 2022 es del 12%. En general, en la mayoría de los casos el exceso de mortalidad varía entre el 5% y el 15%, con la excepción significativa de Suecia cuyo exceso de mortalidad es negativo, es decir, entre marzo y agosto de 2022 han muerto en Suecia un 8% menos personas que en esos mismos meses de 2017-2019. Suecia, a diferencia del resto, es el único país que por el momento no muestra aumento en su tasa de mortalidad en 2022 respecto del periodo prepandémico.
Estos datos son altamente preocupantes porque suponen, por ejemplo, que en un país como Alemania, que presenta un exceso de mortalidad del 10%, esto se traduzca en un promedio de 1.800 fallecidos más cada semana entre marzo y agosto de 2022 con respecto al mismo semestre de 2017-2019 (45.000 muertes más en total). En España, un cálculo similar revela que las muertes registradas en el semestre marzo-agosto de 2022 exceden cada semana un promedio de unas 1.000 personas con respecto a los años anteriores a la pandemia (25.000 muertes más). La tendencia del exceso de mortalidad es alcista, por lo que es posible que a final de año se produzca un exceso incluso mayor del doble con respecto al registrado hasta ahora.
¿Qué es lo que está provocando este excesivo número de muertes a nivel mundial, tan terrible y absolutamente inesperado en un momento en que las muertes por COVID-19 están en mínimos históricos desde el inicio de la pandemia?
Para intentar responder a esta pregunta, Chudov analiza hasta qué punto el exceso de mortalidad, que como hemos visto es distinto en cada país, puede ser explicado por las diferencias en las tasas de vacunación (primera y segunda dosis) y de refuerzo (tercera dosis) frente al COVID-19, que pueden descargarse de la web Our World in Data.
Hasta el 1 de julio de 2022, el porcentaje de población que ha recibido la tercera dosis de refuerzo muestra una variación significativa, siendo Italia (69%), Alemania (68%), Islandia (67%) y Bélgica (66%) los que han administrado la dosis de refuerzo a un mayor porcentaje de su población. En el extremo contrario están Letonia (28%), Croacia (14%) y Bulgaria (11%). España se sitúa en la mitad de la tabla con un 53% de población vacunada con la tercera dosis. En la mayoría de los países, el porcentaje varía entre el 45% y el 65%.
Aplicando un análisis de regresión lineal para comprobar si existe alguna relación entre la administración de la dosis de refuerzo y el exceso de mortalidad en 2022, el resultado obtenido es cuanto menos impactante.
Lo que demuestra este análisis es que la administración de la 3ª dosis de refuerzo se relaciona de manera extremadamente fuerte con el exceso de mortalidad, con un valor estadístico P = 0,0002. Hay que recordar que un valor P < 0.05 se considera estadísticamente significativo, por lo que cualquier asociación estadística con una P = 0,0002 es incontestable (es altamente improbable que dicha asociación sea una coincidencia aleatoria).
El gráfico anterior refleja claramente que cuantas más dosis de refuerzo se administran, mayor es el exceso de mortalidad. La tasa de vacunación de refuerzo hasta el 1 de julio de 2022 explica el 40% de la variación en el exceso de mortalidad, con independencia de otros posibles factores contribuyentes. Es decir, la tercera dosis de refuerzo probablemente constituya un factor extremadamente importante del exceso de mortalidad en todos los países.
Un análisis similar empleando las tasas de vacunación (primera y segunda dosis) hasta el 1 de marzo de 2022 arroja un resultado semejante, aunque no tan llamativo. La significación estadística sigue siendo extremadamente fuerte (P = 0,0037), y la explicación de la variación en el exceso de mortalidad (27 %) sigue siendo relevante aunque ligeramente inferior a la dosis de refuerzo.
Esta potente asociación entre las vacunas COVID-19 y el exceso de mortalidad no puede ser interpretada, sin más, como una relación de causalidad. La interpretación correcta es que existe una relación extremadamente destacada entre las dosis de refuerzo y las muertes en 2022. Constituye una señal de alarma y un motivo de reflexión que debe analizarse a fondo.
Pero es muy difícil explicar una asociación estadísticamente tan significativa si no hubiera alguna causalidad. Por eso, se necesita urgentemente investigar si existe o no una relación de causalidad entre vacunas y mortalidad. Y, por supuesto, replantear de manera inmediata la continuidad de la campaña de vacunación frente al COVID-19 hasta no disponer de los resultados de dicha investigación, mucho más ahora que ya está en marcha en los niños de cinco a 11 años de edad y en breve entre los más pequeños de seis meses a cinco años.
Un artículo publicado recientemente (en agosto de este año) pone de manifiesto que el exceso de mortalidad en Alemania (32.000 fallecidos en 2021 por encima de la tasa esperada de mortalidad) se debe casi en su totalidad a un aumento de muertes en menores de 79 años, afectando de forma especial a los grupos de 15-29, 30-39 y 40-49 años de edad. Este incremento se observa a partir de abril de 2021 en adelante, coincidiendo con el inicio de la campaña masiva de vacunación. Se sabe que los más jóvenes resisten bien al Covid, con apenas muertes durante la pandemia en menores de 50 años de edad. Sin embargo, en abril de 2021 empieza a registrarse un aumento repentino y sostenido de la mortalidad en jóvenes. A diferencia del virus, parece que las vacunas Covid no respetan a ningún grupo de edad, con consecuencias muy graves y potencialmente fatales incluso en adolescentes y jóvenes (y en los niños más pequeños muy probablemente también si son vacunados).
Sin una investigación en profundidad de las consecuencias negativas, incluyendo la realización de autopsias, es muy difícil descartar las vacunas como causa potencial de los efectos adversos y las muertes tras su administración, tal como sugiere vivamente el análisis de regresión de Chudov. Históricamente, un número elevado de medicamentos y de vacunas convencionales (poliomielitis, viruela, dengue, fiebre amarilla o sarampión entre otras) han sido retiradas debido a problemas de seguridad mucho menos graves que los que estamos viendo en relación con las actuales vacunas frente al COVID-19.
Pero para poder implicar a la sociedad en este objetivo, es necesario primero tomar conciencia de la enorme gravedad de la situación. Solo si los medios de comunicación de masas, los gobiernos y la clase médica en su conjunto se hacen eco de estas muertes silenciadas, una auténtica pandemia de enmudecimiento público de los riesgos reales de estas vacunas, podremos aplicar la razón y tratar de enmendar el error.
La mayoría reconoce ya desde hace algunos meses que las vacunas COVID-19 no previenen la transmisión viral. Es menos conocida su total ineficacia en prevenir la hospitalización y reducir el riesgo de muerte tras la infección, por más que la OMS y las agencias reguladoras de los medicamentos sigan abogando por la utilidad y el beneficio de su aplicación. Por el bien de nuestros hijos y de aquellos que todavía esperan la dosis de refuerzo, es hora de que también se cuestione seriamente la seguridad de las vacunas contra el COVID-19, puesta recientemente en duda de manera taxativa por diversos investigadores. Es una obligación moral que a todos nos atañe intentar detener esta deriva enloquecida que conduce inexorablemente a la catástrofe.
Gervasio Portilla García,
Diácono permanente y periodista