El caos en Valencia nos lleva a dudar que estemos preparados

 

 

Miguel del Río | 11.11.2024


 

 

 

 

 

De Valencia se habla en todas partes y de lo que no hay que hacer en caso de una catástrofe natural como la terrible DANA arrasadora. Aquí ha fallado todo, no se ha previsto nada, y la actuación de emergencias desde el primer momento ha sido lamentable, por falta de buenas decisiones a cargo de quienes las deben tomar. Los valencianos lo expresan con mucho dolor: “Nos hemos sentido abandonados”. Construir otros relatos interesados (muy de ahora) es sencillamente ruin. Frente a tanto fallecido y ciudadanos que lo han perdido todo, manipular desde los medios la realidad, es además indigno.

 

Una multitud de columnistas, más que los efectivos de emergencias movilizados en Valencia en las primeras horas de la tragedia, han dejado ya constancia de lo que les parece la reacción del Estado español, de su Gobierno, con respecto a la catástrofe acontecida en aquella comunidad autónoma. Incapacidad, ineptitud, insensibilidad, abandono, negación de auxilio, sacar rédito político con la desgracia, verdades, mentiras, falsedades, manipulación informativa… Todos son calificativos a los que suscribirse, para venir a resumir, como otras tantas opiniones, que a estos españoles de Valencia se les ha abandonado. Nuestro país, como nación moderna y preparada que se vende así ante el resto del mundo, solo puede agachar la cabeza y sentir vergüenza perpetua ante la deleznable actitud pasiva mantenida durante días con los afectados por la DANA, los muertos, los familiares de estos, y los que estaban aún por salvar o, lo peor, hallar sus cuerpos sin vida.

Para mí, hay una doble conclusión del drama que seguirá por mucho tiempo en la que era una de las regiones más ricas de España. Por una parte, como no hay primera sin segunda, los ciudadanos debemos exigir a los poderes que nos representan una mayor protección, por si algo así se vuelve a repetir. Aquí no se ha aprendido nada de la pandemia de Covid, y si volviera a reproducirse, lo veríamos con nitidez. La siguiente y decisiva conclusión es que así no podemos seguir.

Al desasosiego permanente que los ciudadanos sufrimos por las descabelladas decisiones y enfrentamientos a los que nos someten, se suma ahora la angustia interior que muchos españoles sentimos al ver cómo se ha dejado a su suerte a un gran número de compatriotas, que han tenido que auxiliarse entre ellos (el pueblo ayuda al pueblo), ante la parálisis y negación de socorro urgente que no tiene explicación posible, lo defienda una televisión concreta, un periódico, una radio o dentro de las redes sociales, donde los bandos se notan mucho más. Sencillamente, el Estado y los grandes dispositivos de que dispone ha hurtado la ayuda a quienes precisamente más la necesitaba. Desde no movilizar al Ejército desde el minuto uno y en la necesaria proporción de unidades y militares, a no contar con coordinación propia, un plan, y tampoco prever el apoyo de voluntarios, las ayudas de otras regiones, para todos juntos trabajar con eficacia y retirar de casas y calles los destrozos, la ruina total de perderlo todo, que ha traído esta DANA, que tampoco se alertó en condiciones, y de ahí avisar como es debido a la población.

Lo medios tenemos mucha costumbre de informar de las catástrofes cuando se producen, pero luego sucede lo de La Palma. Han pasado tres años desde el volcán, y aún no han llegado muchas ayudas y no se emiten en condiciones las imágenes de damnificados viviendo aún en barracones. Por eso, cuando se despierta de la ineptitud, y empiezan a aparecer cifras maravillosas que dedicar a quienes lo han perdido todo, hay que tomárselo con mucha incredulidad, ya que lo normal de las ayudas oficiales, en estos casos de declaración de catástrofes, tiendan a eternizarse. Los afectados lo saben, pero casi nadie con poder de difusión lo cuenta por ellos.

Cómo se nota que la mayoría vemos en la distancia lo de La Palma o Valencia.  Así lo demostró, con una falta de sensibilidad total, la LaLiga de fútbol continuando con la competición de partidos de fútbol en el primer fin de semana tras la terrible riada del martes, 29 de octubre de 2024, un día que no se debería olvidar, máxime con todas las tropelías cometidas. A la hora de escribir esta opinión, aun no hay siquiera cifra oficial de muertos, más de doscientos. Oír decir una semana después de las lluvias torrenciales que es una cifra relativamente baja, suma indignación a la indignación. Ni siquiera ha habido acierto a la hora de elegir adecuadamente a los portavoces encargados de proporcionar una información clara y veraz. El cabreo monumental de los habitantes de los 78 municipios valencianos afectados, no va a ser pasajero,y hay que tornar hacia los aciertos, para lo que es necesario agilidad mental y material (demostrar decisión y eficacia). Se les ha fallado, en todo.

Varios lectores me han recordado que pocos días antes de lo de Valencia titulara mi columna dominical así: “Las mareas suben, los avisos llegan, pero sin tomar decisiones”. Añadí algo premonitorio: “La historia demuestra que la humanidad solo toma decisiones drásticas después de las tragedias. A lo largo de nuestra existencia, el caso ha sido poner el pie humano en todas partes, aunque ello implicara el grave riesgo de levantar un pueblo entero debajo de una   montaña volcánica. Pero se hacía”. Según los expertos, en España hay cinco millones de personas que viven en zonas inundables. Concretando más, un 10% de la población podría vivir algo semejante a lo acontecido en tantos pueblos valencianos. Subrayo algo más: educarnos. Con la riada encima, muchos ciudadanos decidieron bajar a los garajes para poner a salvo sus vehículos. La decisión resultó fatal.

Aquí se habla de una Agenda 2030, basada principalmente en acomodarse al cambio climático, pero las escuelas (como si sucede en otros países) no enseñan nada sobre emergencias, auxilio y supervivencia, por si vienen mal dadas. Como sí se hizo en Alemania o Austria, en España no se nos ha preparado para un posible apagón energético. En Valencia, para sonrojo oficial, ha primado la colaboración vecinal. Al parecer, somos los ciudadanos quienes debemos tomar decisiones sobre cómo cuidarnos mejor en caso de catástrofes naturales. En resumidas cuentas: el Estado, que cree que sí, no nos cuida adecuadamente frente a los grandes riesgos climáticos que se pronostican.

 

 

Miguel del Río