Colaboraciones
Reflexiones (I)
12 noviembre, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
La educación que se da a cada uno de los seres humanos es, sobre todo, un derecho y una obligación que compete en primera instancia a los padres. Como recuerda el Concilio Vaticano II: «…puesto que los padres han dado vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por tanto, hay que reconocerlos como primeros y principales educadores de sus hijos…».
Nadie en la sociedad tiene un derecho primario sobre la educación de los hijos. Ni el Estado, ni la Iglesia, ni las instituciones educativas, pueden olvidar que la tarea educativa tiene su raíz en la vocación primordial de los esposos de participar en la obra creadora de Dios.
Todo lo que pretende adoctrinar es una forma de imposición, se llame marxista o fascista.
No se puede imponer una ideología, unos principios, una moral obligatoria y una determinada visión del hombre y del mundo. Y cuando se impone una ideología como obligatoria, ya no hay democracia, sino dictadura; ya no hay libertad, sino imposición y tiranía.
Sin respeto a la libertad y al pluralismo, no hay democracia. El conflicto surge cuando el Estado se empeña en imponer a nuestros hijos una manera de pensar que es contraria a la nuestra.
Si el parlamento dictamina que matar indiscriminadamente a los niños no nacidos está bien o que matar a los enfermos y a los viejos es bueno y lo hace con el respaldo de la mayoría de los ciudadanos, eso no significa que el aborto o la eutanasia sean moralmente aceptables. El aborto y la eutanasia, para un católico, siempre serán crímenes moralmente reprobables, por muy legalmente que sean perpetrados y por mucha gente que piense lo contrario.
En un país democrático deben convivir pacíficamente y respetarse las distintas concepciones del mundo y del hombre sin que nadie pretenda imponer sus principios a nadie.
Quien crea tanta polémica con la enseñanza de la religión busca la igualdad de un pensamiento único y el detrimento de la libertad de conciencia de la persona y de educación. Y sin embargo la escuela la pagamos todos.
Cuando los progres dicen que están en contra de la religión, en realidad se refieren a la fe cristiana. No tienen problema en aceptar la «exploración de nuevas ideas» que nunca han sido mayoritarias en la historia reciente de Occidente: el paganismo indígena, el budismo y el hinduismo.
A los progres les encanta atacar al fanatismo como el origen de todos los problemas en la opinión pública. Lo que no detectan es que ellos en el fondo profesan un fanatismo igual o peor al que señalan.
Un punto clave del progresismo: respeta única y exclusivamente a los creyentes que comulguen con sus ideas. No importa si crees en Dios: sólo eres bienvenido para los progres si deformas esa creencia, si fuerzas las leyes de Dios para que se «adapten» al mundo actual y estén «en onda».
La felicidad se adquiere en el nivel interno y espiritual del hombre y nunca se hará sólo presencia en los vaivenes exteriores.
La ley natural pertenece al orden del ser; pertenece, pues, al orden de las realidades objetivas, de la ciencia. En otras palabras, la ley natural no es objeto de votaciones. La democracia es una forma de gobierno buena —sin duda la mejor y más deseable en nuestro contexto cultural— fundada, al igual que otras formas lícitas, en la ley natural. Es esta ley la que posibilita la democracia, porque la democracia se basa en la naturaleza del hombre y de la sociedad. Porque la democracia se funda en la ley natural, cuando de ella se separa, se corrompe y se transforma en esa corruptela que es la demagogia.
La democracia, no menos que el gobierno personal, está sometida a la ley impresa en la naturaleza. He ahí el radical sinsentido de someter a votación normas o principios de Derecho natural. El divorcio democrático, el aborto democrático o una no menos democrática discriminación racial, serán democráticos, pero no dejarán de ser sinrazones, asesinatos e injusticias, y más que democráticos habrá que llamarlos demagógicos.
Si creemos que Dios es amor y nos ama con todo su infinito amor, la conclusión lógica es que podemos abandonarnos tranquilamente en sus manos, sabiendo que Él piensa en nosotros y nos cuida y quiere lo mejor para nosotros. Abandonarse es fiarse de Dios. Es aceptar su voluntad en cada instante. Es no rebelarse contra sus planes sobre nosotros. Es dejarse llevar sin preguntar a dónde ni porqué. Es entregarle la responsabilidad de la vida. Algo así como firmarle un cheque en blanco. Abandonarse significa estar en permanente actitud de escucha y de apertura a su voluntad en cada momento. Es estar totalmente disponible a sus planes. Es dejarse perder en su Amor como una gota de agua en el mar. Es creer hasta la audacia en su providencia amorosa.