Colaboraciones
La estafa progresista consiste en vendernos libertad, cuando lo que realmente estamos comprando es desesperanza
11 octubre, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
El progresismo, con el paso del tiempo, se constituyó en una religión hasta lograr ese estado tan predecible de las ideologías izquierdistas.
Aquellos que se hacen llamar «progresistas» tienen una fe ciega en el progreso. Pero no es un progreso verdadero, sino lo que ellos consideran progreso: la paulatina liberalización de la sociedad.
Su eje para interpretar la historia es materialista: si los avances tecnológicos y científicos nos hacen mucho bien, entonces todo lo demás está bien. Pero, además, consideran a la destrucción del espíritu como un «avance», bajo la falsa premisa de que la humanidad ostenta un progreso imparable y que las «luchas sociales» validan esta evolución de los acontecimientos.
Una táctica efectiva de los progres es el cientificismo; aunque esto es relativo, algunos la usan más que otros. La ciencia está del lado de los progres siempre y cuando seleccionemos los datos que favorecen esta religión; los datos que no lo hacen, son desechados.
El progre se desespera por monopolizar la razón y cree que quien se opone a ellos es alguien al que le hace falta «cuestionarse las cosas». Los que concuerdan con los progres son «racionales» y los que no, son «fanáticos».
Cuando los progres dicen que están en contra de la religión, en realidad se refieren a la fe cristiana. No tienen problema en aceptar la «exploración de nuevas ideas» que nunca han sido mayoritarias en la historia reciente de Occidente: el paganismo indígena, el budismo y el hinduismo.
Es curioso, además, que los progres tiendan a ver como iguales al catolicismo y al protestantismo, a pesar de que ambos son en el fondo muy distintos. Y al mismo tiempo, se quejan de que se los compare con los comunistas de antaño: no les gusta que se les burlen asociándolos con el «Che» Guevara.
Gritan «Estado laico», pero meten su falsa religión al Estado para que este la ejerza en todo su esplendor: que imponga dogmas y reprima disidentes. Ya pasó en Canadá: quien llame a alguien por el «género equivocado», tiene multa. He ahí las fantasías personales siendo legitimadas por el Estado.
Los progres dicen defender al «Estado laico», pero este no es propiamente laico: es un Estado donde pueden implantar todas las leyes que favorezcan a su religión: lenguaje inclusivo, aborto, ideología de género y otras fantasías personales que quieren legitimar a costa de la voluntad popular.
Además, los progres acusan constantemente de «fanático religioso» al cristiano que profese su religión de manera íntegra. Los únicos cristianos aceptables en su cabeza son los «moderados»: esos que deforman su fe para caer bien a la sociedad civil. Obispas lesbianas, una cruz comunista de Jesucristo… todo bien, mientras se «adapte» a los «nuevos tiempos».
Les encanta atacar al fanatismo como el origen de todos los problemas en la opinión pública. Lo que no detectan es que ellos en el fondo profesan un fanatismo igual o peor al que señalan.
Para los progres, sólo son aceptables las opiniones que se muevan en un rango de ideas favorable a su religión. Siempre que surja algún intelectual cuestionándolos, lo tacharán de fanático. Esto sucede porque dentro de la mentalidad progre no cabe la idea de que alguien que no piense como ellos pueda ser inteligente.
En este sentido, los progres alardean de que se cuestionan las cosas (aunque sus cuestionamientos rara vez tienen respuestas definidas) y de que son independientes (a pesar de que dependen de la moda ideológica del momento). Son los abanderados de la razón y la ciencia; quien no llegue a sus mismas conclusiones utilizando métodos lógicos y científicos, no merece ser tomado en cuenta en la opinión pública.
Otro dogma de los progres sin el que no funcionaría su discurso: el victimismo. Manipular la mente de las personas mediante los sentimientos es crucial para imponer sus ideas.
Ahora bien, ¿cómo podemos sustentar la idea de que el progresismo se comporta como aquello que juró destruir? Resulta que toda religión tiene cultos, oraciones, pastores y relatos.
El progresismo tiene como culto las marchas y protestas: no asistir a ellas ni apoyarlas desde las redes sociales es pecado mortal. Sus oraciones son los cantos de protesta y los hashtags o etiquetas en Internet, siempre disfrazadas de luchas sociales.
Sus pastores son los sociólogos, que por supuesto, son incuestionables: ellos demuestran con «pruebas científicas» que su ideología es la correcta. Y sus relatos míticos son las fuentes de información «modernas» y «en onda» acerca del pasado: memes, videos de YouTube, diarios digitales «independientes» y autores exclusivamente nacidos después del año 1800 (Camus y Foucault superan a Sócrates según esta lógica).
Así, para sus ataques al viejo orden, el progresismo maneja cartas mágicas que les dan permiso de juzgar al cristianismo sin argumentar: la Inquisición, las cruzadas y la pedofilia. No hay que preguntar por datos específicos, ni por fuentes, ni por contextos: esas cartas mágicas bastan y sobran para «destruir» al malvado cristianismo.
Y si no odian a los católicos, los progres dicen amarlos, pero odian a su institución (la Iglesia Católica), que es la que dio forma a aquello en lo que creen los fieles.
Ese es otro punto clave del progresismo: respeta única y exclusivamente a los creyentes que comulguen con sus ideas. No importa si crees en Dios: sólo eres bienvenido para los progres si deformas esa creencia, si fuerzas las leyes de Dios para que se «adapten» al mundo actual y estén «en onda».
A un progre le irrita cuando alguien que no comulga con su ideología logra mucho más que él. Le molesta que los cristianos hagan obras de caridad por los pobres, los drogadictos y las madres solteras.
A fin de cuentas, es necesario refundar la fe cristiana para caerle bien a un progresista. Un cristo gay, un cristo feminista, un cristo marihuanero, serían mucho más complacientes para los progres que un Cristo verdadero, único e inmutable. De esta manera, negar a Cristo para amoldarlo a nuestros gustos personales es lo mejor para no ser marginado de esta sociedad «avanzada».
Concluimos con unos párrafos de un escrito de Guillermo Urbizu (escritor y poeta, Zaragoza, 1963):
«Yo soy verdaderamente progresista.
»Sí, soy progresista. Porque me han enseñado a querer, que es el combustible de todo verdadero progreso. Es decir, de mi felicidad.
»Porque quiero a mi mujer cada día más, y le soy fiel, y somos uno. Porque tengo tres hijos maravillosos que no me dejan vivir, pero que son mi vida. Porque procuro sonreír a pesar de mi creciente cansancio. Porque creo en Dios y soy cristiano y rezo todos los días. Porque me importan un carajo el qué dirán y las habladurías. Porque me gusta el cine de José Luis Garci. Porque la mentira me repele en toda la extensión de su extravío. Porque cada vez tengo más y mejores amigos, que me quieren por lo que soy y no por lo que tengo. Porque el dinero me importa lo imprescindible. Porque escribo lo que pienso, pero pensando lo que escribo. Porque he dejado de ver la televisión, cansado de dilapidar mi tiempo […].
»[…] Porque considero que el dolor y el sacrificio son la simiente de toda verdadera alegría. Porque mi conciencia no está a la venta. Porque sé que la poesía de Miguel d’Ors está muy por encima de las páginas de los diarios de izquierda, y demás estúpidas vanidades. Porque soy radicalmente optimista. Porque creo en la vida, pero de verdad. Porque proclamo que la pena de muerte que es el aborto —como la incipiente eutanasia— es el más grande holocausto que asola a la humanidad. Porque por condenar los crímenes de Fidel Castro me llamaron fascista. Porque no recibo ninguna subvención pública. Porque la madre de Jesús de Nazareth es mi Madre. Porque cuando contemplo la belleza de un atardecer se me ensancha el alma. Porque después de escribir todas estas verdades como puños, confieso estar todavía más enamorado de mi mujer que antes […]».