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Marxismo, socialismo, comunismo y cristianismo

 

 

 

27 agosto, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

F. Engels (filósofo, periodista y revolucionario alemán, 1820-1895) como K. Marx (filósofo, economista, político comunista alemán, 1818-1883) desarrollaron el socialismo científico y el comunismo moderno porque coincidían en la doctrina de la alienación de la clase obrera, de la lucha de clases y la concepción materialista de la historia. En coautoría publicaron El Manifiesto Comunista que tuvo especial resonancia en Europa.

El comunismo no es sino una forma extrema del socialismo. Desde el punto de vista ideológico, no hay diferencia sustancial entre los dos. De hecho, la Unión Soviética comunista se llamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1922-1991) y la China comunista, Cuba y Vietnam se definen a sí mismas como naciones socialistas.

Según los mismos socialistas, el socialismo se trata de una teoría o ideología que propone un sistema político y económico donde la sociedad, como una unidad o un todo, se convierte en la principal beneficiaria de los bienes y de los derechos. Es decir, que «la sociedad» debe estar antes y por encima de las personas individualmente consideradas, lo cual garantizaría un máximo de igualdad entre ellos, además de facilitar la desaparición de las clases sociales. Y ponemos entre comillas la palabra «sociedad» dentro de esta definición, porque en realidad termina siendo «el Estado».

Durante el siglo pasado, este concepto —que ya no definición— ha sufrido atenuaciones y combinaciones que han servido para hacerla versátil según los esquemas de organización políticos y económicos. Es decir, que en cuanto a la administración de los sistemas de producción (empresa, industria) o control que ejerce esa «sociedad» sobre los sectores económicos y políticos supuestamente puede ser parcial (distintos grados) o total (lo que llaman socialismo real o comunismo). Ese es el fondo de la «redistribución de la riqueza» que, en distintos grados de pureza, postulan todas las doctrinas de izquierda (social-democracia, socialismo, comunitarismo y marxismo).

Por otra parte, ya desde el punto de vista de la historia de las ideas, el socialismo es la síntesis de las teorías y prácticas político-económicas que surgieron a partir de la Revolución Francesa (1789), y que siempre ha estado asociada a la categoría política «izquierda» que, a su vez, se vincula al propósito revolucionario de abolir todo «antiguo régimen» y producir una dinámica social progresiva (progresismo)[1].

La gran pregunta es: ¿acaso eso que postula el socialismo es lo mismo que nos enseña Jesucristo?  La respuesta es, rotundamente NO. Aunque existan cristianos, sacerdotes católicos, pastores protestantes y evangélicos que se identifiquen con el socialismo, hay que aclarar, tajantemente, que el socialismo es, por definición y por su misma práctica, antagónico con la Fe cristiana y con su antropología[2].

El socialismo busca eliminar la «injusticia» al transferir los derechos y responsabilidades de los individuos y las familias al Estado. En el proceso, el socialismo realmente crea injusticia. Se destruye la verdadera libertad: la libertad de decidir todos los asuntos que se encuentran dentro de nuestra propia competencia y de seguir el curso mostrado por nuestra razón, dentro de las leyes de la moralidad, inclusive los dictados de la justicia y la caridad.

El socialismo es antinatural. Destruye la iniciativa personal, fruto de nuestra inteligencia y libre albedrío y lo sustituye por el control del Estado. Donde quiera que se implementa, se tiende al totalitarismo, con su gobierno represivo y policial.

El socialismo clama por una «redistribución de la riqueza», tomando de los «ricos» para darle a los pobres. Impone impuestos que castigan a aquellos que han sido capaces habitualmente de aprovechar mejor su talento productivo, y capacidad de trabajo o de ahorro. Utiliza los impuestos para promover el igualitarismo económico y social, un objetivo que podrá lograrse plenamente, de acuerdo con el Manifiesto Comunista, con la «abolición de la propiedad privada».

El socialismo no ve ninguna razón moral para restringir las relaciones sexuales al matrimonio, es decir, la unión indisoluble entre un hombre y una mujer. Por otra parte, el socialismo socava la propiedad privada, que Friedrich Engels, el fundador del socialismo moderno y del comunismo junto a Karl Marx, vio como el fundamento del matrimonio tradicional.

El socialismo da al Estado, y no los padres, el control de la educación de los niños. Casi desde el nacimiento, los niños han de ser entregados a las instituciones públicas, donde se les enseñará lo que el Estado quiere, independientemente de las opiniones de los padres. La teoría evolucionista debe ser enseñada. La oración en la escuela debe ser prohibida.

Una supuesta igualdad absoluta entre los hombres es la premisa fundamental del socialismo. Por lo tanto, considera que toda desigualdad es injusta en sí misma. Los empleadores privados son rápidamente calificados de «explotadores», cuyas ganancias pertenecen realmente a sus empleados. Como consecuencia, se descarta el sistema salarial.

La antropología cristiana nos enseña que nuestra naturaleza humana tiene dos atributos fundamentales: la inteligencia y la voluntad (libertad); y, aun cuando todos somos iguales en Dignidad, porque somos igualmente personas creadas por Dios a su imagen y semejanza, resulta que somos, al mismo tiempo, diferentes en cuanto a aquellas potencialidades operativas. En efecto, todos tenemos voluntad e inteligencia, pero en diferentes grados y combinaciones de grados; y por supuesto también cuentan las diferencias accidentales como la apariencia física, habilidades motoras, etc. Y esa realidad depende del misterioso plan de Dios, y por eso no todos somos concertistas de piano, ni tampoco somos Napoleón Bonaparte o Albert Einstein. Entonces, por eso mismo, de modo natural y justo, algunos logran más que otros, y también tienen más que otros.

Así mismo, esa Dignidad humana que todos presentimos como algo fundamental e inalienable, sumado al papel del hombre en el plan de la creación, implica que todo, absolutamente todo, en el orden social y político debe estar ordenado a la Persona como fin absoluto de ese orden social[3]. Es decir, que el Estado y la «sociedad» no pueden estar por encima de la Persona como sujeto, objeto y término (fin) del orden social. Ni el Estado ni la «sociedad» tienen alma, o sentimientos o fin trascendente; la Persona de carne y hueso sí.

Entonces, el socialismo es, básicamente, una rebelde y petulante contestación al Plan de Dios, de modo muy concreto, en la realidad de nuestra naturaleza humana y que en sus ideales propone a la sociedad como entidad que se ubica antes y por encima de la persona.

La creencia en Dios, que a diferencia de nosotros es infinito, omnipotente y omnisciente, choca frontalmente con el principio de igualdad absoluta. El socialismo por consiguiente rechaza lo espiritual, afirmando que sólo existe la materia. Dios, el alma, y la otra vida son ilusiones, de acuerdo con el socialismo.

Para el socialismo no hay verdades absolutas o moral revelada, que establecen las normas de conducta que se aplican a todos en todo lugar y en todo tiempo. Todo evoluciona, incluyendo la verdad y el error, el bien y el mal. No hay lugar para los Diez Mandamientos, ni en la vida privada ni en la esfera pública.

De acuerdo con Karl Marx, la religión es «el opio del pueblo». Lenin está de acuerdo: «La religión es el opio del pueblo. La religión es una especie de aguardiente espiritual de mala calidad, en el que los esclavos del capital ahogan su imagen humana, y su demanda por una vida más o menos digna del hombre…» (El socialismo y la religión, escrito en 1905).

Para ver claramente la incompatibilidad entre el socialismo y la doctrina cristiana no hace falta acudir al tema propiedad privada. Nos bastaría considerar otros aspectos que algunas veces son pasados por alto, o como que no importaran tanto como lo de la propiedad privada concreta. Nos referimos a la subsidiariedad del Estado y a las organizaciones que están por encima del individuo y a la iniciativa privada.

Si existe un ordenamiento jurídico sólido y vigente que ejerza su imperio y que tenga a la persona como centro, ya se estará garantizando el equilibrio y la igualdad de oportunidades. El problema surge cuando las políticas socialistas pretenden modelar «por su propia mano» la justicia y fundar, desde el Estado, la justicia, el desarrollo y el progreso, la riqueza, las sociedades intermedias, y hasta la felicidad. Es, exactamente, el «elefante que camina en un jardín de rosas».

Socialismo y cristianismo han constituido un matrimonio ya casi bicentenario, donde se han sucedido románticas escenas de paz y otras de tirarse los platos a la cabeza, como en aquellas canciones de Pimpinella Escarlata. Aunque existe un socialismo premarxiano con raíces cristianas, es indiscutible que la herencia de Karl Marx marcó gran parte de este movimiento. Marx encuadró la lucha contra la religión dentro de la lucha contra el capitalismo. El marxismo extendió por medio mundo regímenes de corte dictatorial y laicista, sacrificando millones de vidas humanas. El socialismo democrático europeo posterior se ha ido distanciando del materialismo marxista revolucionario. Además, el socialismo es un producto netamente europeo, y aunque Marx fuera judío, es indudable que en la base del socialismo late la herencia cristiana. Hay una corriente en el siglo XIX de «igualitarismo cristiano», de comunas y cooperativas, que tiene indudables raíces religiosas.

La religión, el más potente elemento cultural conocido por la Humanidad, fue una de las primeras realidades en sufrir la crítica marxista y la apisonadora estalinista. A través del cristal monocromo de la «lucha de clases», fue calificada como otro instrumento de alienación de los proletarios en manos de los poderosos, un montaje ideado por los opresores para desmovilizar al pueblo mediante el conformismo. Es lo mismo que Marx y Engels hicieron con la institución familiar: leerla desde su esquema, aborrecerla y tratar de borrarla del mapa. Desde entonces, el acoso y derribo a la familia natural es una constante del socialismo laicista radical, que siempre procura sustituirla por estados padre y madre con acceso directo a las mentes individuales.

Añadiremos que Marx se equivocó al leer la realidad con unas gafas mal graduadas, que le produjeron el miope efecto de tomar la parte por el todo. La religión no es el opio del pueblo, aunque más de una vez haya sido utilizada o malvivida como tal. Muy al contrario, no existe fuerza mayor para comprometer la vida de las personas con el bien de sus semejantes que la sana religión, la fe en un Dios que da sentido, dirección, dignidad y responsabilidad eterna a la existencia. Mandando a pastar a Nietzsche, que se atrevió a decir que eso de amar al prójimo es la crueldad más terrible jamás pronunciada, no cabe duda de que el amor incondicional proclamado y posibilitado por Jesucristo, pese a las deficiencias de los que intentamos vivirlo, ha generado los mejores logros humanos de nuestra civilización. Y no nos referimos sólo a sinfonías o catedrales, sino al progreso ético y moral.

El verdadero «opio del pueblo y para el pueblo» es el socialismo-laicismo radical, detritus posmoderno del materialismo ateo marxista. La trágica alienación y el descarado dominio sobre el pueblo del que acusan a la religión es, vean la paradoja, mucho más fácil cuando no hay religión, cuando se aparta a Dios, cuando no hay ninguna referencia moral universal y los únicos patrones de conducta son el relativismo intelectual y moral, el positivismo jurídico o «ley a la carta», el hedonismo práctico y las ideologías o «religiones laicas» impuestas por los Estados gobernados por la prole ideológica de Karl Marx. Entre otras cosas, esos neototalitarios travestidos de progresismo, dictan cada temporada desde su pasarela las ideas que van a estar «de moda» y las que van a ser relegadas a la «caverna».

Nosotros afirmamos lo contrario, que los marxistas: el ateísmo, el agnosticismo, el antiteísmo, el laicismo, son el opio del pueblo y para el pueblo. Si no hay Dios, ni Vida Eterna, ni principios morales universales donde apoyar las leyes, ni responsabilidad escatológica, de nuestros actos, ¿para qué hacer el bien? ¿Qué es el bien? ¿Qué está bien y qué está mal? ¡Yo lo decido! Como tan tristemente dicen muchos jóvenes: menos «comidas de tarro» y a «vivir a tope». A disfrutar del placer que se ponga a tiro, luego al hoyo y «que me quiten lo bailao». Triste filosofía de la vida, con criterios éticos precocinados y dictados por un Estado neototalitario que impone su ideología, su «religión de Estado», un nuevo «opio del pueblo», laicista y antiteo basado en el hedonismo y bien surtido por el consumismo.

Terminamos con unas palabras de Jorge Hau (máster y doctorado de University of Birmingham, Graduado en 1983) publicadas en Quora: «El marxismo es como una religión que en lugar del cielo te ofrece el comunismo. El cielo y el comunismo son igualmente utópicos. Son sitios donde sólo vamos para ser felices y hermanos unos con los otros y donde no existen necesidades humanas […]. El desarrollo según el marxismo comenzó con el comunismo primitivo, luego esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo y finalmente el cielo, el comunismo y ahí se detiene el proceso. Tal y como la religión concibe el cielo, una vez que llegas al cielo, no tienes nada más que buscar, se llega al final. Y más allá no hay nada».

Para Hau, el marxismo es la teoría, la doctrina, la ideología, la filosofía y dentro de él se define el socialismo y el comunismo.

¿Qué necesita hacer el hombre para aceptar la salvación?:


- Tener presente que es un combate espiritual.
- Consagrarse a la Santísima Virgen pidiendo su ayuda.
- Vivir la vida de gracia.
- Alimentarse de la Eucaristía.
- Oración.
- Cooperar cada día con Dios para que triunfe su voluntad en cada acto de la vida.

«El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1024).

Dios nos ha creado para que compartamos la vida y el amor de la Trinidad. El Cielo es, en última instancia, el cumplimiento de esa meta.

La Biblia nos explica que en el cielo veremos a Dios «cara a cara» (1 Cor 13, 12).

La Iglesia enseña que en el cielo experimentaremos un sentido profundo de comunión con todos nuestros hermanos. Por la fe sabemos claramente que la muerte no es el final de la historia; aquellos que han muerto con Cristo también vivirán con Él en la gloria. En el cielo, nos reuniremos con todos aquellos que han vivido el camino de la fe a través de la historia… sólo piénsalo por un segundo: imagínate el poder ver a nuestros seres queridos, nuestro ángel guardián y los grandes santos del Antiguo Testamento. En el cielo estaremos unidos a ellos como resultado de nuestra unión con Dios. Esa comunión será mucho mayor que cualquier amistad o amor que hemos experimentado en esta vida.

Como lo prometió Cristo (y como lo demostró resucitando Él mismo), habremos de gozar de un cuerpo glorioso como el Suyo.

TENEMOS que llegar al cielo. Es el sentido último de nuestra vida y definitivamente sería un fracaso total de la existencia el no haber llegado.

 

Otros escritos:

http://www.sotodelamarina.com/Javier_Ubeda/Artículos/20230608Javier_Ubeda_Ibañez1.htm

http://www.sotodelamarina.com/Javier_Ubeda/Artículos/20240521Javier_Ubeda_Ibañez1.htm


 

[1] Es bastante común la idea errónea de que socialismo, marxismo y comunismo son términos equivalentes. Sí están estrecha y causalmente relacionados, pero no son lo mismo. Marx aportó nuevos elementos —supuestamente científicos— al socialismo de la Revolución Francesa, al cual criticó por romántico o utópico. Y comunismo es una realización, claramente socialista y marxista, en medio de una realidad política concreta en la que no existen las clases sociales a través de la igualación total.

 

[2] La antropología cristiana es la comprensión del hombre a partir de la Revelación, y da las claves para entender la constitución del ser humano como ser racional que necesita para alcanzar sus perfecciones al máximo y realizarse adecuadamente para alcanzar su fin último. A partir de la antropología cristiana podemos conocer, en resumidas cuentas, cómo y de qué está hecho el hombre, y conforme a ello, qué es lo que necesita y le conviene para realizarse. La Iglesia, experta en humanidad, desarrolla sus enseñanzas conforme a esa antropología.

 

 

[3] A veces hace falta aclarar que, ciertamente, la persona es el fin del orden social, mas no de sí mismo. El hombre es un fin en sí mismo, pero no de sí mismo; son dos cosas muy diferentes y hasta excluyentes.