Colaboraciones
La dictadura del relativismo
30 julio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
Una democracia sin principios se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. La conclusión es clara: una democracia sin principios, esto es, relativista, se convierte más tarde o incluso temprano en un Estado totalitario porque es ilimitado su poder moral, y bajo la apariencia de defensa de la libertad y de lo plural, lo que hay es una imposición de un monismo naturalista. Si es que ninguna concepción del bien y de la verdad tiene cabida en el Derecho, entonces lo que hay es la imposición de unas leyes cuyo único principio es que no hay ningún principio trascendente. El pluralismo es aceptado supuestamente, pero con la excepción de aquellos que creen conocer la verdad. Estos no pueden ser aceptados porque son un peligro para la democracia. Por eso, todo ello encaja perfectamente dentro del laicismo esencial e ideológico que viene, expresado en leyes, en proyectos sociales y culturales.
Dios no cuenta, Dios queda relegado a la esfera de lo privado, aún más, Dios no tiene que ver con el mundo, no es real, cuanto se refiere a Dios es ficticio. Todo está sujeto al hombre y a la decisión del hombre, a su libertad, y nada más. Así tampoco cuenta la verdad que nos precede y de la que no podemos disponer: no hay verdad, dejará de ser cierto que «la verdad nos hará libres», para pasar a la certeza de que «la libertad nos hace verdaderos». Deja de existir lo bueno y lo malo en sí mismo, porque ya no hay bueno ni malo por sí mismo, en toda circunstancia y lugar, siempre.
Dependerá de las circunstancias, de los intereses, de los fines que se persigue, de los resultados y consecuencias que acarrea. El fin justifica los medios. Pero eso, seamos claros, es un totalitarismo, una dictadura, la del relativismo. Estamos, pues, ante un gran cambio cultural, reflejo de un mundo sin Dios, que se vuelve contra el hombre y la recta razón del hombre, se diga lo que se quiera. En eso estamos y a eso vamos; pero podemos y debemos superarlo, al menos por el bien y el futuro del hombre. Estamos a tiempo.