Colaboraciones
Las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios
20 julio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez
Es opinión bastante difundida que los hombres de ciencia son generalmente agnósticos y que la ciencia aleja de Dios. ¿Qué hay de verdad en esta opinión? Los extraordinarios progresos realizados por la ciencia, particularmente en los últimos dos siglos, han inducido a veces a creer que la ciencia sea capaz de dar respuesta por sí sola a todos los interrogantes del hombre y de resolver todos los problemas. Algunos han deducido de ello que ya no habría ninguna necesidad de Dios. La confianza en la ciencia habría suplantado a la fe. Entre ciencia y fe—se ha dicho—es necesario hacer una elección: o se cree en una o se abraza la otra. Quien persigue el esfuerzo de la investigación científica, no tiene ya necesidad de Dios; y viceversa, quien quiere creer en Dios, no puede ser un científico serio, porque entre ciencia y fe hay un contraste irreducible.
El Concilio Vaticano ll ha expresado una condición bien diversa. En la constitución Gaudium et spes se afirma: «La investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser» (Gaudium et spes, 36).
El hombre se mueve en el mundo buscando algo más allá desde su aparición en este planeta. Busca algo que le sostenga, algo seguro en donde depositar todo su obrar, como si fuera un eterno buscador de algo que quiere poseer para siempre y que nadie se lo quite. Esta búsqueda permanente también me habla de Dios. Nunca se me ha aparecido Dios, pero la creación me responde, me contesta, me sugiere. Negar la existencia de Dios sería negar el sentido de las cosas, el sentido del hombre y de su fin en esta tierra.
A Dios no lo vemos. Pero hay veces que tampoco vemos muchas otras cosas, y, sin embargo, sabemos que existen. ¿Cómo? Porque descubrimos las señales que nos hablan de ellas. Podemos decir que todo el universo, desde las constelaciones más lejanas hasta las estructuras subatómicas más sencillas, nos hablan de un Dios que ha pensado en todo y ha querido, por amor, la existencia de sus criaturas.
El testimonio de la Sagrada Escritura (cfr. Sb 13, 1-9; Rm 1, 18-20; Hch 17, 22-27) y las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia confirman que el intelecto humano puede llegar, hasta el conocimiento de la existencia del Dios creador, partiendo de las criaturas (cfr. Catecismo, 36-38). Al mismo tiempo, ya sea la Escritura, ya sea el Magisterio, advierten que el pecado y las malas disposiciones morales pueden hacer más difícil este reconocimiento.