Colaboraciones

 

La vida religiosa

 

 

 

11 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

El religioso(a) es ese hombre o mujer, que se esfuerza cada día por realizar aquello que falta: «Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme» (Lc 18, 22). ¿Qué es la vida religiosa? En pocas palabras: seguir a Jesús. Seguir a Jesús por un camino muy preciso que es la imitación de su vida. Este camino tiene por objetivo en la propia vida, la perfección de la esencia del cristianismo: la caridad. ¿Cómo lo logra? Por la vivencia de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia), que son la expresión de su consagración total a Dios. Los votos no son más que medios para poder poseer a Cristo de un modo más perfecto, único fin de la vida
religiosa. Un religioso busca ser pobre, conserva su castidad y obedece a sus superiores no por formar estas virtudes en sí, sino para imitar mejor a Jesucristo.

Los votos han de cumplirse al Señor con toda fidelidad. Deben ser cumplidos por fidelidad moral jurídica, pues de otro modo hubiera sido mejor no hacerlos: que «nada te impida cumplir pronto un voto, no esperes a la muerte para cumplirlo. Antes de hacer un voto, míralo bien, no seas como quien tienta al Señor» (Eclo 18, 22). Pero, sobre todo, deben cumplirse los votos por fidelidad de amor al Señor y, por tanto, con alegría: «Haced votos al Señor y cumplidlos» (Sal 75,12).

«El voto, es decir, la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de la religión» (Código c. 1191; Catecismo 2101-2103, 2135). Es un acto religioso
sumamente grato a Dios, y que, por supuesto, es accesible igualmente a los laicos, como a los sacerdotes o los religiosos.

Unos votos son públicos, es decir, aceptados por la Iglesia, como es el caso de los votos religiosos; otros son privados, formulados individualmente.

La formulación más perfecta de los votos se da, sin duda, en los religiosos (Catecismo 2103).

La Iglesia considera los votos como la forma más alta de comprometerse a algo con Dios.

Todo voto obliga al que lo hizo por la virtud de la religión, que es la más alta de todas las virtudes, después de las teologales, pues tiene por objeto nuestras obligaciones morales con el mismo Dios.

Así lo explica el padre Royo Marín: «Su quebrantamiento supone un sacrilegio (ciertamente en el voto público de castidad) o, al menos, un pecado contra la virtud de la religión, grave o leve según la materia
del voto y la intención del que lo hizo.

«La circunstancia del voto hay que declararla siempre en confesión».

El voto puede cesar por sí mismo, una vez cumplido, o si la situación de la persona ha cambiado en forma decisiva. También puede ser anulado, dispensado o conmutado.

No sólo los sacerdotes consagran su vida a Dios. También los religiosos, hombres y mujeres, entregan al Señor su vida entera por medio de los votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia.

Lutero aborrecía juntamente las reglas y los votos, como si fueran judaizaciones del cristianismo, que destruían la libertad de los cristianos; y donde arraigó su influjo, se acabó la vida religiosa. Por eso el concilio de Trento hubo de rechazar la doctrina de quienes «de tal modo dicen que hay que hacer recordar a los hombres el bautismo recibido, que entiendan que todos los votos que se hacen después del bautismo son nulos, en virtud de la promesa ya hecha en el mismo bautismo» (1547, Dz 865/1622). También la Iglesia rechaza como error la enseñanza de Miguel de Molinos, y de su camino interior, según el cual «los votos de hacer alguna cosa son impedimentos para la perfección» (1687, Dz 1223/2203).

Más recientemente, León XIII, al rechazar los errores del americanismo, señala en especial aquellos que llevan consigo «un desprecio de la vida religiosa».

Para la Tradición católica, los votos son sin duda la forma más perfecta para establecer con Dios ciertos pactos personales, temporales o irrevocables. Y así piensa, también hoy, el Magisterio apostólico (Lumen gentium, n. 44).

Unido a los votos, hay otro elemento característico de la vida religiosa en la Iglesia y es la «vida de comunidad». El religioso o la religiosa no se entrega sólo a la tarea de santificarse imitando a Jesucristo, sino que comparte sus esfuerzos, triunfos y derrotas en comunidad, dentro de una nueva familia, donde tiene hermanos o hermanas, padres o madres que buscan el mismo fin.