Colaboraciones

 

Las diversas variedades del absolutismo en Mons. Ketteler (I)

 

 

 

07 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

Mons. Ketteler explicó en 1862 las diversas variedades del absolutismo, desde el antiguo paganismo hasta el liberalismo o «falso liberalismo» contemporáneo: «El abuso egoísta del poder político, ya se intitule “por la gracia de Dios” o bien “por la gracia del pueblo”, ora se pretenda fundarlo en la voluntad divina o en la voluntad humana, es lo que constituye la esencia del absolutismo y la centralización ilimitada. El absolutismo es, pues, la introducción del egoísmo en el poder civil, de igual manera que la revolución es el reinado del egoísmo en los miembros del cuerpo político. Ambos suprimen igualmente la unidad social: el uno matando la libertad, la individualidad y la vida personal de los miembros; la otra, rompiendo el lazo que sostiene a la sociedad: destruyendo el uno la pluralidad, la otra la unidad, cuando pluralidad y unidad son condiciones igualmente indispensables a toda sociedad, en particular a la sociedad civil. Así, el carácter propio del absolutismo consiste en la tendencia del poder civil a usurpar una autoridad sin límites a expensas de los individuos y de las corporaciones, tendencia que se revela sobre todo en una centralización inconmensurable. El absolutismo es ambicioso y celoso hasta el exceso: quiere pensar por todos, administrar por todos, obrar por todos, instruir y hacer feliz a todo el mundo. Sólo deja a los demás el cuidado de trabajar, pagar y hacer las elecciones siguiendo los procedimientos de su liberalismo. Toda independencia le es odiosa, y le parece formar lo que él llama un Estado dentro del Estado».

Esta cita es suficientemente elocuente y la verdad es que no requiere muchos comentarios.

Como vemos, el concepto de absolutismo en Mons. Ketteler equivale bien a lo que hoy entendemos más por «totalitarismo», y se observa claramente que puede darse, y de hecho se da, en el liberalismo. No sólo en aquel liberalismo centralista del siglo XIX que tan funestas consecuencias tuvo en España de cara a forjar problemas regionales, sino en general en el liberalismo que parece centrar la esencia de sus libertades aparentes en la celebración periódica de elecciones que, en el fondo, lo único que hacen es contribuir a sostener un sistema tiránico con careta democrática. Ciertamente, el liberalismo ha suprimido los cuerpos intermedios, las corporaciones a las que alude Ketteler, para extender su poder omnímodo a través del sistema de partidos. Y cuando el liberalismo es de tendencia especialmente laicista, entonces considera que el peor «Estado dentro del Estado» no es otro que la Iglesia Católica, a la que trata de limitar y de controlar por todos los medios.

Ketteler explica cómo «en tiempos del antiguo paganismo el poder absoluto adquirió bajo el régimen imperial un desarrollo prodigioso», especialmente en el modelo romano, y cómo, frente a él, «el cristianismo se presenta en nombre del verdadero Soberano del mundo y derriba los ídolos, carcomidos por la fuerza irresistible de su doctrina. Proclama la unidad de Dios, la redención del género humano, la elevación de todos los hombres a la dignidad de hijos de Dios, la obligación de obedecer a Dios primero que a los hombres y al emperador, la existencia de la conciencia que todo hombre lleva en el fondo de su alma como un santuario, la separación de la autoridad espiritual y de la autoridad temporal» [que en el pensamiento de Ketteler implica la autonomía de cada una en su campo, pero también la necesidad de la colaboración entre ambas].