Colaboraciones

 

La razón en la teología de Joseph Ratzinger. Aportaciones nuestras

 

 

 

04 junio, 2024 | Javier Úbeda Ibáñez


 

 

 

 

 

 

El tema de la razón es un clásico en la teología de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI). Aparece ya en su tesis doctoral sobre san Agustín, quien formuló el famoso aforismo: «Credo ut intelligam, intelligo ut credam». «Creo para entender mejor, y pienso para poder creer más y mejor», podríamos traducir. A lo largo de toda su obra, el teólogo alemán recordaba la apuesta comprometida por parte del primer cristianismo a favor de la razón y la filosofía, sus más difíciles adversarias con las que sin embargo se avino a dialogar y a encontrar una difícil armonía.

Ratzinger no paró de recordar la importancia de la razón en el cristianismo. Esta alianza entre razón y religión no es sin embargo una exclusiva de lo cristiano. Por ejemplo, Ratzinger recuerda cómo en la misma traducción de los Setenta se unen fe y razón, el logos griego con el dabar (término hebreo que significa palabra que al ser pronunciada crea lo que dice) bíblico, como se suele decir. Atenas y Jerusalén pueden convivir juntas. A esas ciudades se unirá después Roma, cuando surja el cristianismo.

Pero es lógico que esta síntesis entre fe y razón —entre lo griego y lo bíblico— sea posible, pues todo acto de fe tiene un momento racional. El creer no implica dejar de pensar. Nuestra fe no es un credo quia absurdum, un salto al vacío, hacia lo irracional: no es tirarse de un avión sin paracaídas. Como dijo Antoni Gaudí en una ocasión, cuando le preguntaron unos canteros cómo debían representar la fe: «¡Con los ojos cerrados no: con los ojos abiertos! La fe no nos impide el pensar».

Fe y razón en continua búsqueda de una posible armonía. Ambas miran en la misma dirección: hacia la verdad. La propuesta del cardenal Ratzinger era además de lo más ambiciosa: conseguir «una nueva Ilustración», que a su vez requiere una nueva razón. Al igual que los primeros cristianos consiguieron esa difícil síntesis entre fe cristiana y razón secular, también nosotros hemos de hacer ahora algo parecido. Pero para esto se requiere un nuevo concepto de razón: no la razón matemática, calculadora, racionalista o positivista, sino una nueva razón abierta, ampliada.

¿A qué? Ampliada y abierta al mundo del arte, de la ética, de la religión e incluso de los sentimientos. Eso sí, sin dejar de ser razón, de ser plenamente racional, valga la redundancia. En este sentido, el concepto de razón que proponía el cardenal Ratzinger —como decía el también cardenal alemán Walter Kasper— es más posmoderna que moderna. Esta nueva razón puede traer consigo una nueva Ilustración, una nueva síntesis entre razón y religión, razón secular y fe cristiana. Y en estas estamos, sostenía Ratzinger.

Queremos hacer mención a un acontecimiento que fue importante en su momento, y que todavía mantiene una total vigencia. Se trata del encuentro entre Joseph Ratzinger (Benedicto XVI, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe) y Jürgen Habermas (filósofo y sociólogo alemán, Düsseldorf, 1929), en Múnich en enero de 2004. En ese debate que mantuvieron el teólogo alemán y el filósofo de la Escuela de Fráncfort, epígono del marxismo, acordaron que razón y religión debían curarse mutuamente —así lo decían— de sus respectivas patologías. Por un lado, la razón debe evitar que la religión caiga en los excesos del fanatismo y del fundamentalismo en los que en ocasiones ha caído.

Pero además también la razón ha cometido serios errores al separarse de la religión. Es la razón moderna, la razón racionalista, valga una vez más la redundancia. Los sueños de la razón producen monstruos, pintó Goya. La razón moderna ha producido monstruos como Auschwitz, Hiroshima o Chernobyl. Por eso la religión puede corregir la hybris, el orgullo y los excesos de esta razón cerrada. Esta mutua implicación, este feed back, esta retroalimentación entre fe y razón puede producir todavía interesantes frutos también en el futuro. Esto también aparecía en el discurso de Ratisbona del papa Benedicto XVI.

En dicho discurso, Benedicto XVI afirmaba que «una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas». Pero al mismo tiempo añadía: «No actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». «Quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas».

Joseph Ratzinger recuerda figuras de la antigüedad cristiana como san Justino, en su polémica con Celso, quien también fue martirizado, o san Clemente de Alejandría, san Agustín o tantos otros padres de la Iglesia que defendieron la importancia de la razón, a pesar de que algunos podrían considerarla —exagerando un poco— «la peor enemiga de la religión».

«La razón moderna es una razón pequeña, limitada, mutilada», afirma Ratzinger.

Pensamos que la razón, por el hecho de ser un don de Dios al hombre, no puede contradecir jamás a la fe, pues el Creador no puede ir en contra de aquello que ha creado. Querer separar la razón de la fe, sería destruir la esencia misma del hombre. El ser humano es una unidad, un alma que cree y un cuerpo que busca las razones de sus creencias. Ciertamente buena parte de la sociedad se resiste a creer en aquello que supera la esfera de la razón, lo que no se puede comprobar empíricamente.

Opinamos que una fe aislada no puede ser el único soporte de una religión, de igual modo que una razón encerrada en sí misma no puede soportar a la fe. La inteligencia es una vía que, bien usada, conduce a la trascendencia. En el camino hacia el encuentro del hombre con Dios, la razón no puede ocupar «el puesto», sino «un puesto» que se complementa con la fe.

Entendemos que la fe en Dios, lejos de perjudicar nuestra capacidad de comprendernos a nosotros mismos y al mundo, la dilata; lejos de ponernos contra el mundo, nos compromete con él.

Consideramos que, si la fe no está acompañada de una razón bien formada, corre el peligro de reducirse a un mito o superstición. Por el contrario, si el ejercicio de la razón no está acompañado de una fe adulta, deja de interesarse por las grandes preguntas que siempre han preocupado al género humano, para acabar hablando de trivialidades sin trascendencia alguna.