Colaboraciones
Pecado venial deliberado
25 marzo, 2023 | Javier Úbeda Ibáñez
Vivir habitualmente aceptando en nuestra vida las imperfecciones o los pecados veniales deliberados, es lo mismo que vivir habitualmente diciendo «no quiero ser santo», «no quiero amar a Dios tanto como puedo hacerlo», «no quiero cumplir lo más perfectamente posible Su voluntad»; «quiero tener un “espacio” en mi vida, aunque sea mínimo, donde mande yo y no Dios»; «no quiero aceptar las reglas del amor que es totalizador y totalizante»; «no quiero entregarme totalmente, no quiero amar de verdad, prefiero, al menos en esto, amarme a mí mismo»…
Justamente por esto, quienes llegaron a la perfección de la caridad, nunca pactaron con este enemigo que, aunque no llegue a dar la muerte, enferma nuestra vida espiritual. «Reventar antes que cometer un pecado venial», repetía como una muletilla Santo Toribio de Mogrovejo.
El pecado venial debilita la luz del alma. Cada pecado venial es como una nubecilla que se interpone entre nosotros y el sol, que es Dios. Tantos pueden ser los pecados que ese nublado puede ser espeso, oscuro o apenas nos envíe su luz… Solo los limpios de corazón pueden ver a Dios.
El pecado venial no produce la muerte del alma, sino enfermedad y debilitamiento; no separa al hombre de Dios completamente; no excluye de su gracia y amistad; no desvía al hombre totalmente de su fin, sino que implica un culpable desvío en el camino hacia él.
Santo Tomás, tan poco amigo de exageraciones, afirma: «Quien peca venialmente… desprecia algún orden, y con eso acostumbra su voluntad a no sujetarse en las cosas menores al orden debido; se dispone a no sujetar su voluntad al orden el último fin, eligiendo lo que de suyo es pecado mortal».
La repetición de veniales nunca llega a constituir pecado mortal, pero el alma puede llegar a tanto en su debilidad que casi insensiblemente, sin percatarse, de el paso fatal.
Los pecados veniales, leves o cotidianos: ofenden a Dios, pero no cortan la relación de amistad con Él.
Dice el P. Luis de la Puente: «Yo he caído en muchas imperfecciones, pero jamás he hecho las paces con ellas».
Son particularmente los santos, quienes más aman a Dios, los que más insisten en la posible gravedad de ciertos pecados veniales.
Según Santa Teresa: «Pecado por chico que sea, que se entiende muy de advertencia que se hace, Dios nos libre de él […]» (Medit. Cantares 2, 20).