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La vejez: última etapa

En un momento te das cuenta de que has llegado a la vejez y que no hay marcha atrás

 

 

Francisco Rodríguez Barragán | 12.11.2017


 

Hay cursos de preparación para todo, pero que todos sirvan para algo está por ver, pero estoy seguro de que no existe ningún curso que nos prepare para la vejez,  que cada vez será más larga y en la que los cambios serán tan rápidos que no habrá manera de asimilarlos, quizás tan solo sufrirlos.

Entré en la vejez cuando me jubilé al inicio de este siglo y sentí el júbilo de poder tener tiempo para todo: viajar, organizar mis libros, mi colección de sellos y monedas. Pronto pasó todo eso: los libros siguen apilándose sin orden ni concierto, las colecciones de sellos y monedas están abandonadas desde hace años, sin que ninguno de mis hijos o nietos haya mostrado el más mínimo interés ni en los libros, ni en los sellos, ni en las monedas que no sean de curso legal.

Durante unos años disfruté de los viajes con mi esposa, bien en nuestro coche o en los organizados por el INSERSO, pero luego empezaron las limitaciones físicas. Dejamos de viajar,  pues cada vez se me hacía más difícil conducir y aparcar el coche. Las excursiones en grupo, que habían sido tan agradables hubo que dejarlas ya que cada vez caminábamos más despacio y quedábamos descolgados del grupo. Ahora dependemos de los demás para ir a cualquier sitio.

Nos dedicamos con entusiasmo a trabajos voluntarios y a asumir responsabilidades y,  aunque seguimos colaborando, ya cedimos el paso a gente con más empuje y energía.

Cuando nos reunimos con los amigos la conversación suele girar sobre nuestros achaques ¿Cuándo te operan de cataratas? Ya me han puesto la prótesis de rodilla y lo lentas que son las lista de espera en la sanidad pública.

De los ideales e ilusiones que compartimos de jóvenes acerca de construir un mundo mejor, pues parece que son otros los que lo han construido y no nos gusta demasiado. Tragamos a regañadientes cosas que nos habrían resultado impensables como la ideología de género, el juntarse sin casarse, el matrimonio entre personas del mismo sexo,  la libertad sexual o el día del orgullo gay.

La experiencia que hayamos podido acumular sirve de bien poco ya que no es  fácil que la gente más joven nos haga caso. Llevar más de cincuenta años casados resulta algo raro. Quizás piensen: ¿cómo habrán podido aguantarse tanto tiempo? Ahora vemos que las uniones son efímeras. Amores de usar y tirar que se disfrutan mientras resultes placenteros y se sustituye por nuevas experiencias. Aunque siga habiendo parejas cimentadas en la fidelidad y el compromiso de por vida, no es esto la tónica dominante.

Nuestras parroquias languidecen, solo viejos, pocos jóvenes y colas de rumanos o musulmanes para recibir la ayuda del banco de alimentos.  Las iglesias solo se llenan para los funerales.

No tendremos que renovar ya nuestro documento de identidad y pienso que ya son pocas las ocasiones en que nos pedirán el voto. ¿Qué nos queda de vida? Un par de legislaturas como mucho.

¿Qué futuro nos espera? Que uno muera antes que el otro y el que sobreviva se encuentre en la soledad. Desde que pienso en estas cosas, he descubierto el valor de la virtud de la esperanza que me habla de un cielo nuevo y una tierra nueva, donde ya no habrá llanto ni dolor y nos encontraremos con Dios y con los que amamos y nos precedieron en el viaje definitivo. Creo en la vida eterna.

 

Francisco Rodríguez Barragán