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El amor no solo es cosa de bodas

 

Francisco Rodríguez Barragán | 02.02.2016


El domingo pasado escuché en la misa la lectura del capítulo 13 de la carta de San Pablo a los Corintios. Es un texto muy conocido que se lee casi siempre en las bodas celebradas por la Iglesia y en él se detallan las cualidades del amor: el amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.

Al utilizarse con motivo de la celebración del matrimonio es posible que pensemos que se refiere  solo al amor entre los esposos, pero entiendo que el amor de que habla San Pablo tendría que ser la norma habitual de conducta de los cristianos en su vida diaria, en toda ocasión y con todo el mundo.

Sé perfectamente que no es fácil pero tenemos que intentarlo. Escuché a alguien decir que el evangelio está por estrenar, pero amar al prójimo no es una simple sugerencia piadosa sino un mandato imperativo.

Eso de ser paciente se lleva poco, no ser mal educado sino afable y amable debería ser la norma mínima de convivencia, no solo en la familia, sino en cualquier sitio. Nos quejamos cuando alguien nos trata sin educación, sin amabilidad pero quizás no contabilizamos las veces que hacemos lo mismo.

Por supuesto que no nos alegramos con las injusticias de los demás, aunque siempre tenemos alguna excusa para las propias. Todos los días nos sirven los medios la corrupción de unos y otros y seguramente la mayoría de la gente se siente muy por encima de los delincuentes, de los imputados, de los investigados y no desea tanto que se restablezca el derecho de los perjudicados como que se castigue a los culpables, al menos con la pena de telediario.

Parece que solo existen los delitos, los que tipifica y condena el código penal, por tanto los que no nos vemos amenazados por la justicia nos consideramos inocentes, buenos y dispuestos a apedrear a los culpables. Pero los delitos también son pecados, aunque nadie hable de ello ni de arrepentimiento, ni de perdón y habría que hacerlo y reconocernos todos pecadores por acción o por omisión, egoístas. soberbios, envidiosos, lujuriosos, avariciosos, en definitiva pecadores, faltos de amor al prójimo y necesitados del perdón de Dios.

No me cabe duda de que el mundo sería más habitable si cada uno amase a su prójimo como a sí mismo, si cambiase el sentimiento de odio por el amor, la comprensión, la amistad, la benevolencia. Podemos intentarlo una y otra vez.

Tenemos a la vista lo que ocurre cuando falta empatía y sobra odio. Creo que si el odio es contagioso y nos puede llevar al desastre, el amor también puede contagiarse y recuperar la convivencia.

Vale la pena releer lo que dice San Pablo sin reducirlo a las relaciones familiares sino en la amplia perspectiva de nuestra vida de relación con todos los demás. El amor no pasa  nunca.

 

Francisco Rodríguez Barragán