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Inventores de ídolos

 

Francisco Rodríguez Barragán | 12.01.2016


En el capítulo tercero del Génesis podemos leer el diálogo entre la mujer y el diablo que termina diciéndole que no les pasará nada por desobedecer a Dios, sino al contrario, Dios sabe muy bien que el día  que comiereis del árbol prohibido se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.

Desde entonces los hombres siguen queriendo ser como dioses olvidando que no se han  hecho a sí mismos sino que son criaturas porque Alguien  les concedió la existencia inexorablemente limitada por la muerte.

Eliminar a Dios de nuestras vidas nos parece la única forma de ser libres, pero el vacío de Dios tenemos que rellenarlo de alguna manera y creamos los ídolos, obras de nuestras manos que no nos pueden salvar.

En cada época y lugar los hombres han dado forma a sus ídolos que rara vez han resultado indulgentes pues han sido manejados por otros hombres en su propio beneficio y han exigido desde sacrificios humanos a ciega obediencia a los dictados de sus hierofantes.

No tenemos que remontarnos a la idolatría de los antiguos paganos sino observar los ídolos de la modernidad, quizás desde la diosa Razón de los revolucionarios franceses que impusieron sus razones a golpe de guillotina, los marxistas que entronizaron la lucha de clases y el socialismo como ídolos inapelables para encarcelar a las personas en gulags o eliminarlas para hacer posible el triunfo de su revolución o qué decir de los ídolos nazis del racismo y la fuerza. Ídolos todos creados por hombres que se creyeron dioses.

En la actualidad seguimos lo mismo. Rechazamos el orden natural creado por Dios y creamos el ídolo de la ciencia como única verdad, que debemos aceptar humildemente si no queremos ser tachados de tontos. Mantener que hay verdades más allá de la ciencia no resulta aceptable por lo que, en el mejor de los casos, simplemente seremos tolerados si no alzamos demasiado la voz.

Otro ídolo al que hemos de doblegarnos es la democracia. Un simple procedimiento para resolver problemas administrativos y de gestión, como puede ser nuestra comunidad de vecinos, resulta que se convierte en la ley inapelable de la mayoría que siempre lleva razón y puede decidir sobre lo bueno y lo malo, lo justo o lo injusto, la vida y la hacienda de los ciudadanos. Si se nos ocurre invocar la ley divina, como por ejemplo en el aborto, seremos rechazados por casi todos los partidos políticos y casi todos los medios de comunicación.

Las organizaciones supranacionales como pueden ser la Comunidad Europea o la ONU, también se erigen en súper ídolos, a los que acatar y obedecer, sin otra autoridad que la que ellos mismos se atribuyen para decidir sobre cualquier cosa ya sea el control de la natalidad, el calentamiento global, la ecología, la ideología de género, etc. mientras es dudosa su eficacia en acabar con las guerras, distribuir mejor los alimentos, garantizar los derechos humanos que nos otorgó Dios, sin andar retorciéndolos e interpretándolos para que digan lo que interesa a determinados gobernantes y grupos de presión.

Seréis como dioses nos sigue diciendo el demonio y seguiremos creando ídolos que no nos pueden salvar, pero Dios sigue llamándonos y ofreciendo su misericordia si nos convertimos a Él.

 

Francisco Rodríguez Barragán