Fe y Obras

 

Mes de mayo, mes de María

 

 

 

04.05.2018 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

Si seguimos aquello que dice que hay tres jueves al año que lucen más que el sol (Jueves santo…) y lo aplicamos, por decirlo así, a los meses, bien podemos sostener que hay un mes que luce mucho, también, más que el sol. Y nos referimos al que ahora andamos, el de mayo.

El mes de mayo está dedicado muy especialmente a nuestra Madre del Cielo, a María, a su vez (antes, claro) Madre del Hijo de Dios y, por voluntad de Cristo, como decimos, nuestra.

En realidad, eso no quiere decir que el resto de meses del año no los podamos dedicar a María. Es más, cada sábado, está dedicado, especialmente, a aquella joven (casi niña) que supo y quiso decir sí a Dios cuando la humanidad más lo necesitaba.

El mes de María. Así se le llama. Por excelencia hay celebraciones diarias sobre las que se dejan ver las alabanzas que merece una mujer que guardó en su corazón los momentos más importantes de la vida de Jesucristo.

En realidad, nunca vamos a llegar a agradecer bastante a María de Nazaret que quisiese ser Madre de Dios. No. Y por eso, al menos, pensamos en ella muy especialmente y le agradecemos algo de lo que bien merece su donación y su amor por la humanidad toda y entera.

María, en su mes, nos guarda (a cada uno de nosotros) en su corazón de Madre. Y allí perfecciona nuestras perfecciones y ayuda a que limpiemos las suciedades del alma porque sucia, la verdad, no pocas veces la tenemos.

Ella espera, ella comprende, ella acepta, ella es, en suma, una Madre más que buena y más que adecuada para nosotros.

Ciertamente hubiera sido posible que la niña María hubiera dicho que no a Dios. Y era posible porque era libre (Dios la hizo libre, incluso, para eso) pero era muy grande el amor que tenía por Adonai y muy perseverante su oración para que el Padre enviara al Mesías al mundo. ¿Cómo iba a decir no cuando sólo quería que fuese que sí?

Pero podía. Ella podía haber dicho no. Como posibilidad, la tenía intacta. Pero no quiso ni pudo, en el fondo, hacer tan mala pasada a Quien tanto amaba. Y es que si Dios le pedía algo… ¿Iba a ser ella, la orante por excelencia, quien dijese no?

No. La Virgen María e Inmaculada María sólo pudo hacer lo que hizo porque quiso. Y por eso es Madre nuestra después de serlo de Jesucristo.

Este mes podemos aprovecharlo para acercarnos más a María: si estamos alejados, para hacerlo; si estamos cerca, para fomentar más aún tal cercanía. Ella siempre nos espera, siempre espera a sus hijos.

Sobre la Virgen María, sobre este mes, hay quien ha dicho mucho bueno y mucho mejor que lo que pueda decir quien esto escribe. Sin embargo, siempre se tiene la posibilidad de sostener, con el esfuerzo diario del espíritu, un amor grande por quien tanto ha hecho por nosotros. Para eso no son necesarias grandes teologías sino, simplemente, echar un vistazo al corazón. Sí, allí donde también nosotros guardamos lo que nos sana y nos limpia. Y sí, allí donde mora el Espíritu Santo de la que estaba llena María, tanto como de la Gracia de Dios.

María, en este su mes, debe mirar desde el Cielo a sus hijos y ha de apreciar, seguro, que la recordemos de una manera muy especial. Al menos querrá que no la olvidemos como Madre nuestra que es y, al menos, al menos eso, gozará si nos dirigimos a ella, aunque sea, con alguna jaculatoria.

Madre de Dios y Madre nuestra, media e intercede por nosotros.

¿Lo ven? No es tan difícil.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net