Fe y Obras

Un mes para gozar con la Madre

 

 

05.05.2016 | por Eleuterio Fernández Guzmán


 

Sabemos que está el dicho espiritual según el cual “hay tres jueves del año que lucen más que el sol” (Jueves Santo, Corpus Christi y el jueves de la Ascensión) también podemos decir que hay meses, alguno de ellos, que es muy especial y que también luce más que mucho.

Es bien cierto que se suele decir que España es tierra de María (lo dijo San Juan Pablo II cuando se despidió de nuestra patria la última vez que la honró con su visita) y que, por eso, pudiera parecer que hay quienes tienen “demasiado” amor por la Virgen María. Algo de eso dijo en una ocasión el Predicador de la Casa Pontificia acerca del “excesivo” celo que se tiene al respecto de la Madre de Dios aunque, como es de entender, a nosotros eso nos parece una aberración y una simple y burda barbaridad…

El caso es que el mes al que nos referimos, como cualquiera podrá adivinar, es el mes de mayo, en el que nos encontramos.

Ciertamente que esto no quiere decir que el resto de meses del año no debamos tener en cuenta a nuestra Madre del Cielo sino que hay un tiempo bien determinado por la Iglesia católica dedicado muy especialmente a honrar (si cabe, más aún) a quien supo decir sí a Dios y, así, a la salvación de la humanidad entera y completa.

Mes de mayo, pues, dedicado a María: por ser Madre de Dios y por ser Madre nuestra desde que Jesús la entregó a su apóstol más joven a los pies de la Cruz en la que había sido levantado. Y desde entonces, acogiéndola en su casa, la acogió en el corazón de cada uno de nosotros. Y eso porque Dios hace así las cosas: sencillas y fáciles de comprender.

Pues bien, en este mes de mayo también debemos recordar que María es Madre porque ama a sus hijos y porque siempre espera que se dirijan a ella en acción de gracias y, si es necesario, para pedir o suplicar determinada merced para sí o para el prójimo.

Y María es Madre y lo demuestra. Lo hizo desde el principio, cuando dijo sí al Ángel Gabriel; luego, a lo largo de su vida unida a su Hijo Jesucristo y guardando en su corazón aquello que debía ser guardado; y, por fin, lo fue cuando a los pies de la Cruz aceptó ser Madre de Juan y, así, de todos.

María, pues, es Madre. Y lo es para siempre. Es decir, desde el mismo momento de pronunciar aquel fiat la que había sido voluntad de Dios se cumplió circunstancia a circunstancia y cuando fue elevada al Cielo en cuerpo y alma lo fue, primero, porque Dios quiso que así lo fuera (¿Acaso no quería Dios a su Madre?) y, en segundo lugar, para permanecer eternamente junto al Creador como intercesora nuestra.

Este mes, el de mayo, es muy especial para todo creyente católico. Y lo es porque puede ver en su Madre del Cielo a quien acoge sus cuitas y dolencias del alma. Es, así, un refugio espiritual al que dirigirnos cuando, en la tiniebla y la tempestad del mundo, nuestra barca parezca que puede naufragar. Puerto, también, seguro donde reposar nuestro corazón en la tribulación y ante las asechanzas del Maligno y sus secuaces mundanos.

Este mes, el de mayo, es un momento muy propicio para, por ejemplo, volver (si lo hemos olvidado o dejado escondido) a hacer uso del Santo Rosario donde recordamos muchas veces que María es muchas cosas que, a veces, tenemos por no puestas o no hechas por Dios Padre Todopoderoso. Es un arma ante la que el Demonio no puede hacer nada y, según dicen los exorcistas, ante la que su rabia se expresa con impotencia.

María nos espera siempre pero ahora, ahora mismo, está con los brazos abiertos para recibir a sus hijos.

Y es que su mes (este también): el de María Madre… nuestra.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
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