Fe y Obras

Ser católico y no sólo parecerlo

 

 

15.05.2015 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Es bien cierto y verdad que corren tiempos muy difíciles para nuestra fe católica. También es cierto que mantenerse firme en la fe no siempre es fácil sino que, por muchas causas que concurren en el caso, resulta dificultoso llevarlo a cabo en su totalidad.

Por eso cuando el ser humano se plantea tener una creencia o, simplemente, seguir determinada religión, seguramente se dice o, mejor, se pregunta, qué es lo que entiende la misma sobre el mundo y sobre lo que, en definitiva, a tal ser humano, le afecta.

Así trata de reconocer o, mejor, de reconocerse en una realidad de la que forma parte y a la que no quiere sustraerse.

Si consideramos, como punto de partida, el Concilio de Jerusalén  (49 DC) en el que, entre otras conclusiones, se acordó admitir la conversión de los gentiles sin obligarles a seguir los ritos judíos, para llamar a los discípulos de Cristo católicos, es, digamos, desde entonces, cuando podemos decir o se es católico o sólo se aparente serlo.

Evidentemente, no es lo mismo una mera apariencia de lo que es frente a una realidad exacta de ser lo que se es. O, lo que es lo mismo, la “unidad de vida” se demuestra tener cuando, en realidad, no hace falta que se diga que eres católico porque se nota que lo eres.

Sabemos que Jesucristo no murió por morir y nada más. Murió y resucitó. Por eso reconocemos que vive y que, por eso mismo, la tarea encomendada, a sus discípulos, en aquel Pentecostés de transmitir la Palabra de Dios y, sobre todo, de hacerla efectiva, también nos compete a nosotros.

Tenemos, así, el camino que nos lleva y por el que tenemos que transitar no haciendo dejación de nuestra fe ni permitiendo que el mundo nos atribule y nos achante ante lo que, en verdad, creemos que es la Verdad.

También tenemos, por eso mismo, la Vida que Cristo vino a traer y por la cual debemos actuar, sin negarla o dejarla escondida bajo el celemín de la cotidianeidad y lo ordinario que, a veces, juzgamos como algo alejado, muy alejado, de una doctrina que, a la vez, consideramos como santa.

Por ejemplo es más que posible que se adopte una forma de arrianismo cuando no se defiende la revelación hecha por Jesucristo de tal manera que, en verdad, se demuestre creer en ella. Podemos, así,  dar entrada en un nuestra vida a una, llamada, “religión a la carta” que nos permite escoger de ella lo que nos conviene independientemente si es lo que a misma fe conviene.

Entonces no necesitamos, por ejemplo, seguir el Magisterio de la Iglesia católica porque no nos conviene lo que nos dice o porque nos interroga demasiado sobre nuestra vida y el cumplimiento, en ella, de  la voluntad de Dios. Y así, nos podemos alejar del mismo como aquel que huye de determinado peligro que, en su corazón, ve acercarse con seguridad y aplomo.

También, entonces, podemos desviarnos de la doctrina de la Iglesia católica porque tampoco nos conviene cuanto dice y porque entendemos que, en realidad, Cristo no quería decir lo que dijo. Así, hacemos de intérpretes del Hijo de Dios y aplicamos, a nuestra vida lo que creemos es importante para ella sin darnos cuenta de que, a lo mejor, ni es católico lo que hacemos sino, en todo caso, de una forma colateral o tangencial.

Pero hoy día ser católico significa algo más que profesar una fe y algo más que decir “creo” porque no suele bastar con tal afirmación al estar sometido, el creyente, a las presiones de la mundanidad y a los atajos que el Maligno siempre escoge para llegar a nosotros.

En tiempos de tribulación para la creencia en Dios resulta importante no olvidar que católico no es, sólo, el que lo parece sino que, en realidad, lo demuestra con sus hechos.

Aunque el Maestro dijera de los falsos profetas que por sus frutos los podíamos conocer (Mt 7,16) no es menos cierto que eso, también, no lo podemos aplicar nosotros: según lo que hagamos se nos podrá considerar falsos profetas o, al contrario, nuevos apóstoles para tiempos nuevos.

Y, sin embargo, ante tanta ceguera que, a veces, se muestra con la doctrina de Cristo y con la defensa que, de ella, hace la Iglesia católica, no es nada difícil saber qué es lo que un católico debe hacer.

No lo digo yo que, al fin y al cabo, sólo soy un pecador más. Lo dice aquel que, siendo recaudador de impuestos y, por eso, odiado por su propio pueblo, recogió  en su Evangelio, la esencia del catolicismo.

Y lo dicen las Bienaventuranzas: ser pobre de espíritu, ser manso, ser misericordioso, ser limpio del corazón, trabajar por la paz…

Y, sobre todo, esto que sigue: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”.

¿Cuántos, de los que se llaman católicos, lo son, además, según lo dicho por Cristo?

Por eso, a mucho de lo aquí dicho podemos llamarlo comportamiento políticamente correcto  o “adecuado” al mundo. Lo que no podemos hacer es llamarlo católico ni, por eso, cristiano.

Cada uno de nosotros podemos hacernos tal pregunta y respondernos según nuestra personal experiencia de fe católica.

Pero, para más abundancia, invito a la lectura de Mateo, en sus capítulos 5, 6 y 7. Ahí se dice bastante sobre lo que debemos ser y lo que, a veces, somos.

Y es que ya dijo Pablo, de Tarso, aquello de que, a veces, hacía lo que no debía porque también era católico… a su manera.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
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