Fe y Obras

¿Qué pedir a los Reyes Magos?

 

 

03.01.2014 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Cuando llega un momento tan importante como es el del nacimiento del Hijo de Dios, muchos acontecimientos van unidos al mismo. Por eso es esencial comprender qué pueden significar en nuestra vida y no tener esto que todos los años recordamos como una fecha más sin importancia en nuestra vida.

Jesús ha nacido. Lo han visitado, digamos, los más pobres del lugar. Por eso unos pastores, avisados por mensajeros celestiales, han acudido a Belén en busca de Aquel que han identificado los ángeles como el Mesías.

Aquellos pobres hombres acuden con ansia de conocer a quien tanto había sido esperado por el pueblo judío que fue, no lo debemos olvidar nunca, el elegido por Dios para transmitir su Palabra. No escogió a otro porque no quiso y quiso que así fuera y, ha de ser, para siempre, tenido eso en cuenta.

Pero también fueron otras muchas personas. Algunas porque les llamaba la atención que en un lugar tan pobre muchos se acercasen. Otros, también es posible, porque intuían algo o algo les había soplado en el corazón el Espíritu Santo… que de todo habría.

Pero entre aquellas personas, tres (se supone que tal número es el correcto por los regalos que llevaban) señores, ataviados con ricos ropajes, acuden también. Quieren adorar a un niño recién nacido porque se les ha dicho que es un Rey. Pero no un rey cualquiera sino el Rey por antonomasia, el Hijo de Dios.

Aquellos Magos o Reyes Magos considerados así por sus especiales conocimientos sobre el devenir de las estrellas, llevan, como hemos dicho y es más que conocido por todos, oro, incienso y mirra. También tenemos una cierta idea de lo que cada uno de tales regalos significa: el oro, el metal del Rey; el incienso, con su significado religioso y la mirra, relativo el sufrimiento que, con el tiempo, soportaría aquel Niño tan tierno que acababa de nacer.

En general, podemos decir que a los Reyes Magos, hoy día, también podemos pedirles regalos. No siempre materiales sino que supongan una entrega de algo que nos gustaría tener y que siempre es deseado. A lo mejor no sabemos cómo alcanzar tales regalos que son bienes preciados para nosotros y, por eso, les pedimos, por ejemplo:

-Paciencia para saber soportar a quienes son difíciles de soportar.

-Misericordia para quienes puedan zaherirnos.

-Amor para comprender al prójimo.

-Entrega propia, de uno mismo, para quien necesite nuestras manos y nuestro corazón.

-Capacidad de darnos cuenta de las necesidades del otro.

-Luz para iluminar el camino que llevamos pues, a veces, vivimos en la tiniebla.

-Ímpetu espiritual para salir de la tibieza en la que solemos vivir.

-Voluntad de llevar a cabo la de Dios en nuestra vida.

Y así podríamos estar un buen rato porque a cada cual se le pueden ocurrir muchas cosas que pedir a aquellos tres que acudieron con fe (creyeron sin ver) e hicieron posible que, cada siglo que ha pasado desde entonces, hayan sido millones y millones de personas las que han esperado, en fechas tan señaladas, un detalle o una atención de parte de quien les quiere.

Gracias a los tres llegados de allende las fronteras del Imperio Romano podemos decir que Dios llega a todas partes y que su voluntad ha de ser cumplida por todos sus hijos o, lo que es lo mismo, por toda la humanidad, creación suya que creó y mantiene.

Por tanto, podemos pedir por nosotros y para nosotros o por otros y para otros. El corazón, que ha de ser bien tierno y de carne y no duro o de piedra, ha de saber lo que, en verdad, necesitamos.

Ahora bien, no se nos olvide dejar algún alimento espiritual para tan dadivosos enviados de Dios al mundo. Por ejemplo, digamos, la promesa a cumplir de ser fieles al Creador y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y bien la podemos dejar escrita en nuestra alma, para que ellos la vean y a nosotros no se nos olvide nunca.

 

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net