Fe y Obras

Como si se tratase del camino de Santiago

 

 

21.06.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


A veces, los paralelismos espirituales nos sirven para comprender qué nos pasa en nuestra vida como hijos de Dios y, sobre todo, hacia dónde encaminamos nuestros pasos como herederos del Creador.

Así, ahora es tiempo de camino y caminar es el modo más natural de llegar a cualquier parte. Además, cuando ahora mismo, seguramente, muchas personas habrán puesto su destino y meta en Santiago de Compostela, nada más adecuado que vernos en tan especial sendero hacia el definitivo Reino de Dios.

Al igual que pasa con el caminante que decide tomarse unos días de esforzado descanso para deambular por la ruta hacia Compostela y lo hace voluntariamente con el conocimiento que tiene de lo que eso supone, también los creyentes, sabiendo lo que es para nosotros creer en Dios aceptamos, con voluntad a lo mejor inquebrantable, dar un paso tras otro por nuestra vida espiritual hacia el Padre.

No es fácil tal opción porque hay otras formas de pasar por la vida. Al igual que también llegar a Santiago es fácil de muchas formas distintas al caminar, también podemos hacer como si Dios no nos importarse, como si no existiese y gozar de un vacío espiritual totalmente pleno.

Pero, por lo dicho, y suponiendo que así sea, aceptamos caminar hacia Dios con todas las consecuencias sabiendo que lo que nos queda por delante es un largo, largo, largo, camino en el cual de todo nos puede pasar porque las etapas de nuestro espiritual recorrido son diversas y no siempre gozosas.

Facilidades del camino

No podemos negar que Dios nos pone las cosas bastante fáciles porque nos da una Ley para conducirnos por la vida, nos pone como ejemplo a Su Hijo y a lo que hizo en su vida terrena y, por si no fuera ya suficiente, nos regala su misericordia que tantas veces nos hace falta.

Por eso, caminar, para caminar, contamos con un bagaje bastante aprovechable que, si queremos, nos puede servir en las ocasiones en las que nos encontremos perdidos y no sepamos hacia dónde caminar o mirar.

Dificultades del camino

Sin embargo, no todo puede ser de color de rosa en nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios.

Muchas veces caminamos por senderos en los que, a cada lado de nuestra vida, el abismo nos mira con ganas de engullirnos: mundanidades a las que nos entregamos, falsos profetas que nos engañan y nos atraen separándonos de Dios; conveniencias y respetos humanos que hacen tambalear nuestro edificio espiritual, sometimiento a las tentaciones, etc.

Tampoco podemos olvidar que, en ocasiones, nos vemos caminando en solitario porque creemos que nadie nos acompaña. Así, no vemos a una mano amiga que nos acompañe ni entendemos haya nadie que nos de un empujón cuando se tambalea nuestra fe.

Además, no pocas veces, creemos que la etapa es larga y que, a lo mejor, sería bueno hacer un descanso que puede convertirse en excesivo... quizá definitivo. Perdemos, así, la forma que permitía que nuestro paso fuera firme y nuestra fe flojea, hacemos de la tibieza una forma de comportamiento y de la unidad de vida algo alejado, lejano, inalcanzable.

Dificultades como las aquí reseñadas las tendremos todos los creyentes porque somos seres humanos y, como tales, sometidos a las pasiones que por la vida nos llevan.

Sin embargo, no es poco cierto que, como hemos dicho arriba, la ayuda de Dios no nos falta y no nos abandona nunca Quien nos creó.

Llegar a buen puerto

A pesar de lo que de dificultoso tiene nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios, nuestra meta, la vida eterna, está al alcance de nuestro corazón: en primer lugar porque es donación graciosa de Dios y, en segundo lugar, porque se nos ofrece no coactivamente sino, en todo caso y siempre, a consideración del hijo de Dios porque libres somos y de forma libre adoptamos tal decisión.

Por eso, llegar a buen puerto, para nosotros, se resume en haber hecho un camino recto hacia Dios, sorteado los obstáculos que se nos ponen en el mismo (toda piedra lanzada o puesta contra nuestro espíritu) y vencer la voluntad, muchas veces, olvidadiza que tenemos hacia el Creador. Y todo esto porque la vida eterna vale la pena porque es vida y porque es eterna.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net