Rafael Nieto. 12 de noviembre.
Cualquier católico ha escuchado alguna vez en su vida
el nombre de Chiara Lubich. La mujer que vivió en Trento los
bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y que, precisamente en
ese contexto aterrador, y con apenas veinte años cumplidos,
experimentó el encuentro con Dios y, casi a la vez, la
transformación de su vida. Esa sería la semilla, por así
decirlo, del movimiento "Focolares". ¿Qué significa ese nombre,
focolares? En italiano, "el fuego del hogar", por el fuego del
amor evangélico que animaba a Chiara y a sus primeras
compañeras. Los representantes del
Movimiento de los Focolares en España son Joxepi Zubillaga y
Ángel Bartol, que responden amablemente a nuestras preguntas.
¿En qué
se distingue principalmente el Movimiento de los Focolares de
otros movimientos eclesiales?
El Movimiento de los Focolares, hoy difundido en los cinco
continentes, se perfila con la fisonomía de un pequeño pueblo,
de razas, culturas y lenguas diversas. Un pueblo nacido del
Evangelio, del que forman parte personas de las más variadas
profesiones y condiciones sociales, tradiciones cristianas,
religiones o convicciones, que trabajan para construir la
fraternidad universal, comprometiéndose para ser semilla de un
mundo más solidario, de un mundo más unido. Si tuviéramos que
resumir todo en una palabra, ésta sería la palabra UNIDAD, pero
no una unidad cualquiera, sino la que Jesús pidió al Padre antes
de morir: “Padre, que todos sean uno”, fruto del amor
recíproco entre las personas. El estilo de vida que distingue a
este “pueblo” se cimenta en la espiritualidad de la
unidad o de comunión, como la llamó Juan Pablo II, centrado en
el amor evangélico, capaz de obrar milagros y de construir la
fraternidad y la unidad. Y, para ello, el instrumento más
potente es el diálogo: en el mundo católico con los otros
movimientos y comunidades eclesiales, nacidos de nuevos y
antiguos carismas; el diálogo ecuménico; el interreligioso; el
diálogo con personas de convicciones no religiosas para defender
juntos los grandes valores humanos y, por último, el diálogo con
la cultura. Con ocasión del 60º aniversario del nacimiento del
Movimiento, el Papa Juan Pablo II dirigió una carta de
felicitación muy especial a Chiara Lubich, en la que invitaba a
todos los miembros de los Focolares a
seguir siendo, con más ahínco, “apóstoles del diálogo”, un
diálogo universal a 360 grados, permanente, abierto a todo tipo
de personas. Un diálogo que tiene como medida la propia vida,
amando a cada persona que encontramos con la disposición de dar
la propia vida por ella.
Háblenos un
poco de la personalidad de Chiara Lubich, una mujer que siempre
despierta una admiración y una ternura especiales en todo el
mundo…
Es muy difícil poder decir en pocas palabras algo sobre la
figura de Chiara Lubich, una mujer que se ha dado a todos y que
todos sienten suya, sin distinción de credo, raza o cultura, una
mujer que ha presentado siempre, como alguien lo definió, “un
cristianismo de rostro amable”. Benedicto XVI, después de
la muerte de Chiara Lubich daba “gracias a Dios por el
testimonio de su existencia dedicada a la escucha de las
necesidades del ser humano contemporáneo en plena fidelidad a
la Iglesia
y al Papa”, a través de un “servicio silencioso e
incisivo".
Una personalidad del mundo ortodoxo ha afirmado que Chiara
era “una carismática”, con “una capacidad de elevarse
por encima del límite humano y de acercarse a cada hombre sin
distinción como icono de Dios”, ella “seguirá siendo un
baluarte de evangelización y de diálogo, y su espiritualidad
podrá abrazar a todo ser humano, prescindiendo del credo
religioso”. Estas expresiones se completan con lo que un
prestigioso monje budista afirmaba públicamente: “Chiara ya
no os pertenece sólo a vosotros cristianos; ella y su gran ideal
son herencia de la humanidad entera”. Y desde otros ámbitos,
que no son puramente “religiosos”, también llega una palabra
autorizada: “Hoy, que Chiara ya no está, nos queda el
testimonio ejemplar de su fuerza extraordinaria… con la
convicción de que tiene que existir un terreno de ideas,
proyectos y valores comunes acerca de los cuales la colectividad
humana pueda dialogar y reconocerse” (ex presidente de
la Cámara
de los Diputados de Italia). Durante la homilía del funeral, el
Cardenal Bertone, supo trazar con exactitud algunas
características de la figura de Chiara, afirmando que ella
“no crea instituciones de asistencia y promoción humana, sino
que se dedica a encender el fuego del amor de Dios en los
corazones. Suscita personas que sean amor en sí mismas, que
vivan el carisma de la unidad, de la comunión con Dios y con el
prójimo; personas que difundan «el amor- unidad» haciendo de sí
mismas, de sus casas y de su trabajo un «focolar» donde el amor
arde, se hace contagioso e incendia todo lo que está a su
alrededor. Misión ésta posible a todos porque el Evangelio está
al alcance de todos (…) Así es como el Movimiento de los
Focolares se compromete a vivir al pie de la letra el Evangelio,
«la revolución social más potente y eficaz»”. Esta
revolución repercute en toda actividad humana, desde la
política a la economía, del arte a la medicina, etc. Chiara
permanecerá para todos nosotros como una luz que ilumina las
tinieblas que envuelven la cultura contemporánea, volviendo a
poner en el candelero la esperanza cristiana, que nace del gran
acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo.. como dice
Benedicto XVI, se trata de una mujer de fe intrépida, humilde
mensajera de esperanza y de paz, y ¿qué más puede esperar el
mundo de hoy? Hace años Chiara, dirigiéndose a Jesús, escribió
este texto: “Cuando esté ante tu puerta y me preguntes mi
nombre, no te diré mi nombre; te diré:
«Soy ‘gracias’,
por todo y por siempre»”.
A los que hemos tenido la fortuna de poder seguir su “estela”
nos surge espontáneo del corazón dirigir estas palabras a Chiara:
“Gracias, Chiara, por todo y por siempre”.