A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA DRACMA PERDIDA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 04.02.2016


La Palabra:

¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si pierde una, no enciende la luz, barre la casa y busca cuidadosamente hasta hallarla? Y una vez hallada, convoca a las amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo porque he hallado la dracma que había perdido. Tal os digo que será la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia." (Evangelio de San Lucas,  15, 8-10).

 

La Reflexión:

               La cuestión principal es la recuperación de algo que estaba perdido, y que a pesar de tener otros dracmas, cada uno de ellos es único y forman un todo. Consecuentemente, será fructífero que reflexionemos sobre esto, sobre el valor de las cosas...

Cada cosa tiene su sitio y su valor.
Su literatura y su realidad armonizada.
Cualquier pérdida nos deja incertidumbre.
Será bueno digerir dudas y enhebrar horizontes.
Pues aquel que busca, no lo olvidemos, siempre halla.

 

                Sin duda, necesitamos estar alerta. Pongamos sol al amanecer de nuestros días, para que alumbre nuestro andar. Ningún caminante que se precie de hacer camino puede derrochar energía y achicar la transparencia. Cualquier tropiezo ha de salvarlo con un volver a empezar de nuevo. Por tanto...

Uno puede perder el tiempo, pero no la vida.
Quien pierde su itinerario no puede perder más.
Uno ha de saber de dónde viene y a dónde quiere ir.
Para no perder la razón de vivir, malgastando los días.
Que uno enviciado en derroches, no se localiza ni así mismo.

 

Desde luego, el sentido de la parábola de la dracma perdida, como todas ellas, son una invitación a algo, en este caso, al arrepentimiento, siendo bastante parecido en su mensaje a la parábola de la oveja perdida, ya comentada también en otro momento.  En consecuencia...

La mujer que se goza, simboliza al Creador.
Toda creatividad tiene su punto de entusiasmo.
Y este entusiasmo se contagia, pues todo tiene su ángel.
Y su enigma que nos enciende, y su mística que nos propaga.
Sólo hay que dejarse envolver por la poesía  para descubrir el verso.

 

Había que hacer fiesta y alegrarse por el encuentro de la dracma perdida, por ese amor interior que llevan las cosas. Recordemos, además, que el amor misericordioso indica también esa cordial ternura y sensibilidad, del que tan elocuentemente nos habla la parábola del hijo pródigo o la de la oveja extraviada o la de la dracma perdida. Por tanto, el amor misericordioso es sumamente indispensable entre aquellos que están más cercanos: entre los esposos, entre padres e hijos, entre amigos; es también indispensable en la educación y en el diálogo. Abrámonos...

A ese amor de amar, rico en misericordia.
Revelado en la misma cruz y en la resurrección.
A ese amar de amor, abatido por cada uno de nosotros.
Arriesgado al abandono, pero deseoso de darse a sí mismo.
Hasta brotar de la entrega, la alianza de Dios con la ternura.

 

Con esta conocida parábola, Jesús quiere precisamente darnos a entender que, aunque el mal reine en la historia humana, Dios sigue perdonando siempre: "habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión" (Lc 15, 7). Dios vence el mal con su misericordia infinita. Y ante ese amor misericordioso deben brotar en nuestro corazón el deseo de convertirnos y el anhelo de una vida nueva. Nunca es tarde para comenzar a reencontrarnos con el Creador. Sabemos que nos espera con los brazos abiertos. Es cuestión de querer abrazarle. Quitémonos el vestido de la indiferencia. Tanto el bien como el mal son contagiosos: se multiplican y se difunden, produciendo estructuras de bien y estructuras de pecado, que influyen en la vida de los hombres. Al fin y al cabo, todo nace del corazón, pues es sobre todo en él donde se realiza la conversión a que estamos llamados en cualquier momento.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
04 de febrero de 2017