A LA LUZ DE LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

LA PARÁBOLA DE LA SEMILLA QUE CRECE

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 07.11.2015


La Palabra:

                Jesús dice: "El reino de Dios es como un hombre que arroja la semilla en la tierra, y ya duerma, ya vele, de noche y de día, la semilla germina y crece, sin que él sepa cómo. De sí misma da fruto la tierra: primero la hierba, luego la espiga, en seguida el trigo que llena la espiga; y cuando el fruto está maduro, se mete la hoz, porque la mies está en sazón".  (Evangelio de San Marcos 4, 26-29)

La Reflexión:

                Está visto que el reino de la luz también crece aquí en la tierra, en virtud de la Palabra, de ese obrar de Dios mismo que, como toda gran obra, tiene un inicio minúsculo y discreto. Consecuentemente, sería bueno reflexionar sobre ese cielo que sonríe y sobre esta tierra por la que germinan los anhelos de la vida...

Somos nada pero somos todo.
Tan pequeños como una semilla.
Simiente a simiente crece la vida.
El árbol, hoy pequeño, será refugio.
Mañana será donde mil sueños aniden.

                Evidentemente, la parábola de la semilla que crece, a pesar de su brevedad, nos dice mucho. Nos habla de la siembra. Luego se refiere al crecimiento. Y al fin, narra el hecho de la siega. Parte todo de un germen que se transforma en existencia, y que coexiste y que cohabita junto a otros. Más tarde, todo este soplo de fecundidades, se enraíza místicamente con el crecimiento. Parece como si todo estuviera sometido a crecerse y a recrearse, en su conjunto y en su unidad. Por tanto...

La noche no interrumpe nuestra historia.
 El día tampoco obstaculiza la firme elocución.
Pues de noche, en un pesebre, nació la Palabra.
De día, cualquier día, hallaremos el vocablo exacto.
El guión nace por doquier, es el Dios de las sorpresas.

                Este valor de discernir siempre, y no relativizar, lo que dice cualquier espíritu en el corazón humano, debe hacernos dóciles al pensamiento. Por tanto, hemos de darnos al Creador lo que es del Creador,  no en vano somos su semilla, lo que significa estar dispuesto a hacer su voluntad y a dedicarle nuestra vida como ofrenda y, de este modo, colaborar con su reino de misericordia, de amor y de paz. Así...

Nuestra verdadera fuerza está en la donación.
En el aire que alienta, en la paz que alentamos.
En el camino marcado, en el horizonte compartido.
En la levadura que fermenta, en la sal que da sabor.
Porque hemos de volver a Dios, devolviéndole el alma.

                Ciertamente, en esta parábola hay una relación de términos, sobre todo entre el periodo de crecimiento del trigo y el momento de la siega. Todo camina porque sí, pero todo llega también a su fin. Jesús anuncia la inminencia del reino y apremia a los pecadores a que se conviertan antes de que sea demasiado tarde y se abata sobre ellos el juicio divino. Pero el tiempo pasa y no sucede nada. ¿Cómo explicar que nada suceda si Dios ha decidido establecer su reino?. Está visto que Dios, pacientemente, espera su hora, tiene otros tiempos distintos a los nuestros; no sin antes darnos una lección de confianza en la Palabra y también en la venida del Señor. No olvidemos que los ojos de Jesús nos conocen siempre y, también,  nos reconocen hasta cuando caminamos en sentido opuesto...

Reconoce desde el cielo, mi Dios, todas las almas.
Observa desde el cielo, mi Dios, todas las semillas.
Atiende desde el cielo, mi Dios, todos los corazones.
Aunque el necio dice para sí: No hay Dios, ¡hazte ver!
Que alegrándose el espíritu de ti, ¡sentiremos tu fortaleza!

                Efectivamente, en Jesús el reino de los cielos se nos ha aproximado, y es el mismo Jesús quien llama a los hombres a responder para participar en este territorio celeste, donde cualquier semilla por ínfima que nos parezca es vida y crece por sí sola, de manera silenciosa,  muy lentamente, sin apenas notarse. Justamente, por esto…

Aguardaremos al Señor en cada amanecer.
Somos parte de sí, de su pulso y de su pausa.
Él es nuestra vida y nuestro corazón es su vida.
Él es nuestro amor y nuestra alma es su gran amor.
Por Él existimos, somos, y en su santo nombre confiamos.

                La humildad de la semilla, que se hace grande por el poder del Espíritu Santo, y que aguarda el amor del Padre y del Hijo, forma parte también del sufrimiento, de la cruz cotidiana de la vida. Todo está dentro de nosotros, también el reino de Dios, camina en medio de nosotros, es cuestión nuestra sustentarlo con la oración, el servicio de la caridad, y la silenciosa adoración, persistiendo en el diálogo con Él, sintiendo su presencia como la más auténtica, la mejor, la más importante entre las importantes. Al fin y al cabo, somos su historia, quizás su sueño, y también es nuestra vida.

 

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
07 de noviembre de 201
5