ALGO MÁS QUE PALABRAS

NUESTRA GENEALOGÍA DESESTRUCTURADA

 

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor | 13.05.2013


            Todo se ha degenerado. Hemos perdido tantas identidades, en ocasiones hasta las propias raíces, que a veces nos superan los acontecimientos. Evidentemente, la genealogía está unida a nuestra ascendencia y descendencia, a nuestros vínculos familiares que son insustituibles. Por eso, desde siempre y con argumento, la comunidad  internacional le ha otorgado a la consanguinidad un papel imprescindible y fundamental. Así, desde 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas, oportunamente promueve y nos invita a celebrar, el quince de mayo,  el día  internacional de las familias. Ciertamente,  son muchos los países que ponen de relieve su papel esencial en este mundo cambiante. Ante todos estos cambios sociales, avivados aún más por la actual crisis moral y económica, algunas familias tienen mil dificultades para cumplir con sus responsabilidades y les cuesta cada vez más ocuparse de los suyos.

            El día que dejemos de ser meros datos estadísticos y verdaderamente se apoyen las políticas sociales de familia, y, a la vez, se nos eduque hacia el compromiso de lo que significa una paternidad y maternidad responsable, la institución familiar será considerada más allá de la cuestión normativa. Lejos de brindarle a la familia la mayor protección y asistencia posibles, vemos que todo se desvirtúa y que la realidad es muy cruel con algunas personas. Por desgracia, multitud de familias se desesperan, se disgregan y caminan sin rumbo, con inevitables repercusiones en el conjunto de la vida social. Todo se falsea, hasta el buen juicio. Vivimos en la maldita mentira. ¡Cuántas familias se han separado precisamente por esa moda alocada de las pasiones! ¡Cuántos niños quedan a diario huérfanos de padres vivos!. El ser humano no es lo que se presenta muchas veces en los medios de comunicación, es un ser que siente, que necesita querer y ser querido, que busca su genealogía desesperadamente. ¡Qué menos que tener una familia donde cobijarse!. Con razón es anterior, y más necesaria que el propio Estado.

            Sin duda, los organismos públicos y las fuerzas sociales no deberían abandonar el espíritu de la familia como tal, en su carácter genuino. A mi juicio, debemos rescatarla de ese espíritu mundano, donde todo se tergiversa, hasta el mismísimo árbol genealógico si con ello conseguimos excluir responsabilidades. Los actos de violencia, o incluso de abuso sexual,  en la unidad familiar siguen figurando entre los hechos más frecuentes. Poner fin a este clima de terror, sobre todo contra las mujeres y personas indefensas, debiera ser una prioridad clave para todas las naciones. Pienso también en los graves problemas de la vivienda y del empleo. Realmente, considero que debe surgir una nueva conciencia y una renovada sensibilidad con respecto a tantos hogares maltrechos. Todos estos contextos destructores, lo que ponen de relieve es la necesidad profunda y universal de que haya figuras protectoras de esta institución natural, que, por otra parte, es el porvenir mismo de la sociedad; puesto que su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro en armonía.

            Cuando se habla de la familia, no se puede por menos de eludir a la descendencia, a los hijos, que de diversos modos son víctimas inocentes de un alejamiento de los progenitores, de un desarraigo que se manifiesta de muchas maneras. Es el caso de los padres separados, de los hijos de migrantes, de los niños con discapacidad que han sido apartados de sus padres contra su voluntad. Los gobiernos deben abordar prioridades nacionales relacionadas con la familia, que acrecienten la igualdad entre mujeres y hombres. La crisis actual, por ejemplo, no puede hacernos cambiar criterios, que son derechos esenciales para el bienestar familiar, como puede ser la importancia de conciliar el trabajo con la vida familiar, puesto que es vital para el desarrollo de los descendientes que ambos padres compartan la responsabilidad de la educación.

            Tenemos que volver a adentrarnos en la genealogía de la familia para poner de relieve la necesidad de lograr un equilibrio entre un trabajo decente y las personas. Las crisis siempre las pagan los más pobres. Ellos se llevan la mayor tajada. Familias enteras de todo el mundo carecen de condiciones dignas de trabajo y de apoyo social para cuidar de sus familias. Son las  numerosas, las monoparentales, las familias discriminadas, estirpes que suelen vivir en barrios marginales urbanos o en las zonas rurales.  Este es el triste escenario; mientras unos derrochan, otros sobreviven con migajas. ¿Dónde están las estrategias centradas en la familia o las medidas de protección especiales respecto al género o a los niños?.  Que yo sepa sólo está en las palabras de la ley y ahí no radica la justicia.

            Ya en 1994, con motivo de la festividad del día internacional de la familia, se reconocía el papel fundamental de las familias en el proceso del desarrollo humano. Desde luego, las familias aparte de ser la clave para prevenir rivalidades étnicas y promover la tolerancia, crea valores en la sociedad que merecen ser protegidos. Las políticas públicas que promuevan la unidad familiar también brillan por su ausencia, cuando debieran tratar de favorecer su desarrollo armónico, no sólo desde el punto de vista de su vitalidad social, sino también desde la autenticidad de lo que representa.  No olvidemos que la familia, con justicia se ha dicho, que pertenece al patrimonio de la humanidad. Por ello, esta festividad debería ser la ocasión propicia para reivindicar, sin equívocos, su papel en la sociedad. Creo que se trata de hablar menos y de hacer más, por esas familias ausentes de la mínima protección que la Declaración universal reconoce que debe ser garantizada.

            Cuestiones tan vitales como las que se dan en una familia, entre las que está la transmisión de la vida, requiere de una reflexión profunda, más allá del político de turno. Es importante no debilitar a la familia, no confundir a la familia, no sacrificar a la familia, porque al final lo que se hace es destruirnos como sociedad. Y no olvidemos que, una sociedad justa, depende del bienestar de su comunidad básica, que no es otra que la familia como tal, con la importancia imperecedera de las madres  y también con la necesidad profunda y universal de la figura paterna. Permitamos que se haga realidad, aquello de que la familia es el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida.

Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
13 de mayo de 2013