Vaticano
El oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe cierra en Madrid las II Jornadas Pro+Tejiendo: “Obedecer no es sumisión automática; la obediencia es un acto de cooperación, de escuchar y ser escuchado"
27/11/25 | Marta Santín
El sacerdote Jordi Bertomeu —oficial de la Sección Disciplinar de la Congregación para la Doctrina de la Fe— ha clausurado en Madrid las II Jornadas “Pro-Tejiendo: Seguimiento, libertad y crecimiento personal. ¿Es posible una obediencia sana?". Su intervención se ha centrado en las tensiones entre obediencia, autoridad y libertad dentro de la vida eclesial, y en la urgente necesidad de combinar emoción y espiritualidad con pensamiento crítico y discernimiento.
- “Vivimos de la emoción”
- Obedecer no es sumisión automática
- La imagen de Dios que promueve el grupo
- Acompañamiento espiritual
- Obispos, obligación de supervisar realidades eclesiásticas
- Pensamiento crítico y claridad doctrinal
- Acto de cooperación que mejora la vida de todos
El sacerdote Jordi Bertomeu
—oficial de la Sección Disciplinar de la Congregación para la Doctrina de la Fe—
ha clausurado en Madrid las II Jornadas “Pro-Tejiendo.
“Vivimos de la emoción”
Bertomeu partió de una constatación: muchas realidades dentro de la Iglesia son eminentemente emotivas y poco racionales: “Vivimos de la emoción, en una época del emotivismo”, dijo, pero advirtió que eso no basta. Junto al sentimiento, sostuvo, es imprescindible el discernimiento y un espíritu crítico formado, especialmente en contextos de vulnerabilidad espiritual.
Puso como ejemplo que en la vocación, sobre todo de la clausura, con frecuencia se atraviesan temporadas de sequedad y de cruz.
Utilizando ejemplos concretos, el orador distinguió entre carisma y abuso: recordó el caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo —“recibió un carisma, pero fue infiel”— y señaló el caso del Sodalicio de Vida Cristiana, disuelto por el Papa Francisco donde, afirmó, no hubo un carisma original sino situaciones de abuso.
Obedecer no es sumisión automática
Respecto a la obediencia, uno de los votos que se realiza en toda consagración vocacional, Bertomeu, enviado personal del Papa en Misiones Especiales, como la de disolver el Sodalicio de Vida Cristiana o investigar los casos de abusos sexuales a menores en Chile, propuso una definición nítida: "obedecer no es sumisión automática —esa, dijo, sería propia de una dinámica parecida a la de “los musulmanes” — sino escucha adulta. Obediencia sana implica “escuchar y ser escuchado”; si falta el diálogo interno y externo, la obediencia se convierte en sumisión y en instrumento de control.
Insistió: “La obediencia es un acto de cooperación y ambos, el superior y al que acompaña, estamos mejorando nuestras vidas”.
La imagen de Dios que promueve el grupo
Una clave para conocer si el grupo está adoptando una obediencia sana o tóxica, según Bertomeu, es la imagen de Dios que promueve cada grupo: "¿Presenta un Dios que empodera, que llama a ser “constructor de puentes”, o un Dios usado para justificar la castración de la iniciativa y la crítica? En una sociedad polarizada los cristianos no pueden colocarse en un extremo inamovible; la sinodalidad del papa Francisco exige dialogar con todos los colores”, incluso con los polos opuestos", dijo el sacerdote.
Por otra parte, el discernimiento comunitario debe acompañar siempre la obediencia: no puede aceptarse la máxima “quien obedece no se equivoca” sin matices, porque quien dirige también puede errar. En ese punto planteó preguntas prácticas: "¿Empodera el poder en el grupo o lo pisotea? ¿Se cortan las alas o se ayuda a volar? Cuando la respuesta es “no preguntes, solo obedece”, se está ante una obediencia tóxica", añadió.
Acompañamiento espiritual
Bertomeu puso especial atención en el acompañamiento espiritual: “Dios habla por mediaciones”, afirmó, y no descartó la posibilidad de orientadores laicos, pero advirtió sobre riesgos canónicos y de abuso de poder cuando ese acompañamiento se normaliza. "¿Quién garantiza que un laico es un buen director espiritual y ante quién rinde cuentas? A los laicos puede acompañarlos el derecho a ejercer, pero la ausencia de mecanismos canónicos para supervisar su actividad deja un vacío problemático", advirtió.
En este caso, en su opinión quien mejor puede realizar un acompañamiento espiritual es un sacerdote que ha recibido el sacramento de orden que “no es un sacramento solo para dar misa. Se trata de acompañamiento espiritual. En mi caso, si lo ejerzo mal, sería un abuso de poder”.
Obispos, obligación de supervisar realidades eclesiásticas
En los casos de obediencia y autoridad ejercida por religiosos o superiores —incluso fundadores que “se instalan en una silla y no se levantan”—, Bertomeu reclamó la obligación episcopal de supervisar todas las realidades carismáticas de la diócesis: “Los obispos deben supervisar todas las realidades eclesiásticas de su diócesis.
Nunca como hoy ha habido tanta polarización entre fuero interno y externo. Esto es un peligro”. Y es que, en su opinión “Se están aprobando asociaciones de laicos con excesiva ligereza”.
También advirtió a los que ingresan en nuevos grupos: “Lo primero, hay que pedir los estatutos”, recomendó. Insistió en la necesidad de rendición de cuentas: el superior debe poder decir “me he equivocado”; la comunicación y la transparencia son herramientas para evitar el abuso y la desorientación de los fieles.
Pensamiento crítico y claridad doctrinal
El ponente lamentó también la forma en que, en su opinión, se vivió la sinodalidad en varias diócesis españolas, y subrayó la urgencia de formar al futuro clero y a las nuevas consagradas en pensamiento crítico y claridad doctrinal.
Citó el ejemplo de los largos procesos de reflexión doctrinal sobre títulos marianos —recordó que propuestas como la de María corredentora no son invenciones recientes sino fruto de más de quince años de estudio en instancias eclesiales— para pedir mesura antes de precipitar etiquetas.
Durante el turno de preguntas una asistente planteó la preocupación por novicios y jóvenes de 18 años que no siempre saben a qué se comprometen; Bertomeu volvió a insistir en que, ante estas dudas, es necesario exigir a los obispos una supervisión más intensa de las realidades eclesiásticas en sus diócesis.
Acto de cooperación que mejora la vida de todos
Para cerrar, dejó un principio programático: la obediencia debe entenderse como un acto de cooperación que mejora la vida de todos, pero siempre precedido por la justicia y seguido por la misericordia. “Primero justicia y después misericordia”, concluyó, reclamando un equilibrio entre autoridad, libertad y responsabilidad comunitaria.
La conferencia de Jordi Bertomeu en la Universidad Complutense de Madrid puso sobre la mesa tensiones concretas y propuestas prácticas: formación en discernimiento, supervisión episcopal de carismas, transparencia y rendición de cuentas como antídotos contra la obediencia tóxica y la vulneración de la conciencia.