Opinión

La vida: ¿una ecuación atea?

 

 

José Antonio García Prieto Segura

Ainara, la joven intérprete de la película “Los domingos”.

 

 

 

 

 

Un día sí y otro también oigo comentarios y aparecen artículos sobre la película “Los domingos”, prueba, sin duda, del interés que ofrece el tema que plantea: la presencia de Dios en medio del mundo, y las respuestas que esta realidad suscita en nuestras vidas. Presenta la llamada que Dios hace a la joven Ainara para retirarse a un convento, y las diversas reacciones y comportamientos de quienes conviven más cerca de ella.

El título “La vida: ¿una ecuación atea?”, me lo ha suscitado una carta que, a propósito de la película, aparecía en la sección de “Cartas al director” con este encabezamiento: “Meter a Dios en la ecuación”. Su autor comentaba las mencionadas reacciones, protagonizadas por tres personajes: Sor Isabel superiora del convento, Iñaki padre de la joven, y Maite tía suya. Consideraba que vendrían a ser como prototipos de los posicionamientos de la gente ante la fe y el sentido religioso en nuestras vidas. Citaré entrecomilladas las palabras del autor de la carta, al referirse a esos tres comportamientos:

Primero, el de los creyentes, “reflejado en la figura de una monja de perfil dogmático en sus planteamientos, sustanciados en forma de certezas incontrovertibles sobre la creencia de Dios”. Otro distinto el de Iñaki, que finalmente adopta una actitud respetuosa con la decisión de su hija. Comportamiento que resulta “más gregario”, porque defiende “un punto de vista religioso muy extendido donde su práctica es testimonial, solo para determinados eventos, lo que procura una aparente estabilidad social y, en consecuencia, por pura instrumentalidad es bueno creer”. Se trataría de una fe, diríamos, de circunstancias y por tanto, que solo aparece en momentos puntuales. La tercera respuesta, protagonizada por Maite, “refleja la posición de una persona claramente no creyente y anticlerical, con ciertas incoherencias, pero que dice respetar a los creyentes”.

La carta concluía así: “Creo que la mejor síntesis de esta buena película es la que me sugirió un amigo: ‘…teníamos el mundo roto y ahora metemos a Dios en la ecuación’”. Si interpretásemos negativamente estas últimas palabras, ese amigo vendría a decir: mal estaban las cosas -el mundo roto- y encima las complicamos más metiendo a Dios por medio. Pero deseo verlas por su lado positivo y sin duda fue ese su propósito: desenredemos los galimatías del mundo, y para eso metamos a Dios en la ecuación.

Ese es el juicio más razonable y sensato que cabe hacer ante el oscuro panorama actual. Si arrojamos a Dios de nuestra existencia, ésta se tornará insoluble, como una ecuación que -con permiso de los matemáticos- he calificado de “atea” porque, huérfana de un factor imprescindible, resultará irresoluble como una vida que prescinda de Él.

Siempre debemos contar con Dios que, en “Los domingos”, aparece cuando Ainara se plantea su vocación religiosa. Pero no hemos de reducir su presencia a momentos puntuales y extraordinarios; esto equivaldría a tomar partido por el “Dios ha muerto” que profetizaba Nietzsche, y quedarnos a oscuras de todo sentido ético y moral con que hemos de actuar siempre en la vida ordinaria, y no solo en circunstancias extraordinarias. Sería el “apaga y vámonos” del dicho popular. Solo si contamos con Dios como fuente de Luz para aclarar nuestros problemas, y como fuente de Amor para una convivencia amable y serena, haremos que la ecuación de la vida no sea indescifrable, y todo cuanto vaya apareciendo logremos resolverlo.

Con visión realista y trascendente, san Juan Pablo II ya lo advertía: "el hombre puede construir un mundo sin Dios, pero este mundo acabará por volverse contra el hombre" (Exhort. Ap. Reconciliación y penitencia, 2-XII-84, n. 18). Desgraciadamente estas palabras no pueden ser más actuales y lo vemos a diario: en amplios campos de la sociedad se vive sin una base moral y trascendente. Para mucha gente la verdad no cuenta, sustituida por ideologías partidistas y enfrentadas que, a su vez, enconan la convivencia; la dignidad humana se degrada con leyes inicuas que la denigran; derechos igualmente humanos, comenzando por el de la vida, quedan suprimidos por leyes opuestas; una tecnología sin alma se convierte en arma de dos filos…

Todo nos está gritando que hemos de adoptar una actitud y posicionamiento trascendentes de la existencia, cara a Dios; construir un mundo y una vida donde Él siempre esté presente con todas sus consecuencias. Por tanto, haciendo que los principios genéricos del buen obrar, se traduzcan en conductas personales positivas y ejemplares. Y esto, en todo momento, sin esperar circunstancias imprevistas como sucede en “Los domingos” con la vocación religiosa de Ainara.

El sentido trascedente y religioso de nuestra vida, ha de mostrarse a la hora del trabajo realizado con honestidad y espíritu de servicio; en las relaciones de convivencia, comenzando por el hogar, en el trato mutuo de los esposos, con los hijos, y  de estos entre sí; en los encuentros personales del día a día; en los juicios serenos de los acontecimientos, desde enfoques éticos y trascendentes, que les aporten su verdadero peso y valor, al margen de banderías políticas e ideológicas, sean éstas del color que fueren. En una palabra: actuar de tal modo que no convirtamos la vida en una ecuación atea, en la que todos saldríamos perdiendo.

No estará de más para terminar, hacerlo con la joven Ainara y saber que este nombre vasco significa “golondrina”. Desde siempre, las golondrinas han simbolizado la primavera con la vuelta a casa, la lealtad y el amor eterno, porque regresan invariablemente al mismo lugar y con la misma pareja. También la decisión de Ainara de responder a la llamada del Amor, con mayúscula, cuadra bien con el simbolismo de su nombre, y con el núcleo de este artículo: no prescindir de Dios en ningún momento de nuestra vida y mantenerlo en el lugar central que le corresponde.

 

 

 

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