Tribunas
14/10/2025
Clima, documentos pontificios y derecho natural
Antonio-Carlos Pereira Menaut
Imagen de la Encíclica del Papa Francisco Laudato Sí.
Cumple diez años la encíclica Laudato Si', que en su día hizo época. Le siguió en 2023 la Laudate Deum, sobre la crisis climática. Como norma, para un católico estar con el Papa es lo más recomendable, decía A. d'Ors y en materias de fe, la cosa no merece la pena de ser comentada.
Pero ¿y si Roma produce muchos documentos, y muy detallados, y quizás sobre temas opinables? En la Laudate Deum son de contenido religioso 10 puntos de 73. En el 66 cita a Donna Haraway, autora del Manifiesto Ciborg. Uno se pregunta: ¿puede la transición energética —por ejemplo— gravar nuestras conciencias? ¿Daremos por indiscutibles políticas sociales que nos perjudican seriamente? ¿No estamos viendo ante nuestros ojos hundirse la industria europea del automóvil?
También es importante que los documentos sean «positivos» o «negativos»; últimamente, abundan los positivos. Ejemplo: la Constitución americana dice muy poco sobre los estados: marca un límite o techo que, mientras lo respeten, pueden hacer lo que deseen.
El Derecho debería consistir sobre todo en prohibiciones (y no muchas), que es lo más liberal. Para proteger nuestra libertad, la constitución debería ser más bien negativa —límites al gobierno—; no una guía positiva de las vidas personales. D'Ors veía el Derecho natural como límite, más que como fuente, del Derecho positivo. La Iglesia es la guardiana del Derecho natural, afirmación ahora pacífica porque el derecho natural importa no mucho a no muchos; ahora bien, la guardiana está bajo la ley de Dios y la ley natural. Y en todo lo que no vaya contra ésta, debería dejársenos libertad, aunque sea para tomar demasiadas cervezas (y quizá malas).
El calentamiento es innegable pero la respuesta local puede ser extremadamente distinta, y por tanto la obligación de las personas, también. ¿Qué es más urgente: implantar zonas de baja emisión o evitar los incendios forestales? El covid nos enseñó que no todo problema continental o mundial requiere la misma respuesta: abstracciones de un poder mundial en un mundo plano; todos igual de responsables (cosa imposible). Un probo funcionario de un gobierno mundial podría hacer más daño que cien Herodes; basta que se equivoque, pues se equivocaría a escala planetaria. La escala importa; desconfiemos de las soluciones universales impuestas por poderes globales no responsables ante nadie.
La idea, corriente, de cada uno su granito de arena, arruina la proporcionalidad y nos hace culpables a nosotros —cuando la gran mayoría no lo somos, o poco— pero se vende bien. Aceptaremos, así, perder más libertad y nos sentiremos responsables —mucha gente ya se siente—, aminorando la culpa de los que quitan o ponen no un granito de arena sino una montaña.
Al hombre medio, las grandes políticas mundiales siempre nos las dan hechas, para luego tratarnos como los responsables —tú, yo— de un problema planetario. En esto, ni la Laudatio Si' ni la Laudate Deum nos ayudan: no parecen apostar por la libertad, por el pluralismo ni por el margen de apreciación; más bien suenan a TINA (there is no alternative, Mrs Thatcher), lo que tendería al incremento del poder mundial. Siguen a «los científicos» como si no hubiéramos quedado escarmentados del covid. Ni siquiera es completamente indiscutible que el calentamiento se deba a las emisiones (supongo que sí), ni, en ese caso, en qué medida. ¿Han sustituido los expertos al derecho natural?
Se nos pide ahora convertir el corazón: el mío ya lo está porque tengo hijos y nietos. Pero tras la conversión, ¿qué? ¿A quién confiaremos tanto poder? Aunque España se hundiera bajo el mar, las emisiones globales seguirían casi igual. Mientras no se convierta el corazón de los responsables del 70% de las emisiones, será como sacar de la mochila una chinita manteniendo una piedra de 50 kilos. Dios nos hizo libres, como dijeron los independentistas americanos. Dios corre el riesgo de nuestra libertad. Si acabáramos con todo-todo-todo riesgo, acabaríamos con la libertad. Hay que tolerar una dosis de imperfección. Menos malo sería sufrir el calentamiento con dignidad y libertad que sobrevivir en un falansterio-cárcel digital de autómatas posthumanos. Sería antihumano y, por ende, anticristiano.
Faltaba hasta ahora en tal escenario la «justicia climática» pero ya está aquí. Ahora bien, muchos juristas recelamos de cualquier justicia con adjetivo. Ésta al menos parte de que no todos somos igual de responsables; algo es algo. Ahora bien, toda justicia que no sea sólo retórica política o wishful thinking necesita un juez, ¿quién será, y quién ejecutará sus sentencias?
En conclusión, sentire cum pontifice está bien, pero ¿también cuando concreta demasiado en temas opinables o, por ejemplo, cuando vapulea explícitamente a los norteamericanos (Laudate Deum, 72)? ¿Concluiría lo mismo si partiera de un enfoque negativo y iusnaturalista?
Antonio-Carlos Pereira Menaut
es profesor de Derecho
y autor de La Sociedad del Delirio