Tribunas
13/10/2025
Un canto a María
Ernesto Juliá
Virgen de Fátima.
Una pequeña imagen de la Virgen de Fátima cubría apenas un pequeño lugar a la izquierda del altar en la Plaza de san Pedro este sábado, 11 de octubre.
María, quizá desde la cúpula de la basílica de san Pedro, contemplaba toda la plaza, y llenaba el corazón de todos los que se habían congregado para acompañar a León XIV en su petición a la Madre de Dios por la paz del mundo.
“Nos hemos reunido en oración, esta noche, junto a María la Madre de Jesús, como solía hacerlo la primera iglesia de Jerusalén (Hch. 1, 14). Todos unidos, perseverantes y con un mismo sentir. No nos cansamos de interceder por la paz, don de Dios que debe convertirse en nuestra conquista y nuestro compromiso”.
El silencio llenaba toda la plaza; el silencio y el orden en los pasos de la ceremonia. Era la celebración del Jubileo de la Espiritualidad Mariana, que el Papa ha querido celebrar abierto a todo el mundo, espiritual y geográficamente. Medios de comunicación de todo tipo hicieron posible que la Iglesia extendida en el mundo, aquella tarde fuera “un corazón y un alma”, con el Obispo de Roma, y abriera el corazón de todos los creyentes a esa unidad de Fe, de Esperanza, de Caridad, por la que el Papa ha rezado, y nos ha recordado rezar, desde el primer día de su pontificado.
“Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, corazón y ayuda”.
¿Había bajado el Cielo a la Plaza de san Pedro?
Los coros acertaron muy bien con la música elegida para un acontecimiento semejante, y lo mismo diría de los textos del Concilio Vaticano II leídos antes del rezo de cada misterio,
Y no digamos del ejemplo de fe y de piedad que dio todo el pueblo que llenaba con su devoción la plaza. ¿Estaba cada mujer, cada hombre, acompañados de sus Ángeles Custodios? Sus respuestas en italiano a las palabras de los Padrenuestros, Avemaría y Gloria, dichas en inglés, italiano, español, francés y portugués, manifestaban un recogimiento de espíritu y una piedad que abrían el alma a un diálogo constante con la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
León XIV permaneció arrodillado ante la imagen de la Virgen durante todo el tiempo que duró el rezo entonado de la Letanía mariana. Hizo suyas las palabras que pronunció en la meditación previa a la Exposición del Santísimo:
“Nuestra mirada como creyentes busca en la Virgen María la guía de nuestra peregrinación en la esperanza, contemplando sus “virtudes humanas y evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana” (Lumen Gentium, 65,67).
El Papa leyó de pie toda la meditación, y lo hizo con mucha serenidad y con mucha paz. Quería, sin duda, que los corazones de todos los que le escuchaban en rincones de Roma, de Italia, de Europa, de Asia, de África, de América y de Oceanía,
se abrieran a la devoción a la Virgen, e hicieran suyas las palabras del “testamento” que María nos dejó a todos los seres humanos:
“Nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las palabras de María que nos refiere el Evangelio. Y de entre todas ellas, son valiosas las últimas pronunciadas en las Bodas de Caná, cuando, señalando a Jesús, dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Después no hablará más. Por tanto, estas palabras, que resultan casi un testamento, deben ser muy queridas por los hijos, como todo testamento de una madre” (...) “Haced lo que Él os diga”: todo el Evangelio, la palabra exigente, la caricia consoladora, el reproche y el abrazo. Lo que entiendes y también lo que no entiendes. María nos exhorta a ser como los profetas: a no dejar caer en el vacío ni una sola de sus palabras”.
Y termina su meditación recordándonos que el Señor cuenta con cada uno de nosotros para sembrar la paz en el mundo:
“Ánimo, adelante. Ustedes que construyen las condiciones para un futuro de paz, en la justicia y el perdón; sean mansos y decididos, no se desanimen. La paz es un camino y Dios camina con vosotros. El Señor crea y difunde la paz a través de sus amigos pacificados en el corazón, que a su vez se convierten en pacificadores, instrumentos de su paz”
Termina el acto con la adoración al Santísimo Sacramento. Acto central de la piedad cristiana. Y allí estuvo María enseñándonos a acoger a su Hijo en la donación plena de todo el Amor que le ha traído a la tierra: la Eucaristía. Y es Ella, María, quien prepara nuestra alma, nuestro cuerpo a recibir al Señor, como Ella lo recibió:
“Ruega con nosotros, Mujer fiel, sagrario seno del Verbo. Santa María, madre de los vivos, mujer fuerte, dolorosa, fiel, Virgen esposa junto a la Cruz, donde se consuma el amor y brota la vida, sé tú guía de nuestro compromiso de servicio.
(...) Virgen de la paz, puerta de la esperanza segura, ¡acoge la oración de tus hijos!”.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com