Opinión
11/10/2025
Un recuerdo a propósito de 'Dilexi te'
José María Alsina Casanova
Marc.
En una primera lectura de la exhortación apostólica Dilexi te vino el recuerdo de un bello escrito “Hoy he soñado que me moría” de mi primo Marc Vilarassau Alsina jesuita y que fue leído el día de su funeral. Marc, que apenas llevaba 11 años ordenado sacerdote, fallecía en Barcelona un 15 de octubre de 2013 con 45 años después de padecer un cáncer de pulmón.
Digo que me vino a la memoria el escrito de Marc porque en él se recogía de manera muy bella y simpática un mensaje fundamental que León XIV nos ha dejado en su primer documento magisterial. El Papa, recogiendo el legado de Francisco, en continuidad con la más pura tradición católica y por encima de toda dialéctica, quiere recordar al inicio de su pontificado una cuestión principal para la vivencia del evangelio: la unidad e íntima conexión entre el amor humano y divino del Corazón de Cristo (Dilexit nos) y el amor preferencial que todos debemos tener hacia los pobres (Dilexi te).
Os dejo con las líneas escritas por Marc que pueden ser una agradable introducción para una lectura sabrosa del nuevo texto papal:
Hoy he soñado que me moría
Venía una multitud de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se me llevaban de un vuelo. Y yo que pregunto: ¿hacia dónde nos dirigimos?, y alguien me dice: ¿no te has enterado?, y yo que no, y otro responde: pues que vamos invitados a la mesa del Reino de Dios, y yo digo: me apunto, no tengo nada mejor que hacer. Y de pronto llegamos a las puertas del Reino de Dios y un ángel de espaldas anchas, con un tono dulce pero inapelable, dice: nombre, por favor. Y yo: Marc Vilarassau, para servir a Dios y a usted. Y él: a ver... mm... sí, tenga la amabilidad de esperar aquí, no obstruya la puerta, gracias. Y la gente pasando, y yo solo, esperando, y tú lo flipas, ¿no?
Y en esto veo que llega Juan Antonio, y yo: ¿qué tal?, ¿cómo va la vida?, y él: bueno, la vida se acabó de aquella manera, ¿qué te voy a contar?, pero aquí estamos. Y yo: ¿quién te ha invitado?, y él: pues yo qué sé. Y yo: con lo que le diste a la coca y a la mala vida, qué suerte, ¿no? Y él se encoge de hombros y con boca de mosca: ¿qué quieres que te diga?, a mí me han llamado y aquí estoy. Y el ángel de la puerta, al ver a Juan Antonio, le da un abrazo como si lo conociera de toda la vida y lo deja pasar.Y yo en la puerta, esperando.
Y gente y más gente, y detrás de un niño negro con una cicatriz inmensa en el rostro, reconozco al señor Andrés. Pasó los dos últimos años de su vida en el banco que había frente a casa, en Collblanc. Le bajaba mantas en invierno y las orinaba todas. Pasó dos temporaditas en Obinso y se recuperaba bastante, pero Andrés volvía de nuevo a la calle, como la cabra tira al monte. Su hermana vivía tres calles más abajo, pero no quería saber nada de él.Y yo: la que le habrás hecho pasar, bandido.Y él: si tú supieras, es normal que no quiera ni verme. De pronto desapareció, y yo pensé: quizá se ha recuperado. Un mes más tarde, unos niños lo encontraron muerto en el interior de la casa abandonada al fondo de la calle. Lo metieron en la fosa común, y yo, que habría querido despedirme, le llevé unas flores: qué solo debes de estar, querido Andrés.
Y yo gritando: señor Andrés, ¿se acuerda de mí?, y él, que me ve de lejos y se le ilumina el rostro, pero el ángel lo deja pasar y él me hace señas con las manos: nos vemos dentro, luego hablamos.Y yo en la puerta, esperando.De repente, unas risas muy familiares, y me giro, y la Niña Julia se me lanza al cuello, y ella: padrecito ingeniero, ¿cómo anda usted por aquí?, ¿espera a alguien parado en la puerta?, venga para dentro, y el ángel: no, señora, que el padrecito espera todavía un poquito, y ella: bueeeeno, no se preocupe, yo me adelanto a prepararle unos tamalitos y unos frijoles. Y yo que recuerdo la respuesta de la Niña Julia cuando le pregunté: pero cuántos hijos tiene usted, Niña?, y ella: hijos, lo que se dice hijos, cinco, pero cinco más son recogidos, y yo: pero con los apuros que pasan en casa..., y ella: ay, padrecito, donde comen cinco comen diez. Y yo que pienso: no me extraña que entres tan rápido, santa Julia de la Chacra.Y se me escapan unas lágrimas.Y empiezo a entender. Sigo esperando.
Y tanta y tanta y tanta gente que va pasando, como una riada, y todos, cuando me ven, hacen el gesto de decir: ¿qué haces tú aquí, parado?, pero el ángel: hagan el favor de circular, que somos muchos y el banquete está a punto de empezar.
Y alguien le dice al ángel: escuche, buen hombre, deje pasar a Marc, que hacía unas homilías estupendas, y el ángel: mire, aquí no estamos para sermones, aquí venimos a comer y a reír.Y yo sigo esperando, pero no pasa nada, créanme.Y todos los abrazos que ahora no nos podemos dar reviven en mí desde dentro, como aquello que nunca me ha dejado a pesar de las distancias y los silencios, como la promesa de una plenitud que en aquel momento no podíamos retener con las manos. Y aunque la puerta es tan estrecha y el ángel tan inapelable, me digo: la sala debe de ser muy espaciosa.Y tengo muchas ganas de entrar, y al principio me daba rabia, pero ya no tengo prisa.Y pienso: suerte que esto del Reino de Dios no es como las rebajas del Corte Inglés, sálvese quien pueda. Suerte que la puerta es estrecha y que aquí se entra de uno en uno, con nombre y apellidos, con historias y no con histerias.
Y yo cada vez más extrañamente feliz, ¿verdad que me entendéis?Y finalmente, cuando ya no quedaba nadie, ni siquiera el ángel de espaldas anchas, solo yo en la puerta con cara de pez hervido... Dios mismo asoma la cabeza y hace como quien mira que no quede nadie afuera. Y yo, que es la primera vez que lo veo, me resulta familiar: tiene la nariz de Juan Antonio, las orejas del señor Andrés, las manos de la Niña Julia...Y él, como sorprendido de verme: ay Marc, casi me olvido de ti.Y yo: mira que es pícaro.Y él: has tenido suerte, todos tus amigos, solo de verme, me han hecho una pregunta, la misma.Y por eso, aunque sea para el postre, tienes derecho a pasar a la mesa de mi Reino.Y yo, sollozando: ¿y cuál es esa pregunta, Señor?
Y él: todos, sin excepción, me han preguntado: Señor, ¿cómo es que Marc está en la puerta, esperando?
Descansa en Paz, querido Marc y que los pobres te reciban en las puertas del paraíso