Tribunas

Ojiplático ante el discurso de Argüello

 

 

José Francisco Serrano Oceja


Mons. Luis Argüello, inaugura la 126ª Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal (CEE).

 

 

 

 

 

 

Si fuera verdad que en la Iglesia todavía hay discursos que dejan boquiabierto al auditorio, el que pronunció monseñor Argüello el pasado lunes, en la sesión inaugural de la Plenaria, fue uno de ellos.

No sé si es que don Luis ha tenido un mes en Roma para preparar lo que quería decir. Pero lo que se percibe es que lo que ha dicho lo tenía muy pensado y tenía ganas de decirlo.

Volvemos de nuevo a los discursos presidenciales que se utilizarán en un futuro como referencia de lo que la Iglesia tenía que afirmar y afirmaba en el pasado.

No puedo aquí glosar cada parte del texto, ni adentrarme en analizar los contextos, las propuestas de una intervención que, sorprendentemente, ha pasado demasiado inadvertida en los medios.

Incluso me atrevería a decir que se ha leído con las gafas deformadas por los sesgos, cada vez más evidentes y agudizados, del filtro mediático.

Que El País titule sobre el discurso, que tenía un análisis de la situación política y social de España con  una carga de profundidad indiscutible, que “El presidente de los obispos evita hablar de la pederastia al inicio de la plenaria anual”, me parece un insulto a la inteligencia de los lectores de ese medio.

Vayamos a lo que dijo don Luis o, mejor, a las fuentes del texto, es decir, desde dónde dijo don Luis algo de lo que dijo.

¿Cuál es el método que utiliza el presidente de la Conferencia Episcopal para hacer su propuesta?

Lo señala al principio con una feliz frase de Benedicto XVI, que me ha parecido toda una llamada de atención a la conciencia profética: “La contribución de los cristianos solo es decisiva si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad, clave de juicio y de transformación”.

Tengo la costumbre de analizar los textos desde las notas a pie de página. En esta ocasión, de las que aparecen e incluso de las que no aparecen.

Por ejemplo. Cuando habla de la situación política, y hace referencia al contexto global en el que vivimos, con afirmaciones como la de que ni el Estado ni el mercado nos salva, he percibido la música de fondo del análisis de autores como John Gray en su libro “Los nuevos Leviatanes”.

Es decir, que monseñor Argüello esté dialogando aquí con Hobbes, me parece, y perdónenme la expresión estudiantil, una pasada.

Eso se nota en sus referencias a uno de los filósofos contemporáneos, católico de confesión, más leídos del momento, el coreano Byung-Chul Han.

Aquí citado en lo referido a dos cuestiones: la articulación de la sociedad desde el individualismo y las consecuencias para el mundo enjambre-red, y la de la esperanza.

A eso añadimos la reflexión sobre la Democracia 3P: populismo, polarización y postverdad, formulación de Moisés Naím.

Estos horizontes hermenéuticos convierten este discurso en algo inusual. Tanto en la sociedad, en la que los líderes prescriptores nos tienen acostumbrados al uso burocrático y demagógico de la política, como dentro de una Iglesia volcada en repetir tópicos.

Se podría decir que la Iglesia vuelve a configurarse como un actor intelectual, con una propuesta ética al nivel de cualquier otro actor público. Siempre desde lo específico de su mensaje.

Concluyo con algo que me ha parecido no sólo original, sino lo siguiente. Cuando monseñor Argüello asienta el marco de las relaciones propuesta cristiana-corrientes de pensamiento, Iglesia-mundo, desde la perspectiva del binomio libertad-gracia, una de las grandes cuestiones de la modernidad.

Dijo: “Compartimos la historia, sabiendo que, en ella, además del dinamismo de la libertad y el tiempo, germina la novedad de la gracia y de la eternidad en la historia de salvación. Una única historia que compartimos, queridos conciudadanos; en dos ritmos: el de la libertad en el cosmos, el de la gracia en la libertad. Compartimos cosmos y libertad. Son nuestro punto de encuentro y ámbito de alegrías y problemas. Ofrecemos el amor gratuito, hecho carne en Jesucristo, que innova la historia y salva a los que por ella transitamos”.

Con lo que “sabemos, con pensadores antiguos y modernos, que los verdaderos problemas humanos no tienen solución, sino historia, en la manera de aparecer, afrontarlos y reaparecer. El mito del progreso pretende solucionarlos hoy con las nuevas máquinas que nos abren a un mundo poshumano”.

Como ha escrito José Luis Restán a propósito de este discurso, “concluye afirmando que el momento que estamos viviendo puede llegar a ser una gran ocasión si nuestros ojos descubren el paso del Señor por la historia y, con nuestra vida, caminando juntos como pueblo, comunicamos la esperanza a tantos que la necesitan y la buscan”.

 

 

José Francisco Serrano Oceja