Tribunas
18/11/2024
La mujer en la Iglesia (III)
Ernesto Juliá
Un grupo de mujeres con el Papa.
¿Qué sentido tienen estas palabras que el documento final de este sínodo “sinodal” pretende achacar a todas las mujeres: “las mujeres continúan encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de su vocación y de su puesto en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia”?
He de reconocer, y lo digo sin tapujos de ninguna clase, que hasta ahora, y ya llevo bastantes años viviendo en este planeta y hablando con un sinfín de mujeres, jamás me he encontrado una mujer que se haya planteado ese problema. Madres de familia, mujeres solteras, profesionales de un cierto nivel social, empleadas del hogar, funcionarias del Estado, profesoras, maestras, enfermeras, conductoras de autobuses, filosofas, médicos, etc. etc., se han encontrado muy bien en su relación con Nuestro Señor Jesucristo en su vida cristiana, sin echar nunca en falta un “reconocimiento” “clerical”, porque ya estaban viviendo plenamente su vocación cristiana.
¿Cómo la vivían? Santificando su matrimonio, ayudando a sus hijos en el camino de la Fe y de la Moral cristianas; en la celebración de los más señalados momentos de la vida de Cristo; dándoles con sus vidas un ejemplo de servicio y de caridad con los demás; perdonándoles y enseñándoles a pedir perdón por sus fallos y malas actuaciones; animándoles a no encerrarse en su propio egoísmo, y ayudándoles a abrir el corazón y la cabeza para aprender a servir a los demás; enseñándoles a rezar, rezando con ellos, etc.
¿A quién se la ha ocurrido ser “altavoz” de esa supuesta “preocupación femenina”, en el sentido más amplio de la palabra?
Un sínodo en el que han participado no sólo Obispos, y que por su composición – laicos y laicas, casados y solteros, frailes, monjas, católicos y protestantes, además de “expertos” de todo tipo de colores, también no cristianos- más se asemeja a un simposio o a un simple intercambio de opiniones-, y ha perdido además toda realidad “sacramental”. Tampoco se ha vivido por todos los participantes la obligación de hacer, personalmente, una profesión de Fe (cfr. CIC n. 833); y, por tanto, carece de toda gracia especial para adentrarse en cuestiones de Fe y de Moral. De una reunión semejante ¿qué se podía esperar?
El Papa, al ver el documento final del sínodo, ha señalado 10 puntos para que se estudien por grupos escogidos de personas. Entre ellos no hay ninguno que se refiera explícitamente a esos “obstáculos que encuentran las mujeres”, aunque no me extrañaría que alguien quiera incluirlo en los puntos 5 y 9 indicados por el Papa, que son los siguientes:
5. Algunas cuestiones teológicas y canónicas en torno a formas ministeriales específicas.
9. Criterios teológicos y metodologías sinodales para un discernimiento compartido sobre las cuestiones doctrinales, pastorales y éticas controvertidas.
No hay más que leer la historia para ser conscientes de que la mujer ha vivido en su sitio a lo largo de los dos mil años de la Iglesia. Hay muchas santas en el santoral; y hay otras muchas más santas que no figuran en el santoral, que han sembrado Fe, Esperanza y Caridad a lo largo de su vida; hay muchas santas que han mantenido las parroquias en todos los rincones de este mundo, con sus catequesis, su colaboración con los párrocos, desde limpiando las iglesias hasta cuidar de los ornamentos y objetos sagrados, etc.
Y lo han hecho muy conscientes de que Nuestro Señor Jesucristo al instituir la Eucaristía, ordenó sacerdotes a los Doce Apóstoles, que eran hombres, y que la Iglesia, desde los primeros cristianos hasta nuestros días, ha ordenado diáconos también solo a hombres. Y no hace falta más que leer a las grandes doctoras de la Iglesia, con título o sin título: Teresa de Jesús, Edit Stein, Catalina de Siena, Teresa del Niño Jesús, Hildegarda de Bingen, María Magdalena, para descubrir el trato que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ha dado a la mujer en la Creación, en la Redención y en la Santificación del género humano.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com