Tribunas

La sorprendente Iglesia

 

Jesús Ortiz


Basílica de San Pedro. Ciudad del Vaticano. Roma.

 

 

 

 

 

Recuerdo algunas conversaciones con un buen hombre que no tiene fe a pesar de tener instrucción y ser muy leído, sobre todo en cuestiones sobre religión. Con tantas explicaciones y enfoques de historia de las religiones; sobre el origen de la Escritura; sobre la fenomenología de la religión; sobre la historia del cristianismo, o la sorprendente historia de la Iglesia, han llegado a ser pantallas que le desorientan e impiden entrar en el meollo de la cuestión.

No acaba de ser consciente de los prejuicios intelectuales, es decir, de paradigmas que complican la conclusión lógica de muchas pruebas, que en realidad frenan el salto a la fe. Quizá se puede resumir en que este amigo participa del prejuicio anti sobrenatural: no puede haber hechos no explicables por la razón, por las ciencias, y además un Dios grande no tiene que implicarse en la historia de los hombres.

 

Interpretaciones

En realidad ese prejuicio impide conocer a Jesucristo: admite que ha sido un gran profeta, un hombre admirable como ninguno, unas enseñanzas muy útiles… pero no es Dios en sentido estricto.

De acuerdo con ese paradigma los milagros del Evangelio se pueden explicar por razones humanas o arreglos de los discípulos; las profecías bíblicas que hablan de Jesucristo admiten varias interpretaciones y la Iglesia ha elegido la más conveniente para asegurar la fe en Jesucristo. Las mismas Escrituras y el Nuevo Testamento -considera- están alteradas por la traducción del hebreo al griego, y escritas mucho tiempo después para mantener viva la memoria del Maestro.

Conocemos muchos casos como el de esta persona que en su búsqueda se fatigan y no llegan al camino de la fe. Ese misterio se puede entender quizá porque la fe no es resultado de razonamiento sino un don que, ciertamente, Dios no niega a nadie que se le acerque sin prejuicios, que está dispuesto al salto de fiarse, de dejar entrar a Dios en su vida, de cultivar el sentido de abandono ante la grandeza del Dios que sí interviene en la historia y llama a cada persona.

Se puede comparar con el sol que luce para todos aunque muchos quedan a oscuras y sin calor por permanecer en la cueva, por aferrarse a su seguridad, por no atreverse a salir al exterior.

 

Qué pasa con la Iglesia

Hay un punto más que se refiere a la sorprendente vida de la Iglesia. Los Evangelios muestran el propósito de Jesucristo de fundar la Iglesia y depositarla en manos de los discípulos, con la asistencia del Espíritu Santo que les envía. Ellos no inventaron la Iglesia y sí fueron enviados al mundo entero. Una empresa imposible para las fuerzas humanas y más de unos hombres y mujeres nada importantes, sin apenas medios humanos desproporcionados, y además perseguidos con furor durante siglos. No hay ningún caso semejante en otras religiones ni en empresas humanas.

«Hace años, una persona que no tenía mal corazón, pero que no tenía fe, señalando un mapamundi, me comentó: He aquí el fracaso de Cristo. Tantos años procurando meter en el alma de los hombres su doctrina, y vea los resultados: no hay cristianos.

»No faltan hoy los que todavía piensan así. Pero Cristo no ha fracasado: su palabra y su vida fecundan continuamente el mundo. La obra de Cristo, la tarea que su Padre le encomendó, se está realizando, su fuerza atraviesa la historia trayendo la verdadera vida, y cuando ya todas las cosas estén sujetas a El, entonces el Hijo mismo quedará sujeto en cuanto hombre al que se las sujetó todas, a fin de que en todas las cosas todo sea Dios (1 Co 15,28).» [1].

Muchos antiguos pensaban que la historia está sometida a fuerzas ciegas, que superan la voluntad humana y juegan con los hombres hasta desencadenar auténticas tragedias... Sin embargo, la Palabra de Dios revelada nos muestra que la historia no es resultado del azar sino manifestación de la Providencia divina y de la verdadera libertad de los hombres.

El amor de Dios está detrás de cada acontecimiento: provee en la tierra según la conveniencia de nuestro bien definitivo, que es el verdadero bien de la persona, aunque a veces el hombre no advierta su sentido, como enseña perfectamente el libro de Job. Además, lo que acontece a cada persona ilustra también la Providencia divina sobre la entera historia humana: la de cada época y toda ella en su conjunto. Providencia que, de modo muy particular, se manifiesta en la historia de la Iglesia, incluidas las persecuciones y las defecciones de los mismos bautizados.

 

La Iglesia peregrina

El peregrinar de la Iglesia en la historia es completamente peculiar a los ojos humanos. Aunque ha conocido épocas de crisis, siempre ha salido purificada y fortalecida en su misión universal, con la ayuda de Dios. Jalones importantes son la época de los primeros cristianos; el posterior desarrollo teológico de la fe; la crisis originada en los cismas de Oriente y Occidente; también los intentos luteranos por reformar que llevaron a la Iglesia a desarrollar la gran teología de los sacramentos instituidos por Jesucristo y administrados por los apóstoles desde el principio.

Más tarde el racionalismo con el prejuicio anti sobrenatural ha obligado a profundizar en la Escritura, en la historia de la salvación, y en la pastoral; después con el desarrollo industrial y cultural de las sociedades modernas la Iglesia ha defendido la dignidad de las personas, ha desarrollado una teología del trabajo, una doctrina social pionera, la defensa de la familia, y la libertad de educación, entre otros muchos logros.

Ya en el siglo XX han crecido la preparación de los seglares más conscientes de su misión de transformar el mundo y elevar las estructuras en beneficio de una sociedad más humana; el Concilio Vaticano II ha supuesto un impulso sin igual para impulsar la búsqueda de la santidad en el mundo y la transformación de las estructuras haciéndolas más humanas.

El interés de los cristianos por la historia de la Iglesia lleva a conocer los dones y atenciones divinas, y también permite saber cómo han correspondido los hombres y mujeres con su libertad a los designios de Dios para la salvación de todos. Porque con su infinita sabiduría, Dios nos ha querido libres -también con la posibilidad de pecar- y que la historia esté efectivamente hecha por nosotros; y a la vez Él no ha querido sustraer su Providencia de ella sino que la gobierna con suavidad y fortaleza: «Todas las incidencias de la vida -las de cada existencia individual y, de alguna manera, las de las grandes encrucijadas de la historia- son como otras tantas llamadas que Dios dirige a los hombres, para que se enfrenten con la verdad; y como ocasiones, que se nos ofrecen a los cristianos, para anunciar con nuestras obras y con nuestras palabras ayudados por la gracia, el Espíritu al que pertenecemos.» [2].

Las estimaciones humanas se han equivocado muchas veces respecto a la Iglesia cuando proceden de una fe poco formada, y no digamos si tienen su origen en la falta de fe. Desde esas perspectivas deficientes resultará inexplicable la permanencia de la Iglesia durante veinte siglos, pues las infidelidades, incoherencias, y persecuciones serían suficientes para hacerla desaparecer de la tierra. Pero no ha ocurrido de ese modo pues la Iglesia aparece hoy como un milagro permanente de la fe, al cumplirse en ella las palabras de Jesucristo: «Sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28,20).

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico

 

 

 


 

[1] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 8ª ed. 1975, n.113

[2] Ibídem. n.132