Tribunas
12/11/2024
Reacciones ante la Dana
Carola Minguet Civera
Doctora en CC. de la Información.
Responsable de Comunicación de la Universidad Católica de Valencia.
Un bombero abraza a una afectada por la DANA.
Hay una advertencia del papa Francisco interesante, lo que él llama la debilidad de las reacciones. Es algo propio de este tiempo, donde hay reacciones exageradas por sensibilidades que están polarizadas o susceptiblemente desarrolladas hacia ciertos temas y otros asuntos ante los cuales hay una inaudita, sorprendente o surrealista debilidad de respuesta.
Lo que ha ocurrido en Valencia habla también de esto: ha habido una debilidad en las reacciones de los gobernantes. Primero, por no alcanzar a percibir la gravedad de la riada; después, cuando la negligente actuación ha estado unida a cálculos políticos. Es cierto que esta tragedia pide un análisis exhaustivo, pues lo que ha pasado es multifactorial en sus causas. Pero bueno, está claro que ha habido una reacción inadecuada por parte de los dirigentes. Por una sensibilidad anestesiada, por ceguera, por incompetencia. Por lo que sea.
Por otro lado, la catástrofe también ha evidenciado que la naturaleza humana tiene la capacidad de reaccionar con firmeza y enérgicamente para defender el bien. La gente está limpiando, llevando comida y bienes, asistiendo física, psicológica y espiritualmente a tantísimos damnificados desde el principio. En los pueblos arrasados acampan el sufrimiento y el desastre, pero también muchas personas actuando de una manera ejemplar. Hay esperanza porque ha habido una respuesta a la dana que es la respuesta del amor, en el sentido más evidente del término: ponerse al lado de la persona que sufre. Esto, además, es un eco de la fe, que revela, aunque sea entre lágrimas muy amargas, que el amor traspasa la frontera de la muerte.
Ahora bien, esta esperanza convive con la tristeza profunda y el duelo, que se acrecentará cuando pasen las horas de intensa actividad. También con el enfado: todos, especialmente las víctimas, necesitamos responder a la pregunta de por qué. Y esa pregunta no hay que esconderla. Sin embargo, nos esperan meses difíciles, muy difíciles, y conviene, por tanto, canalizarla adecuadamente.
Así, la indignación está más que justificada; hay un motivo por cada imagen que se nos ha quedado grabada en la conciencia. Una razón por cada anciano, niño, hombre y mujer que ha perdido la vida, su hogar y su trabajo. Además, la indignación no sólo es una reacción natural, sino un sentimiento moral. Tomás de Aquino afirma incluso que la ira, sujeta al control de la razón, puede resultar virtuosa. Si tienes una respuesta airada contra una injusticia es porque de algún modo percibes que hay algo que no está bien. Y no sólo eso: adviertes, además, que quien tenga alguna responsabilidad sobre ese mal debe ser castigado, retirado, corregido. Lévinas, superviviente de un campo de concentración, habla de que somos responsables del dolor del otro, pero también del que ha tenido que ver con ese dolor. ¿Por qué tienen que cargar con el mal los inocentes?
No obstante, una cosa es la agresividad que nace de esta indignación y otra la violencia. La primera denota la capacidad de reaccionar con decisión y contundencia frente al mal. La agresividad convertida en daño hacia otro es violencia. Y no se soluciona un error con otro error. No se arregla nada con arrojar barro a la cara de nadie. Ni con pegar un palazo a Pedro Sánchez, aunque su incompetencia y cinismo sean mayúsculos.
Igualmente, cabe pedir justicia, es evidente. Pero por los cauces establecidos, ajustando los términos, no dejándose llevar por el populismo. Reclamar justicia por la enorme gravedad de lo sucedido, sin aprovechar la coyuntura para otros intereses. Ahora se pide que salga todo, dónde estaba cada uno minuto a minuto… No creo que sea el camino. Como observa Shakespeare en El Mercader de Venecia, una exigencia de justicia total puede acabar siendo injusta.
Todo esto es muy amargo, estamos muy afectados a distintos niveles, pero creo que conviene ayudar a encaminar lo que se vive. Un ejemplo es lo que pasó con la visita de los reyes a Paiporta. Su actitud no fue heroica, no nos pasemos. Gestos heroicos ha habido de sobra estos días en los afectados y en quienes han acudido a socorrerlos. Pero sí coherente y significativa: “Tienes razón, tienes razón, tienes razón” reiteró la reina a una mujer. Y esta mujer pasó de la rabia al abrazo.
Toca, entonces, seguir colaborando con generosidad y valentía para arreglar este desastre, estar enfadado y pedir cuentas a todos los responsables, acompañar e intentar sostener a las víctimas. Sirviendo. Consolando. Pero también conviene ponerse cara a cara con nuestra naturaleza humana para que dé luz en esta oscuridad y no se contagie de la misma.
Lo recuerda Tolkien en El Señor de los Anillos cuando Sam, sumido en la aflicción, hace la siguiente confesión a Frodo: “Al final, todo es pasajero. Como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba, para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran. Pero no lo hacen: siguen adelante, porque todos luchan por algo”. “¿Por qué luchas tú ahora, Sam?”, le interpela su amigo. “Para que el bien reine en este mundo, señor Frodo. Se puede luchar por eso”.