Tribunas

La mujer en la Iglesia (II)

 

 

Ernesto Juliá


Inmaculada Concepción.

 

 

 

 

 

En una entrevista con ocasión del Meeting de Rímini el 1 de septiembre de 1990, el entonces cardenal Ratzinger, comentó:

“No son las mayorías ocasionales que se forman aquí y allá en la Iglesia las que deciden su camino y el nuestro. Son los Santos, la verdadera y determinante mayoría, la que vale para que nos orientemos. ¡Esa es la mayoría a la que nos atenemos! Ellos traducen lo divino en lo humano, lo eterno en el tiempo. Ellos son nuestros maestros de humanidad, que no nos abandonan ni en el dolor, ni en la soledad, y también en la hora de la muerte caminan a nuestro lado”.

Y entre los Santos, dejando aparte a la Santísima Virgen María, no hay una clasificación para señalar quienes son los más importantes y los más influyentes en la misión de la Iglesia; ni entre los hombres ni entre las mujeres, ni comparando unos con otras y otras con unos. Y sería tarea casi imposible de llevar a cabo el tratar de averiguar el número de los santos y de las santas, canonizados y sin canonizar, que han sostenido sobre su corazón y su alma, el peso de la Iglesia en su vida cotidiana.

El n. 60 del documento final del Sínodo trata de la presencia de la mujer en las actividades de la Iglesia. Después de señalar que por la gracia del Bautismo, hombres y mujeres gozan de la misma dignidad en el Pueblo de Dios, añade que las mujeres continúan encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de su vocación y de su puesto en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia.

Añade después: “También la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal queda abierta”. No habla de “ministerio sacramental”, lo que daría pie a entender lo “diaconal” como un paso para la ordenación sacerdotal, tema que ha sido descartado de entrada antes de comenzar las sesiones de este Sínodo.

La mujer en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica, ha tenido una importancia decisiva a través de los siglos, transmitiendo en la familia el mensaje de la Palabra y del Amor de Dios en Cristo Jesús; sosteniendo la labor de los sacerdotes con sus oraciones y ayudas en sus parroquias, y en colaboraciones con tantos otros cristianos; con el ejemplo de piedad y de vivir la Fe y la Moral, que han dado, y siguen dando, en el corazón del Pueblo de Dios, que es la Iglesia; también en la recepción de los Sacramentos, conscientes de la necesidad y de la alegría del arrepentimiento y pedir perdón al Señor por los pecados.

Y de manera muy particular, sin duda, en la labor de engendrar hijos, acercarlos al Bautismo, enseñándoles el amor a Jesús y su Madre Santísima, y ayudándoles a vivir la Fe y al Moral, con su corazón materno que sabe e intuye que así sus hijos serán felices en la tierra, llevando la Cruz y la Resurrección de Cristo en el corazón y en la cabeza, y felices en el Cielo.

Jesucristo fundó la Iglesia con palabras y gestos eternos. Al instituir la Eucaristía, ordenó sacerdotes a los apóstoles, todos hombres. Y al Resucitar, se presentó a las santas mujeres y les encargó que anunciaran a los apóstoles que lo habían visto. De distinta manera, les hizo partícipes de la misión que a ellos les encargó: “Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto Yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt. 28, 19-20).

Y esa Iglesia sigue creciendo y transmitiendo su mensaje a través de los siglos, aunque a veces las apariencias y las estadísticas puedan dar una impresión diferente, consciente de que Cristo “no ha venido a ser servido, sino a servir”; y  sigue  viviendo ese servicio, con los sacerdotes, sacramentalmente; y con los laicos, hombres y mujeres, casados y célibes, en su corazón materno y paterno, reflejo del amor con el que Dios nos ha engendrado, nos ha redimido, y anhela santificarnos.

¿Qué sentido tienen esas palabras que este documento “sinodal” pretende achacar a todas las mujeres: “las mujeres continúan encontrando obstáculos para obtener un reconocimiento más pleno de su vocación y de su puesto en los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia”?

 

(continuará).

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com