Tribunas

El misterio de la fe en Dios

 

Jesús Ortiz


El Papa Francisco, con los enfermos
que asisten a las ceremonias en San Pedro.

 

 

 

 

 

«Ahora todo tiene sentido», me decía un enfermo grave a las puertas de la muerte, después de recibir los sacramentos cristianos, de hablar de fe y naturalmente hablar de Dios.

Se daba cuenta del sentido de su vida que él ha dirigido libremente pero que entonces alcanzaba plenitud desde la perspectiva de la fe vivida. Comprendía entonces que Dios no invade su autonomía sino que ha estado cuidando de él como un padre sigue a su hijo pequeño, en sus primeros para que no se rompa.

Para este buen hombre recibir los sacramentos y rezar ha sido mucha luz y ha puesto buena dosis de humildad. Porque lo fácil sería negar la libertad, viéndose casi como una marioneta de Dios, o ver la fe cristiana como un bonito cuento que acaba bien en el Cielo. En realidad estamos ante el misterio de la vida humana, de la libertad, y del sentido del nuestro quehacer en la tierra.

 

Los caminos de la fe

Nuestro protagonista alcanzaba la comprensión cabal de su vida como criatura de Dios y de su misión en el mundo, familia, trabajo, amigos, etc. De modo semejante y como tantos otros durante años muchos realizan los proyectos de su vida, especialmente crear una familia y alcanzar metas profesionales.

Son los caminos normales para desarrollar la fe y tratar a Dios, ver el sentido del trabajo, de la convivencia, de las aficiones, de la solidaridad. Sin embargo, tantas veces el trabajo y la convivencia son pantallas que requieren tanta atención -como las pantallas digitales- que producen olvido de las cuestiones importantes del vivir con sentido, con proyecto a largo plazo pero realizado a diario, con avanzar en la línea de la felicidad.

La parábola de los invitados a las bodas muestra las dificultades que los hombres encontramos para responder a la invitación a seguir a Jesucristo, a caminar por las sendas de la santidad con capacidad para transformar el mundo.  Unos se excusaron por los negocios, otros por el trabajo inaplazable, otros por el matrimonio (Cfr. Lc 14,15-24). Y es una pena porque es precisamente en las ocupaciones habituales donde podemos encontrar a Dios y servir al prójimo.

Recuerdo un artículo de un periodista en búsqueda permanente de Dios, aun en medio de dudas, con una interesante aportación personal a la cuestión de la fe en Dios. Se remitía a sus años de bachillerato y estudio de la filosofía, que entonces le aburría pero que ha dejado huella en él. En concreto, recuerda el impacto de las famosas cinco vías de Santo Tomás acerca de la existencia de Dios.

Reconoce que le sirvieron al menos para pensar con fundamento y abrirle horizontes. En efecto, esas reflexiones plantean con profundidad las cuestiones sobre la existencia de Dios aunque suponen un cierto bagaje filosófico. No son demostraciones de Dios al modo de las ciencias experimentales; sin embargo son verdaderas pruebas racionales y concluyentes sobre la realidad de Dios como ser supremo y fundamento último de todo cuanto existe. Lo cual no implica la fe aunque sí quedan como a las puertas de ella.

 

Pensar y creer en Dios

El columnista reconocía que una cosa es pensar en Dios y otra creer en Dios: lo primero, pensar es razonar y llegar a conclusiones válidas para la inteligencia y tener incluso la convicción sobre la existencia de Dios; lo segundo, la fe, se sitúa más allá, pues compromete a la persona en su integridad.

Esto quiere decir que de la convicción a la fe hay un paso importante que depende del hombre en su disposición a llenarse de Dios, de su libertad para descubrir llamada de Dios, con un añadido importante: que la fe es un don o regalo de Dios que ofrece con generosidad a todos. Es decir, Dios no es arbitrario, dando a unos la fe y a otros no, porque sí llama al corazón de cada persona para que libremente admita la familiaridad con Dios y su misión en el mundo.

Y aquí entra también la parábola de los talentos pues aquel señor repartió a uno cinco talentos, a otro dos y otro uno (Cfr. Mt 25, 14-30) . Incluso el que menos recibió tuvo un tesoro de unos cuarenta quilos de plata para negociar, y al final cada uno es juzgado por su entrega para rendir los talentos, su trabajo para beneficio de los demás.

De nuevo estamos ante el misterio de la libertad humana capaz de comprometerse de continuo en algo que le trasciende pero también de resistir a las gracias de Dios. Importante, porque muchas veces planteamos la carga de la prueba en Dios y minimizamos la capacidad libre del hombre para aceptar o rechazar la oferta generosa.

En realidad hay algo misterioso en la fe aunque no en el sentido de incomprensible sino como realidad sublime que invita a ser feliz, saliendo de las propias conveniencias y abriéndose al regalo de la felicidad. En suma, razonar con fe requiere mucha humildad y reconocerse como criatura de Dios con la misión de participar en el desarrollo de la creación.

 

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico