Tribunas

Manipulando a la juventud (I)

 

 

Ernesto Juliá


Bebé en el vientre materno.

 

 

 

 

 

La pregunta que abre estas líneas me la hice apenas me enteré de la ley que acaba de aprobar el gobierno concediendo a las jóvenes desde los 16 años, que se quedan embarazadas, el derecho a matar a las criaturas que llevan en su seno, sin el consentimiento de sus padres. Aclaro enseguida que abortar, cuando la acción es premeditada, planeada y querida, significa matar, asesinar.

El ser humano está ya latente y en marcha desde el momento en el que el espermatozoide del hombre se injerta en el óvulo de la mujer, y todas las consideraciones que se puedan hacer para no admitir ese hecho natural no son científicamente válidas; o sea, no son verdad. Desde ese momento el ser humano engendrado no deja de desarrollar todas sus potencias y posibilidades hasta que llegue el momento de la muerte corporal.

¿Por qué han tomado una medida semejante? Ante estas “leyes”- ¿merecen de verdad ese apelativo una disposición como las que estamos comentando?, lo dudo- se me permita opinar con la libertad a la que acuden casi siempre los promotores del aborto y de crímenes semejantes.

El embarazo es fruto de una relación sexual hombre-mujer. O también de la implantación de un embrión humano en el útero de una mujer. Los embarazos de los que se habla en esa “ley” son sencillamente fruto de una relación sexual hombre-mujer fuera del matrimonio.

El falso derecho a abortar ¿no es una invitación a unas relaciones sexuales irresponsables? ¿No lleva consigo un desbarajuste emocional respecto a la sexualidad humana, que como toda cualidad humana tiene un sentido y una finalidad? ¿No es propio de la unión íntima transmitir amor y estar abierto a la vida, si la edad y la naturaleza de los cónyuges no lo impiden?

¿No es una invitación a los jóvenes para que se conviertan en unos “golosos” y “obsesos” del sexo y lo vivan como los que comen hasta hartarse, y vomitan para seguir comiendo?

La “ley”, además, tiene otra posible consecuencia, porque puede facilitar, y así ocurrirá en la mente de muchas personas, el sacar una conclusión falsa: si hay consentimiento de los padres esas mujeres embarazadas pueden abortar tranquilamente.

Con consentimiento o sin consentimiento paterno, el aborto es el asesinato de un ser humano. Y a estas alturas históricas de Occidente, es una gangrena que acabará con el palpitar cultural y espiritual de Europa a poco más de cien años vista, si no cambia la mente de los ciudadanos abortistas y las “leyes” que permitan y alienten semejantes comportamientos.

Estas “leyes” tienen además unas consecuencias desastrosas para cualquier civilización que las acepta y que son difíciles de apreciar a corto plazo de tiempo.

Si uno puede deshacerse “legalmente” de un ser vivo, aunque sea recién concebida, ¿qué le impide tratar con el mismo desprecio a cualquier otro ser vivo, tenga la edad que tenga? Para oponerse a ello, no quedaría más que el simple acuerdo. Y acuerdo revocable.

Tratando así una “cosa” –que así considera la “ley” a un feto humano-, ¿quién puede impedir pensar que el hecho de que esa “cosa” se convierta en un ciudadano de un Estado, es una simple concesión de los poderes públicos? ¿Convertimos a la persona humana en un puro y simple objeto “fabricado” por un Estado que regula su crecimiento, su alimentación, sus enseñanzas, etc.?

He de reconocer que me conmoví ante la reacción de una criatura de 23 años que me encontré en un hospital y me rogó que atendiera los últimos suspiros de una mujer con un cáncer de pulmón ya muy avanzado. Era su madre que lo había engendrado y dado vida en contra del parecer de sus padres, de toda su familia. La habían excluido del entorno familiar, y ella sola lo había sacado adelante. El hijo, un buen creyente, cuando le ayudé a cerrar los ojos de su madre, me comentó: “mi madre me ha dado la vida, y ha dado su vida por mí; y el Señor me ha permitido que yo la acompañe en su caminar a la Vida Eterna. No deje de rezar por ella, por favor”. Las lágrimas le impidieron seguir hablando,

 

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com