Tribunas

Don Vicente Cárcel se supera a sí mismo

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

 

Don Vicente Cárcel, el más valenciano de todos los valencianos en Roma y el más romano de todos los romanos en Valencia, acaba de publicar una síntesis impresionante de sus investigaciones sobre la Iglesia en la España contemporánea en el libro “Los números de Franco”, editado por el ínclito Javier Paredes (San Román), que merece una nota periodística.

Por cierto que en el libro colaboran algunos buenos amigos, como mi compañero de despacho José Luis Orella.

El valor de este texto de don Vicente es su capacidad de síntesis, el equilibrio historiográfico y la claridad en algunos de los juicios. Cuando don Vicente escribe lo hace después de haberse pasado una vida en los Archivos Vaticanos, de haber publicado obras inéditas de documentación original. Por tanto no habla de referencias periodísticas, ni de oídas, ni está motivado por ideas algunas ajenas a la experiencia de Iglesia que tiene. Y es mucha. Aún le recuerdo cuando era el Vicario de los valencianos en Roma y yo estaba, por entonces, en el entorno de ese grupo.

Pues bien. Me voy a referir a dos cuestiones del capítulo, una del principio del texto y otra del final, a modo de ejemplo. Tengo que advertir que una de las aportaciones de este escrito es la claridad expositiva, incluso por el método de las ideas párrafo en guiones. No pocas de las tesis allí expuestas las había publicado antes. Pero escribirlas en ese contexto les confiere otro sabor.

Plantea don Vicente desde el inicio una cuestión que me parece interesante, la del valor y uso del concepto “nacional-catolicismo”, que se ha convertido en un mantra que pretende decirlo todo, pero que al final dice lo que algunos quieren que se diga. Y solo eso.

“Habiendo obtenido fortuna en numerosas publicaciones -apunta don Vicente-, se ha cargado de un contenido semántico determinado, en ocasiones avieso y crítico, lo que ha producido que se discuta la validez del mismo, aunque permanece inalterada la tónica de intimidad que se vivió entre Iglesia-Estado en aquellos años”.

Voy al final. Hablando de la crisis de al Acción Católica de 1966. Escribe don Vicente –perdón por la larga cita-: “He subrayado en el texto anterior la acusación de marxismo o filomarxismo que el cardenal Tarancón hizo referida a algunos de los dirigentes de los movimientos especializados de la AC porque se trata de un testimonio muy autorizado para entender por qué en marzo de 1967 un grupo de católicos españoles, respaldados por 16 obispos, preguntaron a la Congregación para la Doctrina de la fe acerca del diálogo con los marxistas en un país católico y de la colaboración con ellos en el terreno de “compromiso temporal” (…)

Se sabía que dirigentes y militantes de los movimientos especializados de AC eran marxistas o filomarxistas y salieron al descubierto cuando el régimen se acabó. La Iglesia les vino muy bien para fomentar su activismo político, precisamente en la difusión de una ideología intrínsecamente perversa, que tenía como objetivo fundamental la aniquilación de la Iglesia, como ha demostrado la historia europea en los últimos 50 años. Y lo hicieron amparados  en la impunidad que durante mucho tiempo les dieron los privilegios concordatarios de la ACE. La Iglesia, aún sabiéndolo algunos obispo y sacerdotes, cobijó bajo sus alas a personas que más tarde volverían las espaldas a quienes en tiempos difíciles les habían protegido”.

 

 

 

 

 

 

 

Javier Paredes,
Los números de Franco,
San Román.

 

 

 

 

José Francisco Serrano Oceja