Tribunas

 

El virus del libro

 

 

Ángel Cabrero

 

 

 

 

 

Considerando la importancia que tiene para nuestras vidas el hábito de lectura, podríamos considerar que el virus a afectado, de un modo bastante generalizado, al libro. Concretamente al afán de leer. La avalancha de medios telemáticos, con expresiones muy diversas, ha producido una tendencia perniciosa a ver vídeos, ver mensajes, oír conferencias por zoom, y horas y horas de conversaciones telefónicas. Todo ello, en principio, puede ser bueno en sí mismo, aunque se sirve muy cercano a contenidos muy inconvenientes.

Pero el problema no es ya el contenido de lo que recibimos. El problema es que hay muchas personas, sobre todo jóvenes, que se pasan horas -muchas horas, sin exagerar- pendientes de estos medios. La adición al móvil impide otras aficiones y modos de formación importantísimos. Ante todo, aparta del mejor medio para crecimiento espiritual, moral y cultural a nuestra disposición que es la lectura. Todo lo que recibimos por las redes son cositas sueltas, en su mayoría. Mensajes, recordatorios, chistes, fotos y vídeos.

Pero un libro, leer un libro entero, más o menos largo, pasito a pasito, un día 20 minutos, otro día una hora, a veces a ratitos de 10 minutos, supone para el lector un pequeño esfuerzo que resulta tremendamente rentable. Porque la lectura deja un poso a veces imborrable, porque nos ayuda a pensar, porque puede llegar a emocionarnos de un modo que no consiguen otros medios. “Leer es discutir con el texto -dice Basanta-. Polemizar con él. Aseverar, negar. Establecer hipótesis. Inferir ideas. Generar asociaciones. Proyectarnos. En suma, nutrir juiciosamente nuestro libre albedrío. Que libro, lector y lectura se escriben con ele de libertad” (pág 35).

Al leer ejercitamos el cerebro. Es un esfuerzo neuronal: como una gimnasia. Si no nos movemos el cuerpo se queda fofo. Si no leemos el cerebro se queda flácido. En las películas apenas hay ejercicio neuronal. Es básicamente pasividad. En los vídeos que nos llegan al wasap en cantidades, apenas hay más que información, interés por un asunto. Insisto, puede ser todo bueno, e incluso santo… Pero si nos quita de la lectura de un libro, es un daño.

La lectura refuerza mucho la capacidad de concentración. Viene bien, por lo tanto, para cualquier actividad intelectual. Y entendemos la importancia que tiene para los que deben estudiar: niños, jóvenes o mayores. Estudiar de verdad, profundizando en las cosas importantes. La lectura despierta nuestra imaginación. Nos da capacidad para captar lo bello. El libro nos deja un campo importante para la reflexión de cada uno. La película poco.

Leer es siempre un ejercicio activo de creación. Más aún: de recreación. De reanimación. Y esa acción por la que el texto se libera de las ataduras de la pura grafía es realización personalísima. Tanto que no hay dos lectores iguales (como no hay dos lecturas iguales). Es muy significativo como, en las tertulias literarias, donde ocho o diez personas han leído un mismo libro, se descubre, al hablar, que cada uno se ha fijado en aspectos distintos. Especialmente cuando es un libro profundo, una buena novela. Ahí se valora la riqueza de los clásicos.

La lectura nos permite conocernos mejor a nosotros mismos. Porque reflexionamos sobre los temas que aparecen. Tenemos tiempo y opción de deliberación. Por lo tanto, posibilidad de superación. En los libros vemos ejemplos y anti-ejemplos.

Pero ha venido el coronavirus, con toda su marabunta de engendros telemáticos y ha dañado de modo importante los buenos hábitos de no pocos lectores.

 

 

 

 

 

Antonio Basanta,
Leer contra la nada,
Siruela 2019.

 

 

 

 

 

Ángel Cabrero Ugarte