Tribunas

Pensar sacramental

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

 

 

Diario del Coronavirus 5.

No sé si muchos lectores conocen, y han visto, la serie norteamericana “Greenleaf”. Una saga familiar de pastores evangélicos, de una iglesia de las denominadas de la abundancia –no muy buena traducción por mi parte-, perdón, de las de la teología de la prosperidad, en Memphis, en el cinturón bíblico de los Estados Unidos.

Una serie de ficción, una especie de Falcon crest, en la que la Biblia, la Palabra de Dios, es un argumento principal. En la estrategia narrativa, los guionistas suelen hacer concluir los capítulos con una de las celebraciones dominicales en las que el Pater familias, el obispo de esa Iglesia, suele predicar, una escena cuyo análisis retórico merece un texto aparte.

Pues bien, sorprende el manejo de la Escritura para la vida, y también la exégesis. Y lo que más llama la atención, a una mentalidad católica, es la ausencia sacramental. En algún capítulo se ha desarrollado la teología del bautismo, y el bautismo por inmersión, pero la sensación que deja esta forma de religiosidad es de un vacío absoluto, una ausencia de algo fundamental que define al cristianismo en su propia naturaleza. Por cierto, que en esa denominación familiar la caridad, la asistencia a los pobres, las acciones de solidaridad, son ciertamente protagonistas de la serie de ficción.

Esta reflexión inicial viene a apropósito de algo palpable estos días. Por una lado, las desaforadas críticas que estoy leyendo, inusuales y extemporáneas en estos tiempos, a lo que podríamos denominar la “tensión sacramental” que no pocos de los sacerdotes están intentando mantener en la vida de los fieles. Algunas afirmaciones, incluso de quien nunca me lo iba a imaginar –vaya temazo para el futuro-, me parecen alucinantes.

Que los sacerdotes se maten en buscar formas de hacer presente a la Iglesia a través de las redes sociales, que salgan a bendecir con el Santísimo Sacramento a los tejados o a los campanarios, que recen el rosario con sus comunidades, aunque sea por tan-tan, que nos envíen mensajes a la lista de distribución con fotos del altar de nuestras parroquias pare recordarnos que nos tienen a todos allí cuando celebran la santa misa, me parece que forma parte de la propia vida de la Iglesia y del ejercicio del ministerio volcado en ser otros Cristos, y de la naturaleza de Cristo vivo a través de los signos sensible y eficaces.

En estos momentos en los que vivimos los sacramentos por el deseo, en los que nuestra relación con Cristo se hace interior, la evidencia de presencia, la imagen, la actividad a través del mecanismo de recuerdo, es clave. Hablar de los sacramentos es hablar de la Iglesia y de la gracia, no lo olvidemos.

Pero sobre todo me llama la atención las ideas que subyacen. Identifican sacramentalidad con clericalismo, como si los sacramentos no formaran parte de la naturaleza de la Iglesia –¿acaso existe una Iglesia católica sin sacramentos?-, o como si los sacramentos no fueran patrimonio del Pueblo de Dios. O las ideas que pretenden deslegitimar esa dimensión sacramental que es también antropológica y cultural, para reducir la Iglesia a un puro humanismo solidario. Por cierto, de limitados y escasos recursos, por desgracia, como estamos comprobando.

Porque, al fin y al cabo, la sacramentalidad del cristianismo, la vida sacramental de los fieles, no es una añadido, un apósito, un producto del progreso y de las dinámicas culturales o psico-sociológicas de la fe y de la naturaleza comunitaria de la fe. La sacramentalidad es la fuente más prístina de la acción social, de la caridad, de la entrega a los hermanos.

Me parece reduccionista pensar que, en cuanto a las manifestaciones externas, hay tres formas de iglesia, que nada tienen que ver por cierto con el judeocristianismo y el cristianismo helénico de las primeras comunidades –o sí, este es otro tema-. Una, que prioriza la dimensión sacramental, otra la solidaridad y el humanitarismo, otra que está en medio y que mira para los dos lados.

Estos días he recuperado el libro del teólogo alemán Karl-Heinz Menke, “Sacramentalidad. Esencia y llaga del cristianismo”. Estremecedora lectura para este tiempo. La sacramentalidad, lugar en el que la Iglesia invisible se hace visible, encarnación de Cristo, encarnación sacramental, pasión de lo humano y resurrección del significado.

Por favor, no banalicemos, y ahora menos, con determinadas realidades que son más necesarias que nunca. Incluso si recuperamos los sacramentos de la humanidad, que yo también leí hace ya mucho aquello del sacramento de la colilla…

 

José Francisco Serrano Oceja