Misericordia

 

¿A qué llamamos obras de misericordia?

 

El papa Francisco nos propone acciones concretas llamadas "obras de misericordia". Son catorce.

 

 

21 mar 2020, 10:23 | La Croix


 

 

 

 

Ya en el Antiguo Testamento, todo tipo de medidas jurídicas (año de remisión, prohibición de la usura y perdón de las deudas, obligación del diezmo, pago diario de un jornalero, derecho a la rebusca y el espigueo) responden a la exhortación del Deuteronomio. La Iglesia ha retomado estas "obras de misericordia" partiendo de los textos bíblicos y la actitud personal de Cristo: el perdón, la corrección fraterna, la consolación, soportar el sufrimiento, etc.

Hay 14 obras de misericordia, 7 corporales y 7 espirituales. Las primeras se basan en las indicaciones de los Evangelios, sobre todo el capítulo 25 de Mateo: «Dar de comer a los hambrientos; dar de beber a los sedientos; acoger a los forasteros; vestir a los que están desnudos; visitar a los enfermos; visitar a los encarcelados; enterrar a los muertos».

Las obras espirituales componen una hermosa lista de gestos muy concretos y ordinarios que abarcan todos los ámbitos de nuestra vida de amistad, familiar, profesional o eclesial: «Dar buen consejo al que lo necesita; enseñar al que no sabe; corregir al que se equivoca; consolar al triste; perdonar las injurias; sufrir con paciencia los defectos del prójimo; orar por los vivos y por los muertos».

El papa Francisco comenta así estos gestos (Misericordiae Vultus, § 15):

Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos.

No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor».

 

S. de Villeneuve