Tribunas

Reacción ejemplar

 

Jesús Ortiz


 

 

 

 

La Conferencia Episcopal ha pedido que a las 12 horas las campanas de las iglesias inviten a la oración, la solidaridad y la ejemplaridad. La oración cada uno en su casa y Dios en la de todos, y la de voluntarios jóvenes que acompañan a Jesucristo en la Eucaristía, y la de familias que participan en las Misas por televisión. No son pocos.

 

Tiempo de oración

Se pone en marcha, por ejemplo, el rezo del rosario con participación activa de familias que graban un misterio y lo suben a internet según el plan de la parroquia completando así el Rosario solidario por las intenciones del Papa y de los Obispos, y en particular por los enfermos a causa de esta epidemia.

Otros ofrecen oraciones oportunas en estos momentos, como ofrece el portal Aleteia:

 

¡Señor, yo me quedo en casa!: ¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y caigo en la cuenta de que, también esto,
me lo enseñaste Tú viviendo, obediente al Padre,
durante treinta años en la casa de Nazaret esperando la gran misión. (…)

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y responsablemente lo hago por mi bien,
por la salud de mi ciudad, de mis seres queridos,
y por el bien de mi hermano, el que Tú has puesto a mi lado pidiéndome que vele
por él en el jardín de la vida.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y, en el silencio de Nazaret, trato de orar, de leer,
de estudiar, de meditar, y ser útil con pequeños trabajos para hacer más bella y
acogedora nuestra casa.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y por la mañana Te doy gracias por el nuevo día que me concedes, tratando de no
estropearlo, de acogerlo con asombro
como un regalo y una sorpresa de Pascua.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y a mediodía recibiré de nuevo
el saludo del Ángel, me haré siervo por amor,
en comunión Contigo que te hiciste carne para habitar en medio de nosotros; y,
cansado por el viaje, Te encontraré sediento junto al pozo de Jacob,
y ávido de amor sobre la Cruz.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y si al atardecer me atenaza un poco de melancolía,
te invocaré como los discípulos de Emaús:
Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y en la noche, en comunión orante con tantos enfermos y personas solas,
esperaré la aurora para volver a cantar tu misericordia
y decir a todos que, en las tempestades, Tú eres mi refugio.

¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y no me siento solo ni abandonado,
porque Tú me dijiste: Yo estoy con vosotros todos los días. (…). Amén

 

Viene de lejos la oración intensa en las necesidades, ahora aplicable a la epidemia del Covid-19 que paraliza la actividad habitual. Por ejemplo, el salmo 90 pone en boca de Dios Providente estas palabras:

«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré, lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación». Ciertamente esta pandemia paraliza la actividad habitual, pero no lo normal porque con fe todo es normal en cuanto ocasión de poner las luces largas que iluminan el camino.

 

Tiempo de solidaridad y de ejemplaridad

La solidaridad se manifiesta ahora en gestos como aplaudir desde los balcones a los profesionales de la sanidad excelente que tenemos, porque ahora están desbordados. También los vecinos y muchos jóvenes que se ofrecen para hacer la compra de los mayores imposibilitados. Y los colegios que siguen impartiendo las clases por internet a hora fija y con deberes. Sin olvidar a quienes dan pistas para
intensificar la vida de las familias en el hogar, con interesantes ofertas de juegos, visitas virtuales a museos y monumentos, o representación de conciertos y óperas famosas.

En tercer lugar, la ejemplaridad pues los creyentes como buenos ciudadanos estamos cumpliendo las indicaciones de las autoridades, aunque nos cueste no participar presencialmente en la Eucaristía, algo que está revitalizando la costumbre de rezar cada día varias comuniones espirituales, con una eficacia grande a la medida de la fe de cada uno, como acaba de recordar el Papa Francisco.

Recuerdo a un buen hombre todavía joven que no podía acercarse a comulgar sacramentalmente por sus circunstancias personales, y asistía a Misa con gran devoción haciendo en el momento oportuno una comunión espiritual, que quizá le aprovechaba por su devoción más que a otros menos preparados. En fin, vivimos tiempos recios y tiempos de esperanza.

 

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico