Tribunas

Ante el Sagrario

 

 

Ernesto Juliá


 

 

 

Hace unos días me llamaron la atención unas palabras de un arzobispo que afirmaba que “nadie se convierte con el Sagrario”, sino en “el encuentro con personas que nos interpelan y que son dramas humanos en donde surge la posibilidad de encontrar al Señor”.

Una situación no excluye la otra; y con muchas probabilidades, las personas que con su vida, con sus palabras “interpelan” a otras personas y les mueven a buscar y a amar a Cristo, han encontrado a Jesús, lo han amado, lo han adorado muchos momentos ante el Sagrario.

No es la primera vez, en mi vida sacerdotal, que al entrar en una iglesia para saludar personalmente al Señor, me he encontrado con un hombre, con una mujer, sentados o arrodillados en un rincón, llorando y rezando ante el Señor sacramentado encerrado en el Sagrario y palpitando en el corazón de esas personas.

Las palabras del arzobispo han encontrado una respuesta adecuada, y con creces, en la alegría y el gozo del sacerdote y de los fieles de la parroquia de la Inmaculada Concepción de Guayanilla, en Puerto Rico.

¿Qué ocurrió?

A causa de un terremoto, la iglesia y parte de un colegio vecino se vinieron abajo muy de madrugada. Ninguna víctima mortal, ninguna imagen sagrada destrozada; y después de remover escombros encontraron el Sagrario íntegro, sin ningún daño. El sacerdote acompañado de los vecinos que acudieron a los rescates,rezaron en silencio en profunda acción de gracias.

El episodio me ha recordado la reacción de un sacerdote de los Andes peruanos, de hace ya unos años. Acababa de celebrar la Santa Misa, y comenzó a sentir los rumores de la tierra que anunciaban un sismo, no infrecuente por aquellas zonas. Decidió con rapidez, y abandonó la iglesia. Trató de ponerse enseguida a salvo, y salió inmediatamente del templo. El terremoto arreció. Vuelto en sí, se acordó de que había dejado al Señor en el Sagrario. No vaciló, La torre de la iglesia comenzó a balancearse. Volvió a entrar en el templo, abrió el Sagrario, tomó el Copón con las Hostias y salió de la iglesia corriendo. Apenas se encontró al aire libre, sujetando firmemente en sus manos el Copón, el techo de la iglesia comenzó a venirse abajo. Los escombros dejaron completamente sepultado el altar.

Una Misa celebrada en pleno campo después de que todo volviera a la calma, fue la acción de gracias de aquel pueblo por tener a salvo el Santísimo Sacramento. La Fe en que la presencia real de Cristo, Dios y hombre verdadero, en el Sagrario, fue la luz que movió la mente y el corazón del sacerdote que entró decidido en Notre Dame de París en medio de las llamas, para sacar del horno al Señor Sacramentado. Su gesto fue una preciosa manifestación de que Cristo, en el Santísimo Sacramento, sigue convirtiendo y evangelizando a todos los pueblos de la tierra.

No puedo esconder mi alegría al entrar en una iglesia de un barrio de una gran ciudad y ver que todos los feligreses que acudían al templo se arrodillaban ante el Sagrario. Al cabo de un rato salió de la sacristía uno de los sacerdotes e hizo, también, una profunda genuflexión, y así lo repitió el encargado de la sacristía. Luego me enteré que en aquella parroquia más de 800 niños se preparaban para recibir a Cristo en su Primera Comunión.

No conozco personalmente al arzobispo que pronunció las palabras con las que he comenzado estas líneas. Sólo le deseo que si de verdad anhela convertir a los fieles de la diócesis, se ponga de rodillas con ellos ante el Sagrario de su Catedral, si todavía no lo ha hecho.

 

Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com