Tribunas

Ante el documento final del Sínodo

 

 

Ernesto Juliá


 

 

Después de terminar una lectura del documento que los padres sinodales han presentado al Papa, y después de apreciar todo lo positivo que en sus páginas se contiene, mi segunda impresión ha sido la de pensar que para escribir esos 167 párrafos no hubiera hecho falta ni tanto ruido, ni tantas reuniones, ni muchos menos tantos cambios de pareceres..

Por ahora, esas  páginas son apuntes que apenas se enfrentan a las situaciones reales de Fe, de Esperanza, de Caridad que viven muchos jóvenes en el día de hoy; y que no consideran  los verdaderos y reales problemas que, en mi opinión, tiene la Iglesia -la Iglesia somos todos, ciertamente- para transmitir la vida, el mensaje, la acción de Cristo Nuestro Señor, Hijo de Dios hecho hombre que vino a la tierra para redimirnos de nuestros pecados, y convertirnos en nuevas criaturas, en hijos de Dios en Cristo Jesús.

¿Han participado realmente en la redacción de esas páginas hombres jóvenes deseosos de transmitir la Luz de Dios al mundo entero? Me surgen dudas, y más al leer todo lo escrito sobre la “sinodalidad” de la Iglesia, cuestión de las que hasta ahora nunca he oído hablar a ningún joven, y tampoco a ninguno menos joven. Más bien parecen escritas por profesionales del ámbito eclesiástico a punto de retirarse del ejercicio activo, que se quedan en un análisis apenas esbozado a un nivel sociológico-religioso algo superficial, o de un ligero análisis de mercado pastoral.

Parece que no se haya pretendido enfrentarse con la realidad profunda que provoca tantas tempestades en el seno de la Iglesia de hoy, para la que se deseaba que nuevos jóvenes santos y enamorados de Cristo ayudasen a poner remedio.

¿Qué realidades? a) La falta de conciencia de pecado; b) el “discernimiento” cargado de subjetivismo que lleva a cada uno a “discernir” lo que le parece más oportuno, porque todo vale mientras sea fruto de un “discernimiento”;  c) el olvido de la realidad de la Ley de Dios, olvido que incluye el saber que la Moral, en todos campos, también en el de la Castidad, es el camino para vivir la Fe, la Esperanza, la Caridad; d)  el olvido bien llamativo de la  perspectiva de la vida eterna -muerte, juicio, infierno y gloria-, que ni se menciona.

Y un capítulo aparte, y como otra realidad importantísima, merece señalar el trato ligero y banal de la Liturgia, en la que el Espíritu Santo colma las almas.. Cuestión central para niños, jóvenes, personas maduras, ancianos- si de verdad se anhela revitalizar la Iglesia según el espíritu de Cristo y dejar que la acción del Espíritu Santo mueva a las almas en su camino de santidad en medio del mundo.

Y esto es quizá lo que más se echa en falta en esos párrafos: una llamada a todos los jóvenes, y menos jóvenes, católicos a amar la Liturgia, con mayúscula. Y a vivirla.

El cristiano no va a Misa, no vas a asistir a la Misa, no vas a cumplir una obligación cuando se acerca a la Iglesia a la hora de la Misa; no va a reunirse con los vecinos en un acto de fraternidad parroquial los domingos y fiestas de guardar.

 

El cristiano va a vivir la Misa, movido por el Espíritu Santo, para ofrecer con Cristo la vida de Cristo y su propia vida a Dios Padre.

La Misa, y toda la Liturgia, es una acción de Cristo que ofrece su Vida, Muerte y Resurrección a Dios Padre en redención de nuestros pecados. El Señor nos invita a unir nuestra vida a la suya; y nosotros ofrecemos nuestra vida, nuestras acciones, alegría y sufrimientos, con Él, por obra y gracia del Espíritu Santo.

En la Misa se unen el tiempo y la eternidad. Y si recibimos la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en gracia de Dios, habiendo pedido perdón por nuestros pecados en el Sacramento de la Reconciliación, y renovamos nuestro arrepentimiento y el rechazo del pecado en el acto penitencial, Cristo, la Persona de Cristo, nos acompañará a lo largo de nuestro día, a lo largo de nuestra vida.

Quizá la mayoría de los padres sinodales y de todos los asistentes al Sínodo no hayan leído con calma ni “El espíritu de la Liturgia” de Ratzinger, ni “Sobre el espíritu de la Liturgia” de Guardini. Y es una pena. Sin esta perspectiva de la Liturgia que manifiesta la presencia de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo en la temporalidad del mundo, en cercanía con los hombres, la acción  “pastoral” de los jóvenes, y de los menos jóvenes,  apenas pasará de ser un entretenimiento cultural, social y, acaso, filantrópico.

Y sigo rezando por el bien que este Sínodo pueda hacer a las almas de todos los hombres y mujeres de buena Fe.

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com