Servicio diario - 04 de diciembre de 2017


 

"¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente!"
Rosa Die Alcolea

Ecuador: El Papa recibe al embajador José Luis Álvarez Palacio
Redacción

Brownsville (EEUU): P. Mario Alberto Avilés es el nuevo obispo auxiliar
Redacción

Washington: Cúpula de la Santísima Trinidad en la basílica de la Inmaculada
Redacción

Adviento: "Preparamos el corazón a la venida del Dios-Hombre"
Rosa Die Alcolea

Beato Felipe Rinaldi, 5 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

04/12/2017-13:20
Rosa Die Alcolea

"¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente!"

(ZENIT — 4 Dic. 2017).- "¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora", dice el Papa Francisco.

El 22 de abril de 2018, IV domingo de Pascua, se celebrará la 55a Jornada Mundial de Oración por las vocaciones cuyo tema este año es Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor.

"La llamada del Señor no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad", dice el Papa Francisco.

En cuanto al discernimiento, el Papa indica que cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida».

En estos tiempos inquietos en que vivimos, "el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros", que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, "nos llama a la alegría", señala el Santo Padre.

RD

Publicamos a continuación el mensaje que el Santo Padre Francisco envía con esa ocasión a los obispos, sacerdotes, consagrados y fieles de todo el mundo.

 

Mensaje del Papa Francisco

Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, introducción).

Esta es la buena noticia, que la 55a Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.

También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.

Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc4,16-21).

 

Escuchar

La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.

Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.

Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.

También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.

Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.

Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Le 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).

 

Discernir

Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Le 4,18-19).

Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, II, 2).

Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.

También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.

 

Vivir

Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,20).

La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.

Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.

El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.

María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.

Vaticano, 3 de diciembre de 2017
Primer Domingo de Adviento

FRANCISCO

© Librería Editorial Vaticano

 

 

04/12/2017-13:29
Redacción

Ecuador: El Papa recibe al embajador José Luis Álvarez Palacio

(ZENIT — 4 Dic. 2017).- Esta mañana, 4 de diciembre de 2017, a las 10 horas, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a José Luis Álvarez Palacio, embajador de Ecuador ante la Santa Sede, con motivo de la presentación de sus cartas credenciales.

La Oficina de Prensa del Vaticano así lo ha publicado en un comunidad de prensa.

Sigue una breve biografía del nuevo embajador

 

José Luis Álvarez Palacio, embajador de Ecuador ante la Santa Sede

Nacido en Quito, 25 de agosto de 1960. Está casado y tiene cuatro hijos.

— Estudió el bachillerato en el Colegio Salesiano Cardenal Spellman (1979), luego asistió a la Escuela de Economía y Comercio (INCAE, 1982). Posteriormente obtuvo un Diploma en Comercio Internacional (OEA-México, 1985), una Licencia en Administración de Empresas (Universidad Central de Ecuador, 1985) y un Doctorado en Ingeniería Comercial (Universidad Central de Ecuador, 1989).

— Ha desempeñado los siguientes cargos: Miembro de la Comisión Ecuatoriana de Justicia y Paz;Profesor de Geografía Económica de la Escuela Militar Eloy Alfaro (1986-1987); Profesor de Finanzas y Economía en la Facultad de Administración de Empresas de la Pontificia Universidad Católica de Quito (1989-1992); Gerente General de INTERDIN S.A., Grupo Corporativo Banco de Pichincha (1989-1993); Presidente Ejecutivo de la Financiera Promerica & Saint Georges Bank (1989-1993); Vicepresidente de la Cámara de Comercio Ecuatoriano- americana (1992-1994); Director y pro- tesorero de la Cámara de Comercio de Quito (1996-1998); Fundador y Director General de la multinacional educativa Wall Street English (1999-2015);Director de la Compañía nacional de telecomunicaciones ANDINATEL (2001-2004); Presidente Regional de la Young Presidents Organization (2003-2005); Miembro de FRONTCONSULTING-Ecuador (2005-2010); Representante de Ecuador en la Universidad Argentina de Empresas UADE (2010-2014); Presidente Ejecutivo de CIALCO S.A. (desde 2014).

— Idiomas extranjeros conocidos: francés, inglés, italiano y español

© Librería Editorial Vaticano

 

 

04/12/2017-16:23
Redacción

Brownsville (EEUU): P. Mario Alberto Avilés es el nuevo obispo auxiliar

(ZENIT — 4 Dic. 2017).- El Santo Padre ha nombrado obispo auxiliar de Brownsville (EE.UU.) al padre Mario Alberto Avilés, filipense, hasta ahora fiscal general de la Confederación del Oratorio de San Felipe Neri y párroco de "Sacred Heart" en Hidalgo, asignándole la sede episcopal de Catacuas.

Comunicado de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

 

P. Mario Alberto Avilés

El padre Mario Alberto Avilés, filipense, nació el 16 de septiembre de 1969 en Ciudad de México, en la arquidiócesis de México. En 1986 ingresó en el Oratorio en Ciudad de México. En 1988 se trasladó al Oratorio de Pharr en la diócesis de Brownsville, Texas. Después de asistir a la Universidad "Panamericana" en Ciudad de México, obtuvo el bachillerato en Filosofía (1995) y en Teología (1998) en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma y el "Master of Divinity" en el Seminario "Holy Apostles" en Cromwell, Connecticut (2000). Posteriormente obtuvo el Máster en "Educational Leadership" en la Universidad de Phoenix.

Fue ordenado sacerdote el 21 de julio de 1998 en la Confederación del Oratorio de San Felipe Neri.

Después de su ordenación sacerdotal ocupó los siguientes cargos: Vicario parroquial de la "Saint Jude Thaddus" en Pharr (1998-2002); párroco de "Sacred Heart" en Hidalgo (desde 2002); presidente de la " Oratory Academy and Oratory Athenaeum " en Pharr (2005-2012); Miembro del Consejo Pastoral Diocesano en Brownsville (desde 2011); Procurador general de la Confederación del Oratorio de S. Filippo Neri (desde 2012). Sabe español, inglés e italiano.

 

 

04/12/2017-11:15
Redacción

Washington: Cúpula de la Santísima Trinidad en la basílica de la Inmaculada

(ZENIT — 4 Dic. 2017).- El 7 de octubre, el Santo Padre Francisco nombró al cardenal Kevin Joseph Farrell, Prefecto del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, como su enviado especial a la inauguración de la cúpula dedicada a la Santísima Trinidad en la basílica de Inmaculada Concepción en Washington, santuario nacional de los Estados Unidos de América, programada para el 8 de diciembre de 2017.

La Oficina de Prensa de la Santa Sede lo ha comunicado a través de una nota ayer, sábado, 2 de diciembre de 2017.

El enviado especial estará acompañado por una misión pontificia compuesta por los siguientes eclesiásticos:

— Mons. Vito Buonanno, director de las Peregrinaciones de la basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington D.0 .;

— Monseñor Charles Antonicelli, vicario episcopal para Asuntos Canónicos-Jurídicos de la arquidiócesis de Washington.

Publicamos la Carta del Santo Padre Francisco al cardenal Kevin Joseph Farrell, en latín.

 

Carta del Papa Francisco

Venerabili Fratri Nostro
COÉMGENO IOSEPHO S.R.E. Cardinali FARRELL
Dicasterii pro Laicis, Familia et Vita Praefecto

Cum animi Nostri gaudio nuper accepimus proximo die VIII mensis Decembris Vashingtoniae aedificationem praeclarae Basilicae Immaculatae Conceptionis BMV sollemni modo ad finem adductum iri. Illo enim die cum magno opere musivo inaugurabitur tholus Sanctissimae Trinitati dicatus, cuius partem Nosmet Ipsi in visitatione Nostra die XXIII mensis Septembris anno MMXV benediximus. Hoc modo sacri Praesules, presbyteri et christifideles laici Foederatarum Civitatum Americae Septentrionalis gratias omnipotenti Deo agere volunt ob aedificationem Sanctuarii Nationalis, quam catholici Episcopi harum Civitatum anno MCMXX inceperunt, nec non ob tanta beneficia quae superiores per annos toti inibi christianae communitati Ipse largiri est dignatus.

Cum quidem de eventu magni momenti agatur, Venerabilis Frater Noster Donaldus Villelmus S.R.E. Cardinalis Wuerl, Archiepiscopus Metropolita Vashingtonensis, humanissime Nos rogavit ut aliquem eminentem Virum mitteremus, qui Nostras vices in memorata celebratione gereret Nostramque erga gregem ipsi concreditum et omnes qui in Sanctuarium peregrinantur dilectionem manifestaret. Ad Te autem, Venerabilis Frater Noster, qui aliquando ad clerum Vashingtonensem pertinuisti, episcopalem ordinationem in hoc Sanctuario accepisti atque munus Auxiliaris Vashingtonensis diligenter exercuisti, mentem Nostram vertimus Teque hisce Litteris MISSUM EXTRAORDINARIUM
NOSTRUM nominamus ad dictam celebrationem, quae in proxima Sollemnitate Conceptionis Immaculatae Beatae Mariae Virginis, caelestis videlicet Patronae Foederatarum Civitatum Americae Septentrionalis, perficietur.

Sollemni ergo praesidebis Eucharistiae atque Pastorem gregis Vashingtonensis aliosque sacros Praesules, sacerdotes, religiosos viros mulieresque, publicas auctoritates atque universos christifideles Nostro salutabis nomine. Omnes adstantes sermone tuo ad gratias pro omnibus beneficiis a Deo misericordi acceptis agendas adhortaberis nec non ad diligentem eius praeceptorum observationem, potissimum quod pertinet ad vitae humanae dignitatisque personae propagationem et defensionem. Optamus denique ut cuncti, Redemptoris Matrem inspicientes, "quae toti electorum communitati tamquam exemplar virtutum praefulget" (Lumen gentium, 65), novis viribus novoque caritatis studio peculiarem dilectionem erga Christi Ecclesiam et Evangelium nostra etiam aetate demonstrent atque spirituali assiduitate emineant.

Nos autem Te, Venerabilis Frater Noster, in tua missione implenda precibus comitabimur. Denique Benedictionem Nostram Apostolicam libentes Tibi impertimur, signum Nostrae erga Te benevolentiae et caelestium donorum pignus, quam omnibus celebrationis participibus rite transmittes; a cunctis vicissim preces expostulamus, ut pergrave Petrinum munus diligenter adimpleamus.

Ex Aedibus Vaticanis, die XIV mensis Novembris, anno MMXVII, Pontificatus Nostri quinto.

Francisco

 

 

04/12/2017-11:40
Rosa Die Alcolea

Adviento: "Preparamos el corazón a la venida del Dios-Hombre"

(ZENIT — 4 Dic. 2017).-En el inicio y el fin del Año Litúrgico, "el inicio y la consumación de la salvación, se tocan realmente" y, mientras avanzamos hacia el pesebre de Belén, "preparamos el corazón a la venida del Dios-Hombre, que continuamente 'viene" en el tiempo de la Iglesia, para liberarnos con Su misericordia", anuncia el Cardenal Mauro Piacenza.

Carta del Card. Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, a los Penitenciarios de las Basílicas Papales de la Urbe y a todos los Confesores con ocasión del inicio del Adviento 2107 , escrita el I Domingo de Adviento, 3 de diciembre de 2017.

El Cardenal explica que "En el encuentro sacramental con el penitente, en virtud de la propia Encarnación, Muerte y Resurrección, Cristo se hace compañero de cada hombre, se sumerge en las profundidades del pecado y lo derrota de nuevo con el poder de Su Resurrección".

"Vuestro ministerio, queridos amigos y confesores, no hace ruido pero sí milagros, —describe Mons. Piacenza—. Nadie percibe pero Dios ve, y esto es lo que cuenta. Sobre la base de una fidelidad alegre a la oración personal, a vuestra 'conversatio in caelis', obtendréis siempre las luces y la generosidad necesarias para expiar por vosotros mismos y por vuestros penitentes; reservad siempre un papel privilegiado al servicio silencioso, y humanamente no siempre gratificante, de la Confesión".

 

Carta a los Penitenciarios de las Basílicas Papales y a los Confesores

Queridos y venerados hermanos en el Sacerdocio,

Llegando al final de este Año Litúrgico, la sabiduría de la Iglesia, con la cual Dios, inmutable y eterno, "marca los ritmos del mundo, los días, los siglos y el tiempo", nos ha llevado a confesar y a celebrar la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo; una realeza por medio de la cual, Cristo extiende su dominio salvífico sobre el universo y sobre la historia, está presente en el mundo por medio de la Iglesia, su Cuerpo y, sentado a la derecha del Padre, juzgará a cada uno según sus obras.

Con el Primer Domingo de Adviento somos conducidos al Año Nuevo, para contemplar el acto central y originario — podemos afirmar la esencia — de todo el cristianismo: la venida de Dios en medio de nosotros. Esta venida entra en la historia en un punto y en un momento bien precisos y, al mismo tiempo, abraza todo el camino, prolongándose a través de los siglos el misterio de la Iglesia, para abrir finalmente toda la creación al día de su Adviento glorioso.

Así el inicio y el fin del Año Litúrgico, el inicio y la consumación de la salvación, se tocan realmente — casi se fusionan — y, mientras avanzamos hacia el pesebre de Belén, preparamos el corazón a la venida del Dios-Hombre, que continuamente "viene" en el tiempo de la Iglesia, para liberarnos con Su misericordia, y que vendrá al final de los tiempos, en el esplendor de la verdad, para juzgar a los hombres según su fe operante en la caridad.

Este "Juicio final" parece siempre más ajeno a una cultura contemporánea dominada por la "dictadura del instante" y siempre menos disponible, si no abiertamente hostil, hacia lo trascendente. Y sin embargo, nosotros confesores somos testigos privilegiados de cómo tal último Juicio venga, en realidad, admirablemente anticipado cada día, para la salvación de todos los hombres, a través del Sacramento de la misericordia.

En el encuentro sacramental con el penitente, en virtud de la propia Encarnación, Muerte y Resurrección, Cristo se hace compañero de cada hombre, se sumerge en las profundidades del pecado y lo derrota de nuevo con el poder de Su Resurrección. En este dulce encuentro de misericordia, el penitente reconoce en la humanidad consagrada del confesor la presencia del misterio; es más ve esta humanidad totalmente definida por Cristo, tanto de buscar con seguridad el confesor, aunque sin conocerlo personalmente; también el penitente se reconoce a sí mismo culpable de la Cruz del Señor, a causa de los propios pecados, que confiesa y entrega a los pies de aquella Cruz; en fin, invoca la Sangre de Cristo Redentor, para que renueve en él la gracia bautismal, haciéndolo "creatura nueva".

¡Qué inmensa Gracia, para quien ejercita con fidelidad el ministerio de la Reconciliación, la de poderse ofrecer al Dios-Hombre para la salvación de cada hermano, inclinándose tiernamente sobre la pobreza humana, llegando a aquella periferia del pecado en la cual sólo Uno tiene la fuerza de adentrarse, y viendo a cada uno levantado de la indigencia espiritual e inmediatamente enriquecido de aquello que tenemos como más preciado en el cristianismo: Cristo mismo!

Siento el deber de dirigir un especial agradecimiento a los Penitenciarios de las Basílicas Papales en la Urbe y con gusto lo extiendo a los queridos hermanos esparcidos en todo el mundo, por el ministerio llevado a cabo fielmente y a veces heroicamente al servicio del bien auténtico de la persona humana. Aquella del Confesor, es efectivamente una obra realmente al servicio de la tan invocada "ecología del hombre" (FRANCISCO, Carta enc. "Laudato st', n. 155), de la cual obtiene un invisible, pero muy eficaz beneficio toda la sociedad humana.

Vuestro ministerio, queridos amigos y confesores, no hace ruido pero sí milagros. Nadie percibe pero Dios ve, y esto es lo que cuenta. Sobre la base de una fidelidad alegre a la oración personal, a vuestra "conversatio in caelis", obtendréis siempre las luces y la generosidad necesarias para expiar por vosotros mismos y por vuestros penitentes; reservad siempre un papel privilegiado al servicio silencioso, y humanamente no siempre gratificante, de la Confesión. Además me permito recordar que, con el sacramento de la Penitencia, no sólo borráis los pecados, sino que debéis colocar a los penitentes sobre el camino de la santidad, ejerciendo sobre ellos, en una forma convincente, una verdadera enseñanza, un ministerio de guía y de acompañamiento.

Mientras llega a su fin el centenario de Fátima, el Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María conceda a todos y a cada uno vivir un fructífero camino de Adviento, para llegar renovados a celebrar el Nacimiento de Su Hijo.

Una Santa Navidad a vosotros y a vuestros penitentes en el corazón de los cuales haréis florecer la felicidad de que el Señor está cerca.

 

 

04/12/2017-08:25
Isabel Orellana Vilches

Beato Felipe Rinaldi, 5 de diciembre

«Tercer sucesor de Don Bosco, fue un milagro de su fe porque Felipe durante cierto tiempo se resistió a seguir a Cristo. Encarnó admirablemente el carisma salesiano. Fue un apóstol incansable, gran formador e impulsor de nuevas obras»

Un verdadero apóstol desconoce lo que es el desánimo. Guiado por la fe y la oración insistente nunca pierde la esperanza de ver florecer las vocaciones; por eso actúa con arrojo y celeridad movido por la gracia. Este tercer sucesor de Don Bosco, nacido en Lu Monferrato, Alessandría, Italia, el 28 de mayo de 1856, fue un milagro de su fe y celo apostólico. Se conocieron cuando Felipe tenía 5 años y el fundador de los salesianos pasaba junto a un grupo de muchachos por la localidad. Más tarde, a la edad de 10 años, el joven inició sus estudios en el seminario menor de Mirabello. Pero no le agradó la forma de vida disciplinada que regía el acontecer de los alumnos, y regresó a su hogar. Se encerró en banda con tal empecinamiento que a partir de entonces fue extremadamente difícil que aceptara cualquier sugerencia y se replantease su decisión. No lo logró un amigo seminarista, Pablo Albera, ni Don Bosco, que insistió, según se recuerda, como no lo hizo ni antes ni después con otro joven, yendo en persona a verle, escribiéndole, enviándole libros espirituales, y recordándole que tenía las puertas abiertas.

Insensible ante un milagro efectuado en el pueblo por Don Bosco, que fue a buscarle cuando ya tenía 18 años, siguió negándose a reconsiderar la opción del sacerdocio. Era el octavo y penúltimo hijo de los campesinos Cristóbolo Rinaldi y Antonia Brezza, quien oró de manera insistente por su vocación, al punto que Felipe quedó profundamente conmovido por este gesto de su madre; parece que fue lo único que logró tocar su fibra más sensible en esta época. A los 20 años se hallaba en vías de contraer matrimonio, pero en cuanto Don Bosco supo la noticia, rápidamente acudió a Lu con la esperanza de llevárselo consigo. Esta gracia tan orada por él y por la fiel Antonia se materializó a finales de 1877. Entonces Felipe se integró en el centro dedicado para vocaciones en edades similares a la suya en Sampierdarena, al frente del cual se hallaba Pablo Albera.

Con gran dedicación y sacrificio cursó los estudios que debió haber afrontado en su momento, y en 1880 en San Benito Canavés, donde había realizado el noviciado, emitió los votos, pero todavía sin ánimo de ser sacerdote. Contra su costumbre, porque solía respetar la libertad de los jóvenes, Don Bosco instó a Felipe a iniciar el camino que le llevaría al sacerdocio, y éste le obedeció. Fue ordenado en diciembre de 1882 en la catedral de Ivrea. Agradecido y dichoso por las bendiciones que recibía al lado del fundador, cuando éste le preguntaba que si era feliz, respondía: «Sí, si estoy con usted, de otra forma no sé qué sería de mí».

Pocos días antes de producirse el deceso de su santo fundador, Felipe acudió a confesarse con él. Y Don Bosco, ya casi sin fuerzas, antes de absolverle le dijo: « Meditación», apuntando seguramente a lo que debería tomar como consigna de su misión. La primera que le encomendaron fue dirigir el centro para vocaciones tardías de Mathi, responsabilidad que le abrumó, pero acogió solícito. Contribuyó al notable incremento de estudiantes que hubo en poco tiempo. Esta fecundidad se haría patente en Sarriá, España, donde Don Rua lo envió en 1899 como superior de la comunidad, y luego en Portugal, de forma que a Felipe se le considera impulsor de la obra salesiana en estos países.
A él se debe el nacimiento del instituto secular de las Voluntarias de Don Bosco, a las que recordaba: «¿Qué tenéis que hacer para tener vida? Ante todo, rezad para sentiros animadas todos los días y llevar la cruz que el Señor os ha asignado; es lo primero que tenéis que hacer. Además, haced bien cada uno de vuestros quehaceres, los propios de vuestro estado, como Dios quiere, en vuestra condición; y esto según el espíritu del Señor y de Don Bosco». Fue designado vicario general en 1901, y rector mayor en 1922. Suceder a Don Rua, fallecido inesperadamente, para regir el acontecer de los salesianos, alta misión para la que fue elegido ese año, fue un hecho que le sorprendió y que acogió con sencillez y humildad: «Esta elección es embarazosa tanto para vosotros como para mí. Quizá Nuestro Señor quiere humillar la Congregación o Nuestra Señora quiere mostrar que, con nosotros, es Ella la que está haciéndolo todo. Sin embargo, es algo sumamente embarazoso para mí. Por favor, orad al buen Señor para que yo no destruya lo que Don Bosco y sus sucesores han construido».

Era un hombre de oración, piadoso, devoto de María Auxiliadora, abierto a las necesidades de su tiempo y fidelísimo al carisma del fundador. Tuvo gran visión y dotes de iniciativa. Extendió notablemente la obra de Don Bosco poniendo en marcha centros formativos dirigidos también a la mujer. Impulsó los estudios de los jóvenes salesianos, en los que se incluía el estudio de las lenguas para ayuda de la evangelización, y tuteló la vida espiritual de todos de forma magistral. Fundó el Instituto Misionero Salesiano Cagliero en Ivrea, ayudó y acompañó a los Cooperadores, instituyó la federación de alumnos y realizó viajes apostólicos por distintos puntos de Europa. En un momento dado solicitó al papa Pío XI la concesión de «indulgencias por el trabajo santificado».

Al hablar del beato Rinaldi frecuentemente se resaltan las palabras del padre Francesia: «Lo único que le falta al Padre Rinaldi es la voz de Don Bosco: tiene todo lo demás». El 5 de diciembre de 1931 mientras leía la vida de Don Miguel Rúa, falleció en Turín. Fue beatificado por Juan Pablo II el 29 de abril de 1990.