Tribunas

San Agustín y el Papa catalán

 

José Francisco Serrano Oceja

 

San Agustín ha hecho de san Agustín. Me explico. El periodista y literato Arturo san Agustín, una de las mejores plumas del costumbrismo y del columnismo patrio, sí patrio inclusivo, se ha largado una novela sobre el transhumanismo o posthumanismo que es una novela sobre el tiempo, la Trinidad inmanente y la historia. Y con mucho Vaticano, ficción que lo es pero que no lo parece, juego de espejos, camino duro del tránsito de una realidad en la que Sergio V es el Papa Francisco e Inocencio XIV es un futurible. Mucho trecho.

Por cierto, este Inocencio, que no es inocente, es un numerario del Opus Dei que llega a Papa, joven universitario, arquitecto e ingenio, artesano carpintero, albañil y armador, catalán de una Barcelona que es país independiente gobernado por un partido islámico, Inocencio XIV, China su misión, que esta novela habla de pasados y de presentes en una mezcla de tiempo que en eso sí nos recuerda al obispo de Hipona. Y también en el trasfondo de las dos ciudades, los nuevos bárbaros, la caída del Vaticano, un Vaticano en América Latina, caída de Occidente, Crux spes unica…

Lo que no se puede negar, más allá de las tramas y los traumas, humanos, demasiado humanos, y el amor, reflejo de la naturaleza de Dios, lo que no se puede negar, digo, es que Arturo San Agustín, con su robot que cree en Dios, sabe mucho de la Iglesia, de la humana natura y de la tensión hacia el misterio, lo divino. Tengo mi ejemplar anotado y en cada nombre de la ficción el nombre de la realidad que le acompaña como si fuera un espejo. Borges, amigo Arturo.

“El robot que cree en Dios” es una novela de la editorial ED que nos recuerda que las ovejas eléctricas existen sobre todo cuando metemos los dedos en el enchufe de la historia, que la religión, que es la ciencia, se impone y la Iglesia mira para algún lado, y que la ciencia y la tecnología son la confesión postmoderna y su culto. Ah, y se me olvidaban, también están los jesuitas, y la conspiración para que el Vaticano no sea el Vaticano y la revolución de la Pachamama, que es como todas las revoluciones, aunque se haga en nombre del nuevo magisterio.

“El robot que cree en Dios” tiene algo, o mucho, de denuncia, de profetismo literario. Y también de Bergson, y algo más de Mauriac y de Bernanos, porque todo lo que escribe San Agustín tiene algo de la otra cara de la moneda de Bernanos sin llegar a Camus, el regateo de la vida, el anzuelo de los placeres, la mesa, el vino, la mujer, el eterno femenino, la transgresión, el periodismo y los periodistas que andan sueltos por el Vaticano. Bruno Rossi, el protagonista, al fin y al cabo es periodista.

Lo que pasa con esta novela es que a Arturo San Agustín se le entiende todo. Como le pasa a Benedicto XVI que, pese a lo que diga su secretario sobre al existencia de dos Papas en el Vaticano, ahora se le entiende todo con más claridad que antes, que mira que hablaba y escribía claro.

En fin, que una novela sobre el transhumanismo, sobre el futuro humano, menos humano, mezclada con un Papa obsesionado por la ciencia, más por la conciencia, es un éxito seguro. Chesterton, “la fe es la capacidad de soportar dudas”, también las literarias.

 

José Francisco Serrano Oceja