Francisco \ Audiencias, Catequesis y Ángelus

Papa: es tiempo de librar a los pobres del desaliento

RV | 14/06/2017


 

“Pidamos a la Virgen María que nos dejemos guiar siempre por el amor de su Hijo. Que sepamos transmitir a los demás ese amor de Dios, para que se encienda en todos una esperanza nueva”.

Fue la invitación del Papa Bergoglio al saludar a los peregrinos de nuestro idioma – que se dieron cita en la Plaza de San Pedro – para participar en la Audiencia General del segundo miércoles de junio.

Prosiguiendo con su ciclo de catequesis dedicado a la esperanza cristiana, en esta ocasión el Santo Padre reflexionó acerca de cómo la certeza de la esperanza se funda en que somos hijos amados de Dios. Y lo hizo a partir de un pasaje del Evangelio de San Lucas que relata la fiesta que hizo el padre cuando regresó a casa el hijo pródigo.

Hablando en italiano, el Papa destacó  ante todo que ninguno de nosotros puede vivir sin amor, a la vez que recordó que tal vez, buena parte de la angustia del hombre contemporáneo podría derivar de la creencia de que no somos fuertes, atrayentes y bellos como para que alguien se ocupe de nosotros. Y afirmó que buena parte del narcisismo del ser humano surge de un sentimiento de soledad.

Francisco añadió que cuando el que no es, o no se siente amado, es un adolescente, entonces podría producirse la violencia, ya que detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo hay, con frecuencia, un corazón que no ha sido reconocido. “No existen niños malos – dijo el Obispo de Roma – así como no existen adolescentes totalmente malvados, sino que existen personas infelices”.  A lo que añadió que la vida del ser humano es un intercambio de miradas, que nos conduce a la sonrisa.

De hecho  – prosiguió el Pontífice – el primer paso que Dios realiza hacia nosotros es el de un amor incondicional, puesto que no nos ama porque en nosotros exista alguna razón que suscite el amor. No. Dios nos ama porque Él mismo es amor, y el amor tiende, por su misma naturaleza, a difundirse y donarse. De manera que Dios ni siquiera relaciona su benevolencia a nuestra conversión. Y recordó que San Pablo dice esto mismo perfectamente en su Carta a los Romanos: “Dios demuestra su amor hacia nosotros en el hecho de que, mientras éramos aún pecadores, Cristo ha muerto por nosotros”.

A lo que el Papa se preguntó: “¿Quién de nosotros ama de esta manera, sino quien es padre o madre? Una mamá sigue queriendo a su hijo también cuando éste se encuentra en la cárcel”. Francisco dijo que si bien una madre no pedirá que se borre la justicia humana, porque todo error exige una redención, al mismo tiempo, tampoco dejará de sufrir por su propio hijo, puesto que lo ama aun cuando es pecador. Dios – añadió el Papa –  hace lo mismo con nosotros: ¡“Somos sus hijos amados”, exclamó.

El Santo Padre concluyó su catequesis afirmando que “para cambiar el corazón de una persona infeliz, es necesario ante todo abrazarla”. Hacerle sentir – dijo – que es deseada, que es importante, y así dejará de estar triste. Sí, porque el amor llama al amor, y de modo más fuerte de cuanto el odio llame a la muerte, agregó Francisco. A la vez que recordó que Jesús murió y resucitó por nosotros, a fin de que nuestros pecados sean perdonados. Por tanto, es tiempo de resurrección para todos, finalizó diciendo el Papa: tiempo de librar a los pobres del desaliento, sobre todo a los que yacen en el sepulcro desde hace mucho más que tres días.

Antes de trasladarse a la Plaza de San Pedro para celebrar su tradicional Audiencia semanal, el Papa Francisco saludó a los enfermos que se habían dado cita en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano.

Hablándoles espontáneamente, el Pontífice les dio los buenos días y les explicó que esta Audiencia se realizaría en dos lugares, dándoles la oportunidad a todos ellos, de seguir sus palabras a través de las pantallas gigantes de televisión, permitiéndoles, de este modo, mayor comodidad a causa del gran calor reinante en la Plaza.

El Santo Padre les agradeció su presencia y afirmó que la Iglesia también es así, un grupo acá y otro allá, pero todos unidos. Y quién une a la Iglesia, preguntó Francisco. El Espíritu Santo, fue su respuesta. De ahí su invitación a rezar al Espíritu Santo para que una a todos en esta audiencia. Y antes de impartirles su bendición apostólica se despidió de todos ellos tras rezar el Veni, Sancte Spiritus y un Padrenuestro.

(María Fernanda Bernasconi - RV).