Servicio diario - 25 de abril de 2017


Francisco envía un videomensaje a Egipto, antes de su viaje
Sergio Mora

El Papa en Sta. Marta: el Evangelio no se impone se predica con humildad
Redacción

Mensaje del Papa a los obispos mexicanos: fomentar los valores de la familia y una sociedad más justa
Sergio Mora

Atentado a cristianos en Egipto: el perdón de una viuda conmueve a los musulmanes
Redacción

Tercer domingo de Pascua
Antonio Rivero

San Pedro de San José Betancur – 25 de abril
Isabel Orellana Vilches

San Rafael Arnáiz Barón – 26 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

25 abril 2017
Sergio Mora

Francisco envía un videomensaje a Egipto, antes de su viaje

Señala su deseo de paz para la región y de contribuir al diálogo interreligoso

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 25 Abr. 2017).- El papa Francisco ha enviado un videomensaje al pueblo de Egipto, pocos días antes de su viaje programado para este viernes 28 y sábado 29. Allí el Pontífice participará también a un congreso interreligioso por la paz convocado por la universidad de Al Azhar, el principal centro sunita del mundo.

“Deseo –dice el Santo Padre– que esta visita sea como un abrazo de consuelo y de aliento para todos los cristianos de Oriente Medio; un mensaje de amistad y de estima para todos los habitantes de Egipto y de la Región; un mensaje de fraternidad y de reconciliación para todos los hijos de Abraham, de manera particular para el mundo islámico, en el que Egipto ocupa un lugar destacado” .

“Espero también que contribuya eficazmente al diálogo interreligioso con el mundo islámico y al diálogo ecuménico con la venerada y amada Iglesia Copto-Ortodoxa”.

A continuación el mensaje:

Querido pueblo de Egipto: ¡Al Salamò Alaikum! La paz esté con vosotros.

Con el corazón lleno de gratitud y rebosante de alegría visitaré dentro de pocos días vuestra amada Patria: cuna de civilización, don del Nilo, tierra de sol y hospitalidad, donde vivieron patriarcas y profetas, y donde Dios, Clemente y Misericordioso, Todopoderoso y Único, hizo resonar su voz.

Me siento realmente feliz de ir como amigo, como mensajero de paz y como peregrino al País que, hace dos mil años, dio refugio y hospitalidad a la Sagrada Familia, que huía de las amenazas del Rey Herodes (cf. Mt 2,1-16).

Me siento honrado de visitar la tierra en la que habitó la Sagrada Familia. Los saludo cordialmente y les agradezco la invitación para visitar Egipto, al que llaman «Umm il Dugna» / Madre del Universo.

Agradezco vivamente al señor Presidente de la República, a su santidad el Patriarca Tawadros II, al gran imán de Al-Azhar y al patriarca Copto-Católico por su invitación.

Doy las gracias a cada uno de vosotros que me reciben en vuestro corazón. Mi agradecimiento también a todas las personas que han trabajado, y están trabajando, para hacer posible este viaje.

Deseo que esta visita sea como un abrazo de consuelo y de aliento para todos los cristianos de Oriente Medio; un mensaje de amistad y de estima para todos los habitantes de Egipto y de la Región; un mensaje de fraternidad y de reconciliación para todos los hijos de Abrahán, de manera particular para el mundo islámico, en el que Egipto ocupa un lugar destacado.

Espero también que contribuya eficazmente al diálogo interreligioso con el mundo islámico y al diálogo ecuménico con la venerada y amada Iglesia Copto-Ortodoxa.

Nuestro mundo, desgarrado por la violencia ciega –que también ha golpeado el corazón de vuestra querida tierra– tiene necesidad de paz, de amor y de misericordia. Tiene necesidad de agentes de paz y de personas libres y liberadoras, de gente valiente que sepa aprender del pasado para construir el futuro sin encerrarse en prejuicios.

Tiene necesidad de constructores de puentes de paz, de diálogo, de fraternidad, de justicia y de humanidad.

Queridos hermanos egipcios, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, musulmanes y cristianos, ricos y pobres…, les abrazo cordialmente y pido a Dios Todopoderoso que les bendiga y proteja vuestro País de todo mal. Por favor, recen por mí. ¡Shukran wa Tahiahì! Gracias y ¡viva Egipto!

 

25/04/2017-10:01
Redacción

El Papa en Sta. Marta: el Evangelio no se impone se predica con humildad

(ZENIT – Roma, 25 Abr. 2017).- El Evangelio se anuncia con humildad, venciendo la tentación de la soberbia. Esta es la exhortación del papa Francisco en la misa de este martes en la Casa Santa Marta, en la fiesta de San Marco Evangelista. A la celebración tomaron parte los cardenales consejeros del C9 reunidos hasta mañana miércoles.
“Hoy –dijo el Papa al inicio de la misa– es San Marcos evangelista, fundador de la Iglesia de Alejandría. Ofrezco esta misa por mi hermano papa Tawadros II, patriarca de Alejandría de los Coptos, pidiendo la gracia de que el Señor bendiga nuestras dos Iglesias con la abundancia del Espíritu Santo”.
El Santo Padre reiteró que los cristianos tienen que “salir para anunciar” y que un predicador tiene que estar siempre en camino sin buscar “un seguro de vida” quedándose quieto.
Papa centró su homilía en el Evangelio de san Marcos que señala el mandato del Señor a los discípulos, precisando que “el Evangelio se proclama siempre en camino, nunca sentados”.
“Es necesario salir donde Jesús es desconocido, donde es perseguido, o donde es desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio”, dijo.
Invitó así a “salir para anunciar” sea “en camino físico que espiritual, o en un camino de
sufrimientos” como lo hacen “tantos enfermos que ofrecen su dolor por la Iglesia, por los cristianos, pero siempre salen de si mismos”.
Pero cuál es el estilo de este anuncio, se interroga el Papa. “San Pedro que justamente ha sido el maestro de Marcos -responde- es muy claro al describir este estilo”, o sea que “el Evangelio es anunciado con humildad, porque el Hijo de Dios se humilló y se rebajó. El estilo de Dios es este” y “no hay otro”. Porque “el anuncio del Evangelio no es un carnaval, una fiesta”.
“El Evangelio -indicó el Papa- no puede ser anunciado con el poder humano, no puede
ser anunciado con el espíritu de trepar y subir”. Porque “Dios se resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”.
El Santo Padre advirtió de una tentación al anunciar el Evangelio: “la tentación del poder, de la soberbia, de la mundanidad, de tantas mundanidades que existen y que llevan a predicar o a fingir”.
Y reiteró que no es predicar el difundir “un Evangelio aguado, sin fuerza, sin Cristo crucificado y resucitado”.
Y si un cristiano asegura que anuncia el Evangelio, pero que ‘nunca es tentado’,
significa que “el diablo no se preocupa” porque “estamos predicando un evangelio que no sirve”.

 

25/04/2017-09:16
Sergio Mora

Mensaje del Papa a los obispos mexicanos: fomentar los valores de la familia y una sociedad más justa

(ZENIT – Roma, 25 Abr. 2017).- El santo padre Francisco envió un mensaje a la Conferencia Episcopal Mexicana reunida en 103º asamblea plenaria, a través de su secretario de estado, Pietro Parolin, en el que les exhorta a trabajar incansablemente para fomentar los valores de la familia y la edificación de una sociedad más solidaria, fraterna y justa.
El mensaje llegado a través de la Nunciatura apostólica fue leído este lunes por la tarde por el arzobispo emérito de Morelia, Alberto Suárez Inda, en la misa previa al evento, celebrada en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, y en el marco del centenario de la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF).
“Sr. Cardenal José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, presidente de la Conferencia Episcopal Mexicano. Su santidad el papa Francisco saluda cordialmente a los obispos mexicanos reunidos para dar inicio a la 103º Asamblea Plenaria, así como a los miembros de la Unión Nacional de Padres de Familia con ocasión del centenario de la fundación de dicha institución”, indica la misiva.
“Y les exhorta a buscar en en el ejemplo de la familia de Nazaret, la inspiración y el estímulo necesario para seguir trabajando todos juntos e incansablemente en favor del fomento de los valores de la familia y en la edificación de una sociedad más solidaria, fraterna y justa, dónde brille el amor de Dios” indica el Papa en el mensaje.
“Con estos sentimientos el Santo Padre mientras los encomienda a la protección de la Santísima Virgen de Guadalupe, les imparte de corazón la implorada bendición apostólica, que complacido extiende a todos los que se unen a esta celebración”, concluye el mensaje firmado por el cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado de Su Santidad.
Presidió la celebración el cardenal José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara y presidente de la CEM y concelebraron los obispos de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
La CIII Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, que inicia hoy y se desarrollará hasta el 28 de abril, cuenta con la presencia de unos 134 Obispos de las 95 circunscripciones eclesiásticas del país, agrupadas en 18 provincias. También participan el Nuncio Apostólico, la Presidente de la Conferencia de Superiores Mayores Religiosos de México (CIRM), y los Secretarios Ejecutivos de las Comisiones Episcopales y miembros del equipo de Vicarios de Pastoral.

 

25/04/2017-10:55
Redacción

Atentado a cristianos en Egipto: el perdón de una viuda conmueve a los musulmanes

(ZENIT – Roma, 25 Abr. 2017).- Cuando faltan pocos días para el viaje del papa a Egipto, programado para este viernes 28 y sábado 29, el testimonio de una viuda tras reciente ataque suicida a la catedral de Alejandría, fue transmitido por la televisión SAT 2000, de los obispos de Italia.
“No guardo odio hacia quien asesinó a mi marido, y me dirijo a él: pueda el Señor concederte el perdón”. Su marido Naseem Faheemera custodio de la catedral de Alejandría y murió asesinado el domingo de Ramos en la iglesia, tratando de evitar la masacre perpetrada por un fundamentalista suicida que se hizo explotar al atacar la comunidad copta ortodoxa reunida en oración.
La viuda entrevistada por una televisión de Egipto se dirige al asesino y le dice: “Hijo mío, créeme te estás equivocando. Mi marido no está más pero le pido a Dios que te tenga misericordia”.
E interroga a los terroristas: “¿Lo que están haciendo es justo o es equivocado? Créanme les perdono, han llevado a mi marido a un lugar que nunca habría ni siquiera soñado. Creanme estoy orgullosa de mi marido y hubiera querido estar allí a su lado y les agradezco”.
Amr adib, uno de los periodistas musulmanes más famosos del país al escuchar el testimonio de la viuda se queda mudo, y después de 12 segundos interminable para una directa televisiva, hace un profundo respiro y dice: “Los cristianos de Egipto son de acero, desde hace cientos de años soportan atrocidades y desastres, aman profundamente esta tierra y soportan todo por la salvación de esta nación”.
“Pero sobre todo –prosigue el periodista– cuánto es grande vuestra capacidad de perdón. Si vuestros enemigos lo supieran no les creerían. Si hubiera sucedido con mi padre nunca podría haberlo dicho. Esta es su fe, su religión. Esta gente está hecha de una sustancia diversa”.
“Naseem es un héroe un mártir, un ejemplo para todos nosotros y para aquellos que están sentados y critican al país. Egipto va adelante gracias a la paciencia, a la perseverancia y a la resistencia de esta gran mujer, y de sus hijos en los que vive aún el padre, crecidos para ser verdaderos hombres”.

 

25/04/2017-06:54
Antonio Rivero

Tercer domingo de Pascua

Ciclo A – Textos: Hechos 2, 14.22-33; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: para reconocer a Cristo resucitado en nuestra vida necesitamos ojos sin telarañas, pies sin grilletes y corazón sin glaciares.
Resumen del mensaje: Jesús resucitado está realmente entre nosotros. Para darnos cuenta de su presencia tenemos que tener los ojos de la fe bien abiertos a la luz de la Palabra de Dios, los pies bien ágiles para caminar por la vida con las alas de la esperanza y el corazón en ascuas y enardecido por la Eucaristía para reconocer a Jesús en el partir del pan.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos los ojos de la fe bien abiertos para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios que es luz en el camino de la vida y nos explica todos los eventos desde la historia de la salvación. La Sagrada Escritura nos da la visión correcta sobre Dios, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre y sobre todos los eventos de nuestra vida. La Sagrada Escritura es brújula que marca el norte. Sin ella tendremos una visión horizontalista, relativista y parcial de todo, como los dos discípulos de Emaús. Dejemos que Cristo nos explique, a través de la Iglesia, las Escrituras para que se nos abra el entendimiento y nos tire las telarañas.
En segundo lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos los pies de la esperanza bien ágiles. Los dos discípulos caminaban apesadumbrados, pues tenían la esperanza quebrada por la desilusión, el desaliento y el desengaño. “Nosotros esperábamos...”. Cristo, al unirse a ellos en el camino, les agiliza el paso, les renueva la esperanza con su presencia y su palabra, y les reprende con cariño, pues sus expectativas estaban a sideral distancia de los ideales del Señor. Les disipa los proyectos horizontalistas y temporalistas, y les aúpa a una visión sobrenatural para que les renazca la esperanza. Y les resucitó la esperanza, al darles una lectura y exégesis espiritual de los hechos ocurridos en esos días, que para ellos eran motivo de escándalo y aldabonazo para su esperanza. Sólo así el cristianismo no será un escándalo, ni la cruz una derrota ni la sangre de Cristo un derroche innecesario. Dejemos que Cristo nos reprenda nuestras visiones chatas y alicortas de su misterio humano-divino, y rompa los grilletes de nuestros pies.
Finalmente, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos un corazón enardecido y en ascuas. Sólo así invitaremos a Jesús, como hicieron estos discípulos, a entrar en nuestra casa para celebrar su Pascua eucarística con nosotros y parta su Pan con nosotros. Sólo gracias a la Eucaristía el ardor divino fundirá el hielo de nuestro egoísmo que nos tiene petrificados, y disipará la nube de preocupaciones y vanas solicitudes que entenebrecen nuestro espíritu. La compañía de Jesús eucarístico es siempre santificadora; las comuniones, por más desolados que estemos, tienen una eficacia insospechada. “Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde”. Con Jesús eucarístico todo se ilumina, los fantasmas y temores huyen. ¡Es Jesús, pero trasfigurado! Aquel rescoldo del camino se ha convertido en ardorosa llamarada. Y Jesús desaparece en ese momento. Quiere que pasemos de su presencia carnal a su presencia espiritual y eucarística. La resurrección de Cristo inaugura este género de presencia. Pasemos –es lo que significa Pascua- de una visión materialista a una visión de fe. Y con los pies ágiles salgamos a anunciar esta buena nueva: “Cristo ha resucitado” a quienes viven en la oscuridad y en la desolación. Cristo resucitado derritió el glacial de nuestro corazón y lo convirtió en hoguera devoradora.
Para reflexionar: ¿por qué a veces nos pasa en la celebración de la Eucaristía dominical que nuestros ojos no se abren para reconocer a Jesús y nuestro corazón no arde cuando escuchamos las Escrituras? ¿Por qué regresamos a casa con el corazón angustiado como cuando vinimos? ¿No será porque no hemos reconocido al Señor en el partir del pan y por lo mismo no partimos el pan con nuestros hermanos?
Para rezar: con el salmo 15, leído hoy, quiero rezar así: “Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha”. Así hiciste con los discípulos de Emaús.

 

25/04/2017-04:27
Isabel Orellana Vilches

San Pedro de San José Betancur – 25 de abril

El humilde «Hermano Pedro», gran apóstol de América central, nació en Vilaflor, Tenerife, Islas Canarias, España, el 21 de marzo de 1626, en el seno de una familia dedicada al pastoreo y a la agricultura. Tuvo cinco hermanos que, como él, recibieron de sus padres la preciada herencia de la fe. De niño hincaba el cayado en el suelo con la idea de que le sirviera como reloj de sol; de ese modo podía controlar los momentos en los que debía abstenerse de comer y beber a fin de guardar el ayuno eucarístico. Ya entonces hacía penitencia y oraba de rodillas con los brazos en cruz, alabando a Dios, sin medir el tiempo. Al perder a su padre se ocupó de gestionar el modesto patrimonio que poseían. Un pariente suyo, fray Luis, trajo noticias de las misiones y de la labor evangelizadora que se llevaba a cabo allende los mares. Pedro sintió grandes ansias de partir allí. No eran los planes de su madre, que soñaba en su matrimonio, pero su inclinación era servir a la Iglesia. Con todo, sometió a Dios su voluntad.
Tenía una tía a la que calificaba como «mujer de Iglesia», y habiendo tomado un tiempo para orar quiso conocer su parecer. Ella le señaló las Indias: «Debes salir al encuentro de Dios, como Pedro sobre las aguas». Poco tiempo después, otro anciano venerable ratificó este juicio. Pedro partió a La Habana donde llegó con 23 años. Trabajó como tejedor, pero no identificaba el lugar en el que habría de llevar a cabo su misión y se trasladó a Honduras. Al oír hablar de Guatemala tuvo la certeza de que era su destino.
Entró en Santiago de los Caballeros de Guatemala, la antigua capital, el 18 febrero de 1651, rezando la Salve Regina. Ese día tembló la tierra y fueron incontables los damnificados. Él mismo, agotado, cayó enfermo y fue ingresado en hospital real de Santiago. Solo, sin referencias, ni medios, tuvo ocasión de convivir con los pobres y abandonados, muchos de ellos indios y negros. Cuando sanó, entró en contacto con los terciarios franciscanos. Las buenas amistades que iba amasando le prestaban libros piadosos. Aprendió a leer y a escribir. Y a finales de 1653 ingresó en la Congregación mariana de los jesuitas y se hizo hermano de la cuerda de San Francisco. Al año siguiente se unió a la hermandad de la Virgen del Carmen.
Ya tenía 27 años y acariciaba el sueño de ser sacerdote, pero el latín se le resistía. Tras diversas peripecias desistió de este anhelo y se fue a Petapa. En la ermita de los dominicos rezó ante la imagen de la Virgen del Rosario. Salió con dos ideas claras. Una, olvidarse del tema del sacerdocio. Otra, que debía regresar a Guatemala. Su confesor, el padre Espino, le sugirió que viviese en el Calvario. Y el 8 de julio de 1656 fue recibido en la Orden Tercera franciscana. Le vetaron ciertas penitencias que quiso realizar con afán de mortificación, y se sometió humildemente al juicio de sus superiores: «Más vale el gordo alegre, humilde y obediente, que el flaco triste, soberbio y penitente», decía. Alguien le preguntó qué es orar, y respondió: «estar en la presencia de Dios» [...}. «Estarse todo el día y la noche alabando a Dios, amando a Dios, obrando por Dios, comunicando con Dios». Una vez, viéndole a pleno sol, quisieron saber por qué no se cubría. En su réplica estaba la clave: su familiaridad con las Personas Divinas: «Bien está sin sombrero quien está en la presencia de Dios».
Le encomendaron la tutela de la ermita del Calvario, cercana al convento, y fue su sacristán. En 1658, de la nada, confiando en la Providencia, abrió la «casita de la Virgen» que puso bajo el amparo de Santa María de Belén. Rememoraba con ella el modesto lugar donde Cristo nació. Allí inició una labor asistencial impregnada de misericordia. Las humildes moradas de los pobres, las cárceles y los hospitales comenzaron a sentir el influjo de la presencia de este gran apóstol. Se ocupó de los emigrantes que se hallaban sin trabajo, así como de los numerosos adolescentes que vagaban sin rumbo fijo y sin instrucción, cebo predilecto para desaprensivos, abocados a toda clase de males. Eran blancos, mestizos y negros. Los peligros no distinguen el color; acechan a cualquiera. De modo que pensando en tantos desheredados, puso en marcha una primera fundación para acogerlos. La formación humana y espiritual que les proporcionó seguía una línea pedagógica novedosa que continúa llamando la atención.
Pedro no se conformó con esta acción apostólica. Construyó una escuela, una enfermería, un hospital para convalecientes, un oratorio y una posada para estudiantes universitarios y clérigos que iban de paso, dos colectivos a los que les venía bien hallar alojamiento económico y seguro. La Eucaristía, la Pasión y el Nacimiento de Belén eran, junto a la oración, pilares de su vida. Perseguía, sobre todo, yacer oculto en Dios y desde esta centralidad suplicaba la conversión de los pecadores. Solía buscarlos por las calles de noche y de día con un mensaje transparente y directo: «Acordaos, hermanos, que un alma tenemos y, si la perdemos, no la recobramos».
En 1665 el obispo le permitió llamarse Pedro de San José. Era tanta su virtud que poco a poco se fueron uniendo al proyecto otros terciarios. Le ayudaban y compartían con él la penitencia y la oración. Viendo que este vínculo establecido en su derredor había dado lugar a una vida comunitaria, escribió unas reglas que no solo les comprometían a ellos sino también a las mujeres encargadas de la educación de los niños. Así florecieron las órdenes de los bethlemitas y de las bethlemitas, reconocidas por la Santa Sede en 1673. Los ciudadanos guatemaltecos denominaron a Pedro: «Madre de Guatemala». Eso da idea de la impresión de tutela en todos los ámbitos que había ejercido con ellos con su admirable caridad. Murió el 25 de abril de 1667 debido a una bronconeumonía que atacó a su organismo debilitado por las mortificaciones y los ayunos. Apenas contaba con 41 años. Uno de sus biógrafos lo ha calificado como «sabio en misericordia». Juan Pablo II lo beatificó el 22 de junio de 1980, y lo canonizó el 30 de julio de 2002.

 

25/04/2017-04:59
Isabel Orellana Vilches

San Rafael Arnáiz Barón – 26 de abril

(ZENIT – Madrid).- Nació en Burgos, España, el 9 de abril de 1911. Su inclinación a vivir por y para Dios fue manifiesta en la infancia. «¡Solo Dios llena el alma..., y la llena toda!», decía. En esa época dorada contrajo unas fiebres colibacilares. Cuando sanó, su padre, que había visto en la curación una intervención de María, lo consagró en Zaragoza a la Virgen del Pilar en el estío de 1922. Rafael no olvidó este hecho. «Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina». La enfermedad nunca le abandonaría.
Era elegante, sensible. También caprichoso y tendente a la vanidad. Poseía una brillante inteligencia, con predominio de la intuición, que le permitió sobresalir en los estudios aunque no los cuidara debidamente. Se estableció con la familia en Oviedo, y al término de su formación básica se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Hizo grandes amistades porque era una persona entrañable y cercana en la que se percibía la huella de Dios. Estaba vinculado al Apostolado de la Oración, a la Adoración Nocturna y a la Congregación de María Inmaculada. A los 19 años visitó el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas y le atrajo poderosamente. El 16 de enero de 1934 ingresó en él, dejando atrás las previsiones eventuales de un futuro espléndido, y las posibilidades que le ofrecía cotidianamente el bienestar de su hogar paterno.
Su ilusión por entregarse a Dios a través de una vida penitente y contemplativa era más fuerte que todo. «La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios». No contaba con la presencia repentina de la diabetes, temible entonces por sus funestas consecuencias, que le obligó a abandonar la Trapa en tres ocasiones. Comprendió el sentido purificador del dolor: «Cuando me veo otra vez en el mundo, enfermo, separado del monasterio, y en la situación en que me encuentro... veo que me era necesario, que la lección que estoy aprendiendo es muy útil, pues mi corazón está muy apegado a las criaturas, y Dios quiere que lo desate para entregárselo a Él solo». Su experiencia personal le permitía alumbrar la vida de otras personas y conducirlas a Dios. A su tía María, duquesa de Maqueda, le aconsejaba en 1935: «Déjate hacer; sufre, pero sufre amándole, amándole mucho a través de la oscuridad, a pesar de la tempestad que parece el Señor te ha puesto, a pesar de no verle, ama el madero desnudo de la cruz [...]. Llora, llora todo lo que puedas y sufre, pero a los pies de la cruz, y sufre amando a Dios ¡qué felicidad!... Cómo te quiere Dios, ya lo verás algún día muy cercano».
Su rica vida interior le había permitido conocer la estrecha simbiosis espiritual que existe entre el dolor y el gozo, experiencia que halla quien busca a Dios con purísimo corazón: «Muchas veces he pensado que el mayor consuelo es no tener ninguno; lo he pensado y lo he experimentado [...]. Alguna vez he sentido en mi corazón pequeños latidos de amor a Dios... Ansias de Él y desprecio del mundo y de mí mismo. Alguna vez he sentido el consuelo enorme e inmenso de verme solo y abandonado en los brazos de Dios. Soledad con Dios. Nadie que no lo haya experimentado, lo puede saber, y yo no lo sé explicar. Pero solo sé decir que es un consuelo que solo se experimenta en el sufrir..., y en el sufrir solo... y con Dios, está la verdadera alegría». Sus sentimientos recuerdan a las vivencias místicas de Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús: «Es un nada desear más que sufrir. Es un ansia muy grande de vivir y morir ignorado de los hombres y del mundo entero... Es un deseo grande de todo lo que es voluntad de Dios... Es no querer nada fuera de Él... Es querer y no querer. No sé, no me sé explicar... solo Dios me entiende...».
En este camino de perfección iba dejando atrás lastres que en otro tiempo le habían pesado: «Todo va cambiando en mi alma. Lo que antes me hacía sufrir..., ahora me es indiferente; en cambio, voy encontrando los repliegues en mi corazón que estaban escondidos, y que ahora salen a la luz [...]. Lo que antes me humillaba, ahora casi me causa risa. Ya no me importa mi situación de Oblato [...]. Veo que el último lugar es el mejor de todos; me alegro de no ser nada ni nadie, estoy encantado con mi enfermedad que me da motivos para padecer físicamente y moralmente...». El eje de su vida era Cristo: «Mi centro es Jesús, es su cruz». La conciencia de su indignidad le hacía decir: «He sido un gran pecador... Perdóname, Señor, lo que digo... Yo, Señor, nada quiero, nada me importa... solo Tú... No me hagas caso, Señor... soy un niño caprichoso. Pero Tú tienes la culpa, mi Dios...¡si no me quisieras tanto!».
Resistiéndose a abandonar su vida religiosa, regresó al monasterio una cuarta vez. Tomó la decisión, aún cuando era realmente penosa y suponía un acto heroico para una situación como la suya, con una naturaleza débil que tenía que luchar contra la enfermedad. «Si lo que deseas es... mis sufrimientos, tómalos todos, Señor». Ofreció a Dios en holocausto su personal calvario, dejando brotar el potente caudal de su amor. De él quedan magistrales trazos en sus escritos, prolongación post mortem de su fecunda actividad apostólica. En ellos se detecta la finura y profundidad de esta alma delicada. «Solamente en el silencio se puede vivir, pero no en el silencio de palabras y de obras..., no; es otra cosa muy difícil de explicar... Es el silencio del que quiere mucho, mucho, y no sabe qué decir, ni qué pensar, ni qué desear, ni qué hacer... Solo Dios allá adentro, muy calladito, esperando, esperando, no sé..., es muy bueno el Señor».
Era un esteta que soñó volcar en la pintura la belleza del amor divino que selló su espíritu. Murió a consecuencia de un coma diabético el 26 de abril de 1938. Tenía 27 años. Sus restos yacen en el cementerio del monasterio. El 19 de agosto de 1989 Juan Pablo II, en la Jornada mundial de la juventud, lo propuso como modelo para los jóvenes. El 27 de septiembre de 1992 lo beatificó. Y Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.