Servicio diario - 20 de abril de 2017


El Papa declarará santos a Francisco y Jacinta Marto este 13 de mayo en Fátima
Sergio Mora

Los Niños mártires de Tlaxcala serán canonizados el 15 de octubre
Redacción

Carta del papa Francisco a los Hermanos Maristas, con motivo del bicentenario de la congregación
Redacción

Benedicto XVI: “Contra el ateísmo y el radicalismo integralista sirve una concepción de Estado que convenza”
Federico Cenci

Llagas que dan vida – II Domingo de Pascua
Enrique Díaz Díaz

San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham – 21 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

20 abril 2017
Sergio Mora

El Papa declarará santos a Francisco y Jacinta Marto este 13 de mayo en Fátima

Confirmada la canonización de dos de los tres videntes de Fátima, durante el Consistorio Ordinario que se realizó hoy en el Vaticano

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 20 Abr. 2017).- La canonización de los dos hermanitos videntes de Fátima, será el 13 de mayo en el santuario portugués. La noticia es oficial y el anuncio lo hizo el papa Francisco en el consistorio público que se realizó hoy en el Vaticano.

Francisco y Jacinta Marto serán así los santos ‘no mártires’ más jóvenes de la historia de la Iglesia Católica. Los tres videntes de las apariciones de la Virgen María en Fátima fueron Lucía dos Santos de 10 años, Francisco de 9 años y Jacinta de 7años. Lucía por su parte, que después se hizo religiosa carmelita y falleció el 13 de febrero de 2005, tiene abierta la causa de beatificación a nivel diocesano.

El consistorio público convocado por el pontífice ha reunido en el Palacio Apostólico a los cardenales residentes habitualmente en Roma. En el de este jueves, el Santo Padre además de recibir el ‘placet‘ de los cardenales para diversas causas de canonizaciones, ha fijado las fechas y lugares de las ceremonias de las mismas.

El santuario de Fátima vuelve así a ser escenario de una ceremonia de canonización, ya que Juan Pablo II beatificó el 13 de mayo de 2000, a los dos hermanitos videntes. La fiesta litúrgica de Francisco y Jacinta Marto será el 20 de febrero, día de la muerte de Jacinta.

Después del primer milagro necesario para la beatificación de Francisco y Jacinta, era necesario un segundo milagro antes de la canonización. El mismo fue la curación inexplicable de un niño en Brasil. La aprobación del milagro por una junta médica y científica fue el 23 de marzo pasado y posteriormente fue analizado por una comisión de teólogos, que dio su beneplácito a la Congregación de la Causa de los Santos.

 

20/04/2017-11:08
Redacción

Los Niños mártires de Tlaxcala serán canonizados el 15 de octubre

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 20 Abr. 2017).- Cristóbal, Antonio y Juan, los “Niños Mártires de Tlaxcala” asesinados por odio a la fe en México entre 1527 y 1529 serán canonizados el 15 de octubre de 2017. En esa fecha serán elevados a los altares también los protomártires de Brasil, los sacerdotes Andrea Soveral y Ambrogio Francisco Ferro, el laico Mateus Moreira y otros 27 compañeros mártires.
Lo anunció hoy el papa Francisco en el consistorio público ordinario que convocó para
este jueves en el Palacio Apostólico del Vaticano, en donde se reunieron los cardenales residentes en Roma.
En la misma fecha, serán elevados a los altares Faustino Míguez, religioso de la Orden de Clérigos Regulares de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, sacerdote fundador del Instituto Calasancio de Hijas de la Divina Pastora, para la educación integral de la mujer.
Siempre el próximo 15 de octubre, Angelo Acri, (en el siglo Luca Falcone), sacerdote de la Orden de los Frailes menores capuchinos será canonizado.
En cambio los hermanitos Francisco y Jacinta Marto, dos de los tres pastorcitos de Fátima, serán canonizados este 13 de mayo de 2017 en el santuario portugués, durante la peregrinación que realizará el poapa Francisco con motivo del centenario de las apariciones.
El Santo Padre presidió al inicio del Consistorio ordinario público, la recitación de la Hora Tercera.
Los “Niños Mártires de Tlaxcala” fueron los primeros laicos católicos americanos que sufrieron el martirio en defensa de la fe católica dentro del territorio mexicano. Los nombres de los 3 niños eran Cristóbal, Antonio y Juan quienes fueron de los primeros evangelizados por los frailes franciscanos y dominicos inmediatamente después de la conquista, aunque no se sabe con exactitud su fecha de nacimiento, se sabe que murieron Cristóbal en 1527 y Antonio y Juan en 1529.

 

20/04/2017-15:27
Redacción

Carta del papa Francisco a los Hermanos Maristas, con motivo del bicentenario de la congregación

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 20 Abr. 2017).- El Santo Padre Francisco ha enviado el 10 de abril pasado, una carta al Superior General de los Hermanos Maristas, Emili Turú Rofes, con motivo del bicentenario de la fundación de la Congregación, la cual ha sido difundida hoy por el Vaticano.
La gratitud es el primer sentimiento que brota del corazón para valorar las obras grandes que Dios ha hecho a través de ustedes con ese espíritu de hermandad a lo largo y ancho de los cinco continentes formando a los jóvenes como buenos cristianos, les indica el Papa. Les pide también realizar un discernimiento del momento presente y caminar con espíritu renovado no en una ruta diferente, sino vivificada en el Espíritu siguiendo el lema «Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús».

A continuación el texto completo.

Mensaje del Santo Padre Al hermano Emili Turú Rofes Superior General de los Hermanos Maristas

Querido hermano:
Me es grato saludarlo y a través suyo a toda la familia Marista, con motivo del bicentenario de la fundación de su Congregación, durante el cual celebrarán el XXII Capítulo general que tendrá lugar en Colombia. Han deseado preparar esta efeméride bajo el lema «un nuevo comienzo», en el que está sintetizado todo un programa de renovación que supone mirar con agradecimiento el pasado, discernir el presente y abrirse con esperanza al futuro.
La gratitud es el primer sentimiento que brota del corazón. Se necesita esta actitud de reconocimiento para valorar las obras grandes que Dios ha hecho a través de ustedes. Así mismo, dar gracias nos hace bien; nos ayuda a reconocernos pequeños ante los ojos del Señor y deudores de una tradición que nos ha sido dada sin haber hecho nada por nuestra parte. Ustedes pertenecen a una gran familia rica de testigos que han sabido donar sus vidas por amor a Dios y al prójimo con ese espíritu de hermandad que caracteriza a la Congregación y que convierte al otro en «hermano muy querido para mí» (Flm 16). Estos dos siglos de existencia se han transformado a su vez en una gran historia de entrega en favor de niños y jóvenes, que han acogido a lo largo y ancho de los cinco continentes y los han formado para que fueran buenos ciudadanos y, sobre todo, buenos cristianos. Estas obras de bien son expresión de la bondad y misericordia de Dios que, a pesar de nuestras limitaciones y torpezas, jamás se olvida de sus hijos.
Sin embargo no basta contemplar el pasado, sino que es necesario realizar un discernimiento del momento presente. Es justo que se examinen y es bueno que lo hagan a la luz del Espíritu. Discernir es reconocer con objetividad y caridad el estado actual, confrontándolo con el espíritu fundacional. San Marcelino Champagnat fue un innovador para su tiempo en el ámbito educativo y de la formación. Él mismo experimentó la necesidad del amor para poder sacar a relucir las potencialidades que cada chico lleva escondidas dentro de sí. Su santo Fundador decía: «La educación es para el niño lo que el cultivo es para el campo. Por muy bueno que este sea, si se deja de arar, no produce más que zarzas y malas hierbas». La tarea del educador es de entrega constante y tiene una carga de sacrificio; sin embargo la educación es cosa del corazón, esto la hace diferente y sublime. Estar llamados a cultivar exige antes que nada cultivarse ustedes mismos. El religioso-educador tiene que cuidar su campo interior, sus reservas humanas y espirituales, para poder salir a sembrar y cuidar el terreno que le han confiado. Deben ser conscientes que el terreno que trabajan y moldean es «sagrado», viendo en él el amor y la impronta de Dios. Con esta dedicación y esfuerzo, fieles a la misión recibida, contribuirán a la obra de Dios, que los llama a ser sencillos instrumentos en sus manos.
Finalmente, los animo a que se abran con esperanza al futuro, caminando con espíritu renovado; no es una ruta diferente, sino vivificada en el Espíritu. La sociedad de hoy necesita personas sólidas en sus principios que puedan construir un mundo mejor para todos y dar testimonio de lo que creen. El lema de su Instituto religioso es ya todo un proyecto de vida: «Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús». Es confiar en María y dejarse guiar por ella en su humildad y servicio, en su prontitud y entrega silenciosa; son actitudes que el buen religioso y educador tienen que transmitir con su ejemplo. Los jóvenes reconocerán en su modo de ser y actuar que hay algo de extraordinario y comprenderán que merece la pena no sólo aprender estos valores, sino sobre todo interiorizarlos e imitarlos. María los acompañará en este propósito y, junto a ella, ratificarán su vocación, contribuyendo a crear una nueva humanidad, donde el vulnerable y el descartado sean valorados y amados. Este futuro que desean y por el que sueñan no es una ilusión, sino que se construye desde hoy, diciendo «sí» a la voluntad de Dios en la certeza que él, como Padre bueno, no defraudará nuestra esperanza.
Agradezco al Señor y a María, Nuestra Buena Madre —como a san Marcelino le gustaba llamarla—, la presencia en la Iglesia de su vocación y servicio, y pido para ustedes el don del Espíritu Santo para que, movidos por él, lleven a los niños y jóvenes, como también a todos los necesitados, la cercanía y la ternura de Dios.
Vaticano, 10 de abril de 2017

 

20/04/2017-16:28
Federico Cenci

Benedicto XVI: “Contra el ateísmo y el radicalismo integralista sirve una concepción de Estado que convenza”.

(ZENIT – Roma, 20 Abr. 2017).- “La contraposición entre las concepciones de un Estado rádicalmente ateo y el surgir de un Estado rádicalmente religioso en los movimientos islamistas, conduce en nuestro tiempo a una situación explosiva, cuyas consecuencias sentimos cada día”. Cuatro años han pasado de la renuncia de Benedicto XVI al pontificado, pero su lúcida visión sigue iluminando.
Con estas palabras el papa emérito se ha expresado en una carta enviada a los participantes a un simposio en su honor, que se realizó ayer 19 de abril, en Varsovia, con el título: “El concepto del Estado en la perspectiva de la enseñanza del cardenal Joseph Ratzinger”. El encuentro ha sido organizado por los obispos polacos y tiene el patrocinio del presidente de Polonia, Andrzej Duda.
Benedicto XVI indicó que sintió conmoción, gratitud y felicidad por este reconocimiento. Y en su carta al hablar de “situación explosiva” a propósito del enfrentamiento entre ateísmo y fundamentalismo islámico hace un llamado a los cristianos: “Estos radicalismos exigen urgentemente que nosotros desarrollemos una concepción de Estado que convenza, que soporte el enfrentarse con estos desafíos y pueda superarlos”.
A quien hoy gobierna las naciones y las instituciones cristianas la tarea es recoger el testimonio de Rátzinger mirando a dos grandes figuras que “Polonia ha dado a la humanidad”: el cardenal Stefan Wyszy?ski y san Juan Pablo II.
El su mensaje, Benedicto XVI subraya que estos dos hombre de la Iglesia “no
solamente han reflexionado sobre tal tema, sino que han cargado sobre sí el sufrimiento y la experiencia viva, y por lo tanto siguen a indicar el camino hacia el futuro”.
Por su parte el papa Francisco apreció el simposio en honor de Benedicto XVI, patrocinado por la Fundación Ratzinger y por la agencia católica polaca Kai, y envió un mensaje firmado por el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, en el que subraya la “benemérita obra de su querido predecesor”. El deseo del papa Bergoglio es que este evento despierte “un renovado empeño por un diálogo respetuoso y fecundo entre Estado e Iglesia, teniendo en vista la construcción de la civilización del amor”.
Los trabajos en Varsovia, de los cuales ha tomado parte entre otros el cardenal Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fueron abiertos con una relación del padre Federico Lombardi, director emérito de la Oficina de prensa de la Santa Sede y actual presidente de la Fundación Ratzinger. Lombardi indicó que el simposio quiere rendir homenaje a Benedicto XVI y agradecerle por su servicio a la Iglesia, y “mantener viva la herencia de su pensamiento y de su inspiración espiritual”.
Recordó su advertencia en septiembre de 2011 al Parlamento alemán, “sobre las terribles consecuencias” de un ejercicio del poder desvinculado de la conciencia de su naturaleza relativa, y que por lo tanto no se reconoce más responsable de “un orden moral objetivo” o sujeto “a un fundamento superior al poder”.
Benedicto XVI -recuerda aún el ex portavoz vaticano- ha enfrentado estos temas con coraje, señalando como “la negación de Dios o su olvido, la marginación de la religión de la vida pública y de toda perspectiva trascendente de la cultura, son en realidad causas de un proceso muy negativo y de graves riesgos para la vida de la sociedad y la defensa de la dignidad de cada persona humana”.
El papa alemán, lo subrayó varias veces, a costo de no recibir aplausos sino “fuertes oposiciones”, pero “con la convicción de que decir eso era su precisa responsabilidad hacia la actual evolución cultural de la sociedad europea y del rol de Europa ante la historia del mundo”.
Entonces -recuerda nuevamente el padre Lombardi a propósito del pensamiento de Ratzinger- que el Estado y la Iglesia tienen que compartir “el empeño” para llegar a la verdad a través de “la razón humana”. Por lo tanto esta última “no tiene que cerrarse en el límite del positivismo sino, justamente para poder encontrar y hacer justicia y lograr la paz en este mundo, tiene que quedarse con confianza y coraje, abierta a los grandes horizontes de lo humano, de su sentido y de sus fundamentos”. Se trata de una positiva colaboración entre la fe y la razón. “En esto -concluye Lombardi- la fe ofrece a la razón su ayuda, y la razón a su vez tutela a la religión del grave riesgo de los integralismos”.

 

20/04/2017-06:59
Enrique Díaz Díaz

Llagas que dan vida – II Domingo de Pascua

Hechos 2, 42-27: “Los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común”
Salmo 117: “La misericordia del Señor es eterna. Aleluya”
I San Pedro: “La resurrección de Cristo nos da la esperanza de una vida
nueva”
San Juan 20, 19-31: “Ocho días después se les apareció Jesús”

Fueron muchos años de trabajar como jornalero en las pesadas tareas en el campo de los Estados Unidos, sin poder venir por falta de “papeles”. Ahora que regresa sus hijos han crecido y apenas lo reconocen: mucho más viejo, con canas y con muchas cicatrices, callos y ampollas por el trabajo realizado. Él feliz al contemplarlos, sobre todo a su hijo Ricardo que ahora es todo un médico. Cuando Ricardo saluda a su papá y lo abraza, no puede contener las lágrimas por el estado en que se encuentra: sus cicatrices, sus llagas, su cansancio, han sido la fuente para que el pudiera llegar a ser doctor. Su título ha costado sangre y sudor y apenas ahora lo comprende. Llagas que dan vida.
En nuestro mundo no creemos más que aquello que experimentamos, que tocamos y que probamos personalmente. Tomás encajaría perfectamente en nuestro ambiente: duda cuestiona, exige pruebas. Este segundo domingo de Pascua parece a propósito para convencernos de que hay señales objetivas de la resurrección de Jesús tanto las ofrecidas por Él mismo a sus apóstoles, como las pruebas vivas que presenta la primitiva comunidad en los Hechos de los Apóstoles. Jesús presenta los argumentos irrefutables de un cuerpo desgarrado, amoroso, entregado por amor a los hermanos; la comunidad ofrece las consecuencias claras de ese amor: una palabra que se hace vida constante , el amor expresado en el partir y compartir lo que se tiene, una oración que al mismo tiempo eleva y compromete, y una Eucaristía que es expresión de la más grande unión con el Resucitado y con los hermanos. Signos de vida evidentes frente a los que no se tiene más opción que expresar como Santo Tomás: “¡Señor mío, Dios mío!”. El evangelio de este día nos presenta un drástico cambio a partir de la Resurrección de Jesús. Se inicia presentándonos una comunidad entrando a las penumbras de un anochecer, con las puertas cerradas a piedra y lodo, con el miedo aflorando en sus rostros y con un temor angustioso a las autoridades judías. Poco a poco se va dando paso a la esperanza y disipando las tinieblas, hasta terminar con la presentación de los discípulos arrebatados por el soplo del Espíritu para constituirse testigos de Jesús e invitando a “que ustedes crean que Jesús es el Mesías, y para que creyendo, tengan vida en su nombre”
Nuestra fe aparece con frecuencia demasiado convencional y vacía, solamente de tradiciones y costumbres religiosas, formalismos externos que fácilmente caen cuando enfrentan a un cuestionamiento serio. Cristianos de nombre, de papel y aburridos. Para los primeros cristianos el encuentro con el Resucitado fue un vendaval que los sacudió en su interior y una experiencia que trastocó toda su vida, sus costumbres y sus creencias. De los tonos oscuros que amenazaban con terminar con aquella comunidad adormecida y asustada, se pasa a la explosión radiante de luces y esperanzas fincadas en la victoria de quien ha dado la vida por nosotros y que al final ha vencido a la muerte. El encuentro con Jesús vivo y resucitado transforma a sus discípulos en personas nuevas, reanimadas, llenas de alegría y de paz. Al liberarlos del miedo y la cobardía, les abre nuevos horizontes y los impulsa a proclamar la Buena Nueva y dar testimonio, a todo el que lo quiera escuchar, del Cristo vivo y resucitado. Pareciera que el soplo de Jesús sobre ellos y sus palabras: “Reciban al Espíritu Santo”, produjera un doble movimiento que es fuerza en su corazón y que es impulso que los arrebata para manifestarse hacia los hermanos. Tan poderosa es la experiencia de la resurrección que quien la cree y la experimenta se compromete en una vida más humana, más plena y más feliz.
Los clavos en los pies y en las manos y la herida del costado, son signo de su amor y de su sufrimiento en su entrega por los otros y al mismo tiempo, huellas de su presencia en medio de nosotros. Son las señales del amor. No se puede experimentar a Jesús resucitado si no es a través de las llagas que ha dejado en su cuerpo: la marginación, el dolor y el sufrimiento de los pequeños y excluidos, de los denigrados e ignorados, de los desposeídos y sobreexplotados. ¿Cómo se mira el mundo a través del hueco de las heridas de Jesús? Intentemos mirarlo y descubriremos, sorprendentemente, que es imposible ocultar o disfrazar la miseria y el dolor de la humanidad pues aparecen nítidamente, pero percibidos con amor, con esperanza y con una entrega plena. No se puede mirar a través del hueco de sus llagas con egoísmo e indiferencia, pero tampoco con rencores y venganzas. Mirar a través de las llagas de Jesús es mirar con la certeza de que este mundo tiene el sentido que le da el inconmensurable amor de Jesús; es mirar con la esperanza de que su resurrección sigue obrando en medio de nosotros; y es vivir con el dinamismo de la nueva vida que su sangre derramada, sigue haciendo brotar. Este es el centro de la experiencia pascual: el encuentro con Alguien vivo, capaz de liberarnos del fatalismo y la negación, y de abrirnos un camino nuevo hacia la paz, la paz verdadera. Mirar a través de las llagas de Jesús es sumergirnos en su Pascua: muerte y resurrección. Las llagas son las señales de su Misericordia.
Las primeras comunidades han intuido todo lo que significa la resurrección de su Señor y por eso son capaces de iniciar un tiempo nuevo, con el domingo como día del Señor, con la escucha y reflexión de la palabra, con una mesa puesta a disposición de todos, donde el que necesita puede tomar, donde al que le sobra puede aportar, para hacer la mesa común. No se manifestará la resurrección de Jesús en medio de nosotros si no pasa por el compartir. La Eucaristía, el Cordero hecho pan para dar vida, se hace evidente cuando “nadie pasa necesidad”, cuando nadie es excluido y cuando la Palabra se comparte. Contemplemos hoy las llagas de Jesús que gritan resurrección, contemplemos también las señales de las primeras comunidades que tenían un solo corazón y una sola alma, y que se reunían diariamente en el templo y en las casas, compartían el pan y comían juntos con alegría y sencillez de corazón. ¿Qué señales estamos dando nosotros de resurrección? ¿Hacía a dónde nos lleva nuestra experiencia de Jesús vivo? ¿Dónde descubrimos y mostramos las llagas gloriosas? ¿Cómo es nuestra vida en comunidad y qué tan dispuestos estamos a compartir?
Señor mío y Dios mío, que pueda descubrirte en las llagas y heridas de mis hermanos para que, amándolos y compartiendo con ellos, pueda encontrar la verdadera paz que tú me ofreces. Amén

 

20/04/2017-04:18
Isabel Orellana Vilches

San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham – 21 de abril

(ZENIT – Madrid).- El testimonio de vida de este humilde capuchino nuevamente pone de relieve que la santidad se alcanza en cualquier misión por sencilla que sea. El dintel del convento y la campanilla que avisaba de la presencia de alguien era el escenario cotidiano de Conrado. Ante todo recién llegado al claustro de la ciudad bávara de Altötting con su cálida sonrisa y sencillez dibujaba seductoras expectativas aventurando las bendiciones que podían derramarse sobre ellos en el religioso recinto. Para un santo las contrariedades son vehículos de insólita potencia que le conducen a la unión con la Santísima Trinidad. Él sobrenaturalizó lo ordinario en circunstancias hostiles. Y conquistó la santidad. No hicieron falta levitaciones, milagros, ni hechos extraordinarios, sino el escrupuloso cumplimiento diario de su labor realizada por amor a Cristo. En la portería que tuvo a su cargo durante más de cuatro décadas no olvidó que franqueaba el acceso a su divino Hermano, especialmente cuando los pobres llegaban a él y les atendía con ejemplar caridad. Con virtudes como la amabilidad, caridad y paciencia, fruto de su recogimiento, forjaba su eterna corona en el cielo, aunque ni sus propios hermanos de comunidad podían sospecharlo.
Nació en Venushof, Parzham, Alemania, el 22 de diciembre de 1818 en el seno de una acomodada familia de labradores que tuvieron diez hijos, de los cuales fue el penúltimo. Estos generosos progenitores, con sus prácticas piadosas diarias realizadas en familia, le enseñaron a amar a Cristo, a María y a conocer la Biblia. No era extraño que con ese caldo de cultivo siendo niño le agradase tanto orar y sentirse feliz al hablar de Dios. Su madre advertía en el pequeño una chispa especial cuando narraban las historias sagradas, y le preguntaba: «Juan, ¿quieres amar a Dios?». La respuesta no se hacía esperar: «Mamá, enséñeme usted cómo debo amarle con todas mis fuerzas». Creció aborreciendo las blasfemias y el pecado. Poco a poco se vislumbraba su amor por la oración. A esta edad fue manifiesta su inclinación por el espíritu franciscano. A los 14 años perdió a sus padres y se convirtió en punto de referencia para sus hermanos. Todos siguieron ejercitando las prácticas que ellos les enseñaron. Juan, en particular, aprovechaba la noche para rezar y realizar penitencias que muchas veces solían durar hasta el alba.
En 1837 inició su formación con los benedictinos de Metten, Deggendorf. Pero se ve que lo suyo no era el estudio. En una visita que efectuó al santuario de Altötting tuvo la impresión de que María le invitaba a quedarse allí. Sin embargo, en 1841 se vinculó a la Orden Tercera de Penitencia (Orden franciscana seglar). Dios le puso otras cotas que no supo interpretar y las expuso a un confesor después de haber orado ante la Virgen de Altötting. El sacerdote le dijo: «Dios te quiere capuchino». Repartió sus cuantiosos bienes entre los pobres y la parroquia para ingresar en el convento de Laufen en 1851. Tenía 33 años. Allí tomo el nombre de Conrado.
Su noviciado estuvo plagado de pruebas y públicas humillaciones que, pese a ser de indudable dureza, aún le parecían nimias para lo que juzgaba merecía: «¿Qué pensabas? –se decía–, ¿creías que ibas a recibir caricias como los niños?». En esos días escribió esta nota: «Adquiriré la costumbre de estar siempre en la presencia de Dios. Observaré riguroso silencio en cuanto me sea posible. Así me preservaré de muchos defectos, para entretenerme mejor en coloquios con mi Dios». Tras la profesión fue destinado a la portería del convento de Santa Ana de Altötting, noticia que le llenó de alegría. Era un lugar donde la afluencia de peregrinos exigía la atención de una persona exquisita como él. En aquel pequeño reducto se santificó durante cuarenta y tres años, viviendo el recogimiento en medio de la algarabía creada por el constante ajetreo de los peregrinos. «Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros [...]. Me esfuerzo en amarlo mucho. ¡Ah!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios».
Un día advirtió una celdilla casi oculta debajo de la escalera. Tenía una pequeña ventana que daba a la Iglesia. Y su corazón palpitó de gozo: ¡desde allí podía ver el Sagrario! Era un lugar oscuro y reducido. A fuerza de insistencia consiguió que le dejaran habitarla y en esa morada siguió cultivando su amor a Cristo crucificado y a María. Ayudaba a la sacristía y en las primeras misas oficiadas en el santuario. Sus superiores le autorizaron a comulgar diariamente, algo excepcional en esa época. Nadie le oyó quejarse ni lamentarse. Trataba con auténtica caridad a todos, especialmente a las personas que intentaban incomodarle y socavar su admirable y heroica paciencia. Nunca perdió la mansedumbre. «La Cruz es mi libro, una mirada a ella me enseña cómo debo actuar en cada circunstancia». Fue un gran apóstol en la portería, el hombre del silencio evangélico: «Esforcémonos mucho en llevar una vida verdaderamente íntima y escondida en Dios, porque es algo muy hermoso detenerse con el buen Dios: si nosotros estamos verdaderamente recogidos, nada nos será obstáculo, incluso en medio de las ocupaciones que nuestra vocación conlleva; y amaremos mucho el silencio porque un alma que habla mucho no llegará jamás a una vida verdaderamente interior».
Logró convertir a personas de baja calaña, hombres y mujeres, que después se entregaron a Dios en la vida religiosa. En sus apuntes espirituales se lee: «Mi vida consiste en amar y padecer [...]. El amor no conoce límites». Sintiéndose morir, tocó la puerta del padre guardián diciéndole: «Padre, ya no puedo más». Tres días más tarde, el 21 de abril de 1894, falleció. Pío XI lo beatificó el 15 de junio de 1930, y lo canonizó el 20 de mayo de 1934.