Profundización \ Diálogos

Claves para entender el pensamiento teológico y pastoral del Papa Francisco según Rafael Luciani

RV | 23/03/2017


 

"Los Signos de los Tiempos de nuestra época" es el título del primer programa del profesor Rafael Luciani - teólogo venezolano y profesor de la escuela de Teología y Ministerio en Boston College-. Se trata de una serie de diez programas con los que pretende que la gente entienda el magisterio de Francisco, tanto sus raíces teológico-pastorales latinoamericanas en la continuidad que supone con el Concilio y otros pontífices, como en lo que tiene de novedoso para la evolución de la Iglesia.

El discernimiento cristiano de la realidad parte siempre de una lectura de los signos de los tiempos. Así la entendió el Vaticano II (Gaudium et Spes 4.11) y así fue recibido por las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, desde Medellín hasta Aparecida. Leemos la realidad como creyentes, preguntándonos por dónde pasa Dios hoy en medio de nuestros pueblos. Para el Vaticano II esta acción es nítida en todos aquellos que propician la paz, el reconocimiento de la diversidad sociocultural, la cultura política de la democracia, la defensa de los derechos humanos y el desarrollo de los pueblos pobres.

El magisterio del Papa Francisco recuerda cómo el gran tema distintivo del momento actual es el del fenómeno de la globalización, pues da la medida de los signos de los tiempos a la luz de sus consecuencias socioculturales, como son la pérdida de las identidades locales, una creciente inequidad, la fragmentación xenofóbica y la multiplicación de conflictos armados. En sintonía con Aparecida podemos afirmar que «la globalización económica y cultural pone en peligro la propia existencia como pueblos diferentes» (Aparecida 90). Estamos así ante un nuevo talante epocal que va mutando a la subjetividad humana.

Entre las principales causas de esta crisis se encuentra la absolutización del mercado y del sistema financiero, convertidos en un fetiche, en una realidad seudosagrada; parece una especie de fuerza sin rostro ni ataduras éticas, cuya esencia es la libertad ilimitada resuelta a obtener las mayores ganancias posibles.

El fenómeno fue descrito por los Provinciales Jesuitas de América Latina en la Carta y Documento de trabajo sobre el neoliberalismo que se editó en 1996, donde se explica la existencia de «un proceso de globalización de la economía que rompe la identidad de las culturas locales que no tienen voz para hacerse oír». Y es que se ha hecho del mercado un «medio, método y fin que gobierna las relaciones entre los seres humanos». El Papa Pío XI lo definió como el «imperialismo internacional del dinero» y luego, Pablo VI lo calificó como la «dictadura económica en el campo social, cultural y político».

Esta tiránica tendencia epocal no solo es radicalmente injusta porque oprime y excluye, sino porque vacía, deshumaniza y nos incapacita para ser y vivir como sujetos, dejando a la gran mayoría de la humanidad sin posibilidad de tener posibilidades, porque aquí y ahora la inequidad crece, a pesar de que este mundo cuenta con recursos suficientes para que esa ignominia no exista. Son miles de millones las personas que viven en las periferias, quedando no solo desplazadas, sino excluidas del sistema global. Como recuerda Aparecida: «ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables”».

Que no existan excluidos de toda posibilidad para tener posibilidades tiene que ser una opción fundamental en la vida del creyente. Y debe ser, ante todo, una opción teológica, que no solo nos obliga a revisar el sentido para el cual estamos llamados a vivir en este mundo, sino que nos interpela, primariamente, con todo aquello que se opone a Dios y a su voluntad, pues bien sabemos que su voluntad es que todos —sin precondiciones sociales, económicas, políticas o morales— vivamos bien, con abundancia de bienes civilizatorios que nos permitan desarrollarnos como sujetos libres y dueños de nuestro propio destino.

Las consecuencias socioculturales del hecho globalizador saltan a la vista; nos confrontan en la constatación diaria que hacemos de la pérdida de los vínculos y de los referentes humanizadores. Por ello, la nueva cuestión social de este tiempo globalizado nos conmina a caminar juntos, a pensar y construir una mundialización alternativa y policéntrica que redescubra a las periferias y, desde ellas, construya nuevos modos de relación entre lo global y lo local, a partir de una cultura del encuentro.

(Mireia Bonilla para RV)