Servicio diario - 22 de marzo de 2017


 

El Papa en la audiencia: La esperanza no depende de nosotros sino de la ayuda de Dios y de su fidelidad
Sergio Mora

Audiencia: Oriente Medio, Egipto y Tierra Santa, el Papa invita a confiar en la presencia de Cristo
Anita Bourdin

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia general
Redacción

Día mundial del Agua: Francisco pide proteger ‘este bien de todos’
Anne Kurian

Audiencia pontificia: Refugiados, la mayor tragedia desde la II Guerra Mundial
Anne Kurian

San José Oriol – 23 de marzo
Isabel Orellana Vilches


 

22 marzo 2017
Sergio Mora

El Papa en la audiencia: La esperanza no depende de nosotros sino de la ayuda de Dios y de su fidelidad

En la audiencia de este miércoles el Papa prosiguió con las catequesis sobre la esperanza

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 22 Mar. 2017).- La esperanza cristiana se apoya en dos actitudes importantes: la perseverancia y la consolación. Esta precisación la hizo el santo padre Francisco en la catequesis de este miércoles en la Plaza de san Pedro, subrayando que la esperanza no depende de nuestras cualidades sino de la ayuda de Dios y de su fidelidad.

Al ingresar el la Plaza de San Pedro en el vehículo abierto, el Santo Padre pasó entre los corredores saludando a los presentes que le recibían, con el entusiasmo característico de estos momentos. E hizo detener el jeep y subir a varios niños que con sus gorros amarillos le acompañaron en el recorrido.

Al retomar la serie de las catequesis sobre la esperanza, el Pontífice preciso que “San Pablo continúa ayudándonos a comprender mejor en qué consiste la esperanza cristiana”, y señaló “dos actitudes importantes para nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la perseverancia y la consolación”.

“La Sagrada Escritura nos muestra –prosiguió el Papa– que la perseverancia o paciencia es la capacidad de soportar, de permanecer fieles, sobre todo en medio de las situaciones adversas”. Por otra parte, la consolación “es la gracia de saber acoger y mostrar en todo momento, especialmente en aquellos marcados por el sufrimiento y la desilusión, la presencia y la acción compasiva de Dios que nunca nos abandona y permanece siempre fiel a su amor por nosotros”.

Por eso, dice el Santo Padre que “el Apóstol afirma que somos fuertes, pues en la lógica del Evangelio nuestra fuerza no viene de nosotros sino del Señor, que nos concede experimentar su consolación y su amor fiel”. Y que además nos da “la capacidad de estar cerca de los hermanos más débiles y de hacernos cargo de su fragilidad”.

La Palabra de Dios alimenta en nosotros la esperanza, que se traduce concretamente “en servicio recíproco y en el compartir”, indicó el Pontífice. Esto es posible sólo “cuando en el centro está Cristo y su Palabra, porque él es el “hermano fuerte” que nos cuida y nos carga sobre sus hombros de “Buen Pastor”, tierno y solícito”.

Después del resumen que Francisco hizo en español, saludó a los peregrinos provenientes de España y Latinoamérica. “Agradezcamos al Señor el don de su Palabra y no olvidemos que nuestra esperanza no depende de nuestras capacidades, sino de la ayuda de Dios y de la fidelidad de su amor”.

 

22/03/2017-11:18
Anita Bourdin

Audiencia: Oriente Medio, Egipto y Tierra Santa, el Papa invita a confiar en la presencia de Cristo

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 22 Mar. 2017).- El papa Francisco invitó a los católicos árabes a tener confianza en la “presencia cercana del Señor”.

El Santo Padre saludó así a los peregrinos árabes, en particular de Egipto, Tierra Santa y Oriente Medio, durante la audiencia de este miércoles en la Plaza de San Pedro, hablándoles en italiano e inmediatamente traducido al árabe por su secretario egipcio, Mons. Yoannis Lahzi Gaid.

“La perseverancia se vuelve imposible –explicó el Papa– si no se funda en la esperanza y la consolación delante de las dificultades, si no se funda en la confianza en la presencia segura y cercana del Señor”.

E invitó a poner a Cristo en el centro de la propia vida: “La perseverancia y la consolación son imposibles si no está Cristo en el centro de nuestra vida, de nuestra existencia y de nuestra esperanza”.

“Que el Señor les bendiga a todos y les protega del maligno”, concluy´po el Papa, girándose por segunda vez para saludar a un grupo que le aplaudía.

 

22/03/2017-13:02
Redacción

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia general

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco retomó en la audiencia de este miércoles el tema de la esperanza cristiana. A continuación el texto completo.

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Desde hace algunas semanas el Apóstol Pablo nos está ayudando a comprender mejor en que cosa consiste la esperanza cristiana. Y hemos dicho que no era un optimismo, no: era otra cosa. Y el Apóstol nos ayuda a entender que cosa es esto. Hoy lo hace uniéndola a dos actitudes aún más importantes para nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la ‘perseverancia’ y la ‘consolación’. En el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado son citados dos veces: la primera en relación a las Escrituras y luego a Dios mismo. ¿Cuál es su significado más profundo, más verdadero? Y ¿En qué modo iluminan la realidad de la esperanza? Estas dos actitudes: la perseverancia y la consolación.

La perseverancia podríamos definirla también como paciencia: es la capacidad de soportar, llevar sobre los hombros, soportar, de permanecer fieles, incluso cuando el peso parece hacerse demasiado grande, insostenible, y estamos tentados de juzgar negativamente y de abandonar todo y a todos. La consolación, en cambio, es la gracia de saber acoger y mostrar en toda situación, incluso en aquellas marcadas por la desilusión y el sufrimiento, la presencia y la acción compasiva de Dios. Ahora, San Pablo nos recuerda que la perseverancia y la consolación nos son transmitidas de modo particular por las Escrituras (v. 4), es decir, por la Biblia. De hecho, la Palabra de Dios, en primer lugar, nos lleva a dirigir la mirada a Jesús, a conocerlo mejor y a conformarnos a Él, a asemejarnos siempre más a Él. En segundo lugar, la Palabra nos revela que el Señor es de verdad ‘el Dios de la constancia y del consuelo’, que permanece siempre fiel a su amor por nosotros, es decir, que es perseverante en el amor con nosotros, no se cansa de amarnos, ¡no!, es perseverante: ¡siempre nos ama!, y también se preocupa por nosotros, curando nuestras heridas con la caricia de su bondad y de su misericordia, es decir, nos consuela. Tampoco, se cansa de consolarnos.

En esta perspectiva, se comprende también la afirmación inicial del Apóstol: ‘Nosotros, los que somos fuertes, debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no complacernos a nosotros mismos’.’Esta expresión «nosotros, los que somos fuertes’ podría parecer arrogante, pero en la lógica del Evangelio sabemos que no es así, es más, es justamente lo contrario porque nuestra fuerza no viene de nosotros, sino del Señor.

Quien experimenta en su propia vida el amor fiel de Dios y su consolación está en grado, es más, en el deber de estar cerca de los hermanos más débiles y hacerse cargo de sus fragilidades. Si nosotros estamos cerca al Señor, tendremos esta fortaleza para estar cerca a los más débiles, a los más necesitados y consolarlos y darles fuerza. Esto es lo que significa.

Esto nosotros podemos hacerlo sin auto-complacencia, sino sintiéndose simplemente como un canal que transmite los dones del Señor; y así se convierte concretamente en un sembrador de esperanza. Es esto lo que el Señor nos pide a nosotros, con esa fortaleza y esa capacidad de consolar y ser sembradores de esperanza. Y hoy, se necesita sembrar esperanza, ¿Verdad? No es fácil.

El fruto de este estilo de vida no es una comunidad en la cual algunos son de ‘serie A’, es decir, los fuertes, y otros de ‘serie B’, es decir, los débiles. El fruto en cambio es, como dice Pablo, “tener los mismos sentimientos unos hacia otros a ejemplo de Cristo Jesús”. La Palabra de Dios alimenta una esperanza que se traduce concretamente en el compartir, en el servicio recíproco.

Porque incluso quien es ‘fuerte’ se encuentra antes o después con la experiencia de la fragilidad y de la necesidad de la consolación de los demás; y viceversa en la debilidad se puede siempre ofrecer una sonrisa o una mano al hermano en dificultad. Y así se vuelve una comunidad que “con un solo corazón y una sola voz, glorifica a Dios”.

Pero todo esto es posible si se pone al centro a Cristo, su Palabra, porque Él es el ‘fuerte’, Él es quien nos da la fortaleza, quien nos da la paciencia, quien nos da la esperanza, quien nos da la consolación. Él es el ‘hermano fuerte’ que cuida de cada uno de nosotros: todos de hecho tenemos necesidad de ser llevados en los hombros del Buen Pastor y de sentirnos acogidos en su mirada tierna y solícita.

Queridos amigos, jamás agradeceremos suficientemente a Dios por el don de su Palabra, que se hace presente en las Escrituras. Es allí que el Padre de nuestro Señor Jesucristo se revela como ‘Dios de la perseverancia y de la consolación’.

Y es ahí que nos hacemos conscientes de como nuestra esperanza no se funda en nuestras capacidades y en nuestras fuerzas, sino en el fundamento de Dios y en la
fidelidad de su amor, es decir, en la fuerza de Dios y en la consolación de Dios. Gracias”.

 

22/03/2017-16:12
Anne Kurian

Día mundial del Agua: Francisco pide proteger ‘este bien de todos’

ZENIT – Roma, 22 Mar. 2017).- Con motivo del Día Mundial del Agua hoy 22 de marzo, y ayer 21 Día Mundial de los Bosques, el papa Francisco hizo un llamado para proteger estos recursos “como un bien de todos” y a impulsar las iniciativas educativas sobre este tema.

Durante la audiencia general de este miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa saludó la iniciativa “Watershed: Replenishing Water Values for a Thirsty World”, (Cuencas de aguas: redescubrir el valor del agua para un mundo sediento), propuesta por el Consejo pontificio de la Cultura. En el cuadro de lanzamiento del programa quinquenal para la protección de los recursos hídricos, expertos internacionales se encontraban allí presentes.

“Me alegro por este encuentro, que marca una nueva etapa en el compromiso conjunto de varias instituciones para sensibilizar sobre la necesidad de tutelar el agua como bien de todos, valorizando también sus significados culturales y religiosos”, dijo.

Bajo el signo de estas dos Jornadas mundiales, instituidas por las Naciones Unidas hace 25 años, el Papa animó a realizar esfuerzos “en el campo de la educación, con propuestas dirigidas a los niños y a los jóvenes”.

“¡Gracias por lo que hacen y que Dios les bendiga!” concluyó el Papa. El evento promovido por el Vaticano y por el Club de Roma, está apoyado por numerosas universidades y fundaciones del mundo.

Actualmente, en todo el mundo, casi mil millones de personas carecen de agua potable. Según los datos del Consejo Mundial del Agua (World Water Council – WWC), 923 millones de personas no tienen acceso al agua potable: 319 millones de habitantes de África subsahariana (el 32% de la población), 554 millones de asiáticos (el 12,5% de la población), y 50 millones de sudamericanos (el 8% de la población). Además, el 12% de la población mundial no tiene acceso a fuentes de agua potable y se producen 3,5 millones de muertes anuales por enfermedades transmitidas por el agua.

Por ocasión del Día Mundial del agua, se realiza este miércoles en el Augustinianum de Roma, un encuentro sobre el tema con, la participación de los cardenales Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, además del arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados, y de los relatores de diversos países.

 

22/03/2017-10:56
Anne Kurian

Audiencia pontificia: Refugiados, la mayor tragedia desde la II Guerra Mundial

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 22 Mar. 2017).- El papa Francisco hizo un nuevo llamado pidendo que los inmigrantes sean recibidos e integrados.

Llegando al final de la audiencia general de este miércoles en la plaza de San Pedro, el Santo Padre saludó en italiano a los participantes de la reunión de la Fundación Migrantes: “Les animo a seguir en esta labor destinada a acoger y dar hospitalidad a los refugiados”, dijo.

Además hizo una invitación para que se favorezca la integración de los refugiados “teniendo en cuenta los derechos y deberes recíprocos de quien les recibe y de quien es recibido”.

“No nos olvidemos que hoy en día –añadió improvisando algunas palabras– que el problema de los refugiados y de los migrantes es la mayor tragedia después de la II Guerra Mundial”.

El encuentro de la Fundación Migrantes, organismo de la Conferencia episcopal italiana, se realizó del 19 al 22 de marzo y estuvo dedicado a la pastoral de los migrantes en las ciudades europeas. El tema fue: “Las periferias geográficas y existenciales en la movilidad humana”.

 

22/03/2017-21:25
Isabel Orellana Vilches

San José Oriol – 23 de marzo

(ZENIT – Madrid).- Dios concedió muchos dones a este santo nacido en Barcelona, España, el 6 de mayo de 1650. Entre otros, el de la dirección espiritual y el de la penetración de corazones. Era un maestro en el cultivo de la pobreza y de la oración, que efectuaba postrado durante horas ante el Santísimo Sacramento. Su piedad era manifiesta siendo monaguillo y cantor en la iglesia de Santa María del Mar de Barcelona. Tanto es así que los sacerdotes le costearon los estudios. Al morir su padre, su madre contrajo nuevas nupcias. Pero al enviudar Gertrudis por segunda vez se encontraron con serias carencias. Seguramente sus benefactores tendrían en cuenta esta precaria situación familiar. Era tal el candor de José que no había duda de que estaba llamado a ser un gran santo. El único problema que tuvo que afrontar siendo estudiante fue la parálisis de una de sus piernas que le obligó a permanecer recluído en cama durante un tiempo.

Después, doctorado en filosofía y en teología, recibió el sacramento del sacerdocio en mayo de 1676 en la localidad de Vich. Entonces orientó su acción a educar a los jóvenes. En un momento dado, Dios le permitió atisbar parte de su alma. Quedó tan impresionado de lo que vio, que tomó la resolución de vivir con espíritu de penitencia y ayunar todos los días. En esa época se hallaba al servicio de la familia Gasneri como preceptor de los hijos, simultaneando esta labor con la de párroco en San Felipe Neri. Aceptó temporalmente el trabajo con objeto de paliar las dificultades por las que atravesaban su madre y hermanos. Pero era un hombre que amaba la pobreza. Le costaba hallarse rodeado de abundancia como la que veía en el hogar.

Un día en este domicilio se produjo un episodio impactante para él desde el punto de vista espiritual. En el transcurso de un almuerzo hasta en tres ocasiones extendió el brazo para proveerse de unas exquisitas viandas, y se vio impedido por una fuerza sobrenatural para lograr su propósito. Interpretó el hecho como una invitación a someterse para siempre al más riguroso ayuno. No se retractó de ello el resto de su existencia. Se alimentó de pan y de agua. El pan, elegido por él entre el menos apetitoso –si podía encontrarlo viejo y pasado, mejor–, y se abastecía del agua en las fuentes públicas que hallaba al paso. La única licencia que se permitía era añadir unas hierbas a tan frugal comida los domingos, y las obtenía gratuitamente tomándolas de la ladera del monte Montjuic. Siempre vivió de la beneficencia; lo poco que tenía era de los pobres. Tanta era su austeridad que ni siquiera poseía una cama.
Estos gestos de piedad y sus mortificaciones, insólitas para la mayoría de la gente, eran bien conocidos en la ciudad. Con sus modales exquisitos y la profundidad de su consejo alentaba a todos a vivir la santidad, enseñándoles que no se basa en actos puntuales externos y que debe discurrir afianzada en la oración. Los que se acercaban a él partían edificados por su alegría y confianza. Era dador de paz. En sí mismo, su ejemplo constituía ya una catequesis permanente. Viéndole cómo actuaba, se enamoraban de Dios. Era su mejor apostolado. Lo testimonial cala siempre en el corazón de las personas.

No llegó a cumplir una década con esta familia acomodada, porque falleció su madre, y sus hermanos se hallaban una situación económica menos comprometida. Viviendo pobremente, como siempre hizo, intensificó su labor caritativa. Auxiliaba a los enfermos, indigentes, reclusos, militares, niños... En 1686 peregrinó a Roma. En los meses de permanencia en la Ciudad Eterna, a la que llegó con cartas de recomendación que ensalzaban su altura humana y espiritual, alcanzó su sueño de entrevistarse con Inocencio XI. Amigos cardenales lo hicieron posible. El papa le otorgó una prebenda en la parroquia de Santa María del Pino de Barcelona. En ella ejerció su acción pastoral con abundantes frutos. Pero no le faltaron detractores. Llevaron sus quejas al prelado y le acusaron ante él de imponer a los penitentes mortificaciones como las suyas.

A la muerte del obispo, que vetó su labor apostólica, siguió en manos de su sucesor. De todos modos, José quiso ser mártir ardientemente. Por eso, en abril de 1698 partió rumbo a Roma de nuevo, a pesar del clamor de las gentes que temían perderle e intentaron disuadirle para que permaneciese entre ellas. Él pensaba que allí obtendría de la Santa Sede la gracia de poder encaminarse al martirio. Pero la voluntad divina fue que enfermase en Marsella, y la Virgen le hizo ver que debía proseguir su misión en Barcelona atendiendo a los enfermos.

Aunque Dios obró numerosos prodigios por su mediación, siempre los atribuyó al arrepentimiento que mostraban quienes le abrían su corazón. Les hacía ver que eran sanados directamente por Él. Humilde y sencillo, rechazó frontalmente cualquier intento de considerarle artífice de signos extraordinarios. Fue agraciado con el don de profecía, de levitación, y de milagros. Dios le concedió sanar a los enfermos con una simple bendición. Un inmenso gentío, que procedía no solo de Barcelona sino de otros lugares, se arremolinaba en torno a él esperando recibir la aspersión del agua bendita y la señal de la cruz trazada sobre ellos.

Algunos de sus numerosos milagros fueron memorables. Dos en particular llaman la atención. El que hizo que recuperase la pierna gangrenada un joven que iba a verla amputada. Y el obrado con un maltrecho paralítico que vivía de la limosna de los parroquianos y que pudo caminar súbitamente. José vaticinó su propia muerte, que se produjo el 23 de marzo de 1702 a consecuencia de una pleuresía cuando tenía 52 años. Sus postreros instantes discurrieron en una habitación que le prestó un cuchillero. Se hallaba rodeado de la gente del barrio que tanto cariño le profesaba, de amigos sacerdotes y seglares. Desde la escolanía de la capilla del Palau cantaban en ese momento, como él había solicitado, el Stabat Mater. Pío VII lo beatificó el 21 de septiembre de 1806. Pío X lo canonizó el 20 de mayo de 1909.