Tribunas

La Navidad y la fiesta del nacimiento del Profeta

Pilar González Casado
Profesora Agregada a la Cátedra de Literatura árabe cristiana de la Universidad San Dámaso.

 

Los musulmanes celebran de un modo especial el nacimiento de Mahoma. El Profeta nació el lunes 12 del mes de Rabi al-Awwal del año del elefante (el 570 d. C.). Este mes lunar del calendario islámico ha coincidido este año con el 12 de diciembre, ha caído muy cerca de la Navidad. Como el calendario musulmán es lunar y el gregoriano solar, y los meses lunares son más cortos que los solares, la fiesta del nacimiento de Mahoma retrocede cada año unos once días con respecto al año anterior gregoriano, aunque siempre sea el mismo día del calendario musulmán.

Esta fiesta, que comenzó a celebrarse a partir del siglo XI, impulsada por la intención de dar gracias a Dios por la bendición que supuso el nacimiento del Profeta, se celebra a lo largo y ancho de todo el mundo musulmán con desfiles callejeros, calles adornadas con luces de colores, panegíricos a Mahoma, mercadillos con dulces típicos, obras de caridad y tarjetas con deseos de paz, bendiciones y felicidad para todos.

Abd al-Muttalib, abuelo del futuro Mahoma, llevó a su hijo Abdallah al oasis de Yatrib, al norte de La Meca, para que buscara una esposa entre las mujeres de las tribus que vivían allí. Se casó con Amina bint Wahb ben Abdu Manaf. Consumó el matrimonio con ella, Amina quedó encinta y regresó a La Meca. Una mujer llamada Qutayla, experta adivina, al verle de vuelta le anunció que había escuchado a su hermano Waraqa ibn Nawfal, que había sido cristiano y había estudiado las Escrituras, decir que iba a surgir un profeta entre los árabes. Abdallah murió antes de que Amina diera luz.

Amina comprendió muy pronto que su hijo no iba a ser un hombre ordinario. Había recibido varios signos sobrenaturales que lo indicaban. Escuchó voces de noche que le dijeron: «Llevas en tu seno al señor de este pueblo. Cuando nazca dirá: 'Lo he puesto bajo la protección del Único, a salvo de la maldad de cualquier enviodioso'. Luego le llamó Muhammad (el Alabado)». Otras veces veía salir rayos tan potentes de su seno que llegaban a iluminar los lejanos castillos de Siria. Finalmente, la noche que Amina dio a luz parecía que las estrellas descendían del cielo a la tierra. Cuando Mahoma nació, extendió sus manos sobre la tierra y elevó su cabeza hacia el cielo.

Esa misma noche, unos rabinos de las tribus judías de Yatrib supieron por sus Escrituras que había llegado un profeta para los árabes. Un rabino se detuvo en lo alto de una de las colinas que rodeaban el oasis y proclamó: «¡Bajo esta estrella nacerá Ahmad (el más Alabado)», pero su gente no le prestó atención.

Navidad y fiesta del nacimiento del Profeta se dicen de un modo muy parecido en árabe: Id al-Milad e Id al-Mawlid, respectivamente, pero no tienen nada que ver una con otra. Su semejanza se limita a las manifestaciones externas. Del relato del nacimiento de Mahoma, tomado de su biografía canónica, es muy llamativa la sucesión de signos sobrenaturales que indican que ha nacido un gran profeta, el señor de los árabes. Signos, como las voces que le anuncian a Amina quién será Mahoma o como las estrellas que descienden del cielo, que pueden recordarnos a las palabras del ángel en la Anunciación o a la estrella que seguían los Magos.

Pero del relato evangélico del nacimiento de Jesús, llama la atención, sobre todas las cosas, la extrema sencillez del texto al narrar lo sucedido: « ... y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre... » Nos transmite el modo de actuar propio de Dios, en el silencio, sin signos visibles que anuncien una noticia tan escandalosa como el que el mismo Dios ha descendido hasta nacer niño. Los signos vendrán después. El nacimiento de la Palabra de Dios salida del silencio sobrepasa al de cualquier profeta y hoy sigue hablando a los que quieran escucharle como el profeta más autorizado y el Señor de todos los hombres.